La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

28
El secreto de Yuvilen Enthal

—Espera un segundo, Avanney. Tenemos que hablar —le había dicho en voz baja mientras la sujetaba firmemente del hombro. Luego desplazó su mano a la espalda de la bardo y la instó a que le acompañara un poco más allá, alejándola del portal abierto.
—¿De qué deseas hablar? ¿Nada que pueda esperar a que crucemos el portal?
—La Esfera del Conocimiento. Sé que la ocultas a los ojos de tus compañeros. La tienes tú, ¿verdad?
—Saben que tengo una especie de amuleto esférico. No saben lo que es en realidad. Pero no es necesario destruirla. No es como el resto de objetos de poder.
—Lo sé, tranquila. No quiero destruirla. Tampoco creo que pudiéramos hacerlo.
—Pero La Purificadora sí que pudo destruir tres de los objetos de poder.
—Tú misma lo has dicho antes. La Esfera del Conocimiento no es como el resto de objetos de poder. Habrás descubierto ya que no atesora maldad alguna en su interior.
—Sí. Por eso La Purificadora no reacciona con ella cuando está cerca. Sin embargo, fue creada por los Señores del Caos. Tú mismo lo dijiste cuando...
—Cuando me interrogabas cruelmente, sí. No te guardo rencor. Pero no dije exactamente eso. Dije que había un quinto objeto de poder, no que lo habían creado los Señores del Caos. De haberlo hecho, hubieras detectado mi mentira.
—Entonces ya sabías que yo tenía la Esfera y sabes de sus virtudes.
—Lo supe por cómo te comportaste, por tu forma de interrogarme, tu seguridad. Había muchas probabilidades de que quien encontrara La Purificadora después de cinco mil años, lo haría con la ayuda de la Esfera. Siempre lo pensé así y así ha sido. Cuando mencioné por primera vez La Esfera escruté tu expresión. Noté que sabías de qué hablaba. Cuanto más tiempo paso contigo más seguro estoy de que la tienes. Cada vez la noto más. Casi puedo olerla.
»Te haré un resumen rápido de la historia, no quisiera que nuestros compañeros se inquieten por nuestra ausencia. Esa esfera no fue creada por los Señores del Caos. Cuenta la leyenda que existen siete esferas de Arkalath repartidas por el mundo. Todas ellas otorgan Conocimiento.
—Es decir, Poder.
—Quiero decir que ellos no la crearon. Me la robaron a mí, cuando me capturaron. Era mía. Yo me creí la leyenda cuando era un joven aprendiz de La Magia Natural. Investigué. Seguí su pista y, finalmente, la encontré.
—¿Dónde?
—No viene al caso, ahora. Te revelaré los detalles en otro momento. Lo importante es que yo la llevaba encima cuando me capturaron y me la arrebataron. Y la usaron para su beneficio. Sus últimos progresos han sido auspiciados por La Esfera, hasta que se deshicieron de ella.
—¿Por qué no se la quedaron si obtenían conocimiento y poder de ella?
—Ésa y no otra es la pregunta correcta. Se la turnaban. Pero los cinco querían tener la Esfera. Se pelearon por ella. Fue entonces cuando comprendieron. Si creaban objetos de poder, elfos, humanos y enanos pelearían entre ellos. Con esa idea en mente crearon cuatro objetos de poder destructivo y malvados para propagar el Caos más deprisa. El quinto objeto decidieron que sería la propia Esfera. Se desharían de ella para seguir conviviendo en paz entre ellos. Ironías del destino, el objeto que menos maldad tenía provocaba el caos entre su propia organización. Y ha sido ese mismo objeto, al desterrarlo, el que les ha llevado a su extinción total. Justícia poética, ¿verdad?
—Entiendo. Por eso me retienes aquí. Querrás ahora que te la devuelva.
—La verdad, sería todo un detalle por tu parte. Tardé media vida en encontrarla. Y media vida de los elfos es cuatro veces una vida humana. Me pertenece. Me la gané a pulso.
Avanney se echó un paso atrás.
El elfo sonrió.
—Lo entiendo, créeme. Sé lo que cuesta desprenderse de ella. La Esfera te abre la mente y de pronto empiezas a comprender la lógica de todo lo que te rodea. Te aumenta la memoria. Te vuelves más inteligente a cada día que pasas junto a ella. Aprendes cosas nuevas sin parar. Es como si tu cabeza fuese un armario que se va llenando de libros cada día, y cuando está casi lleno, crece; aparece un nuevo cajón para meter más libros. Es adictivo. Con ella encuentras los argumentos para convencer a la gente. Te creen. Te permite convencerlos, manipularlos.
»Te propongo algo. Tú me entregas la Esfera y yo te acepto como discípula. Vamos a la aldea de tus amigos elfos y les solucionamos los problemas más urgentes que tengan con mi magia. Puedo rehabilitar la aldea con un par de hechizos. Les sanaré sus heridas, eliminaré sus mutilaciones. Me costará muchas energías y un tiempo precioso, pero puedo y quiero hacerlo, sabes que no miento. Quedarán todos como nuevos. Luego partiremos. Ellos querrán que me quede como Líder Natural, pero partiremos lejos y no regresaremos jamás, pues nuestro destino nos depara asuntos más importantes. Te enseñaré la Magia Natural mientras recorremos el mundo en busca de las otras seis esferas. Aprenderás rápido, pues tu mente ya se ha abierto, se ha vuelto receptiva. No tanto como si tuvieras la Esfera en tu poder, lo reconozco, pero contarás con la ventaja de lo ya aprendido y de tener al mejor de los maestros a tu lado. La próxima esfera que encontremos te la podrías quedar tú. Si conseguimos reunirlas todas, imagínate la de cosas que podríamos hacer para enderezar el mundo.
—Mientes. Quieres todas las esferas para ti, lo noto. Crees que si posees todas las esferas... Tendrías el Conocimiento Absoluto. Y por tanto...
—El poder de un dios. El poder de Arkalath, sí. Todo su conocimiento, su arte, su poder, están repartidos en esas siete esferas.
—Pues olvídate. No hay trato. Ahora es mía.
—Está bien, lo admito. Seguramente no te cedería ninguna esfera. No debí decir eso; has detectado mis dudas al respecto. Pero si las voy acumulando yo será mucho más fácil encontrar las siguientes. Seguirías siendo una privilegiada. Serías la discípula de un dios. Aprenderías más rápido de ese modo, y llegarías más alto. Llegado a un punto yo sería capaz de inferirte poder y sabiduría de golpe. Serías una semidiosa. Tú y tu futura hija estaréis bajo mi protección. Sírveme y serás recompensada.
Avanney se tocó el vientre instintivamente y le miró extrañada.
—Sí, sé que estás embarazada. Es una niña. Será una niña, aunque podría cambiar eso, si prefieres un varón. A tiempo estás.
—No te acerques.
—¿Lo sabe el padre? Yo diría que no. Te callas muchas cosas, humana, pero para mí no hay secretos. He poseído la Esfera mucho tiempo y lo que no veo por mí mismo me lo muestran un sinfín de hechizos que puedo lanzar con un pestañeo. Te lo pido una vez más. Dame la Esfera y todos salimos ganando.
—Ni lo sueñes.
—Estúpida humana, te ofrezco poder ilimitado y tú sólo me respondes con desprecio. De sobra sabes que puedo tomar por la fuerza aquello que me pertenece por derecho.
—Cometerías el mayor error de tu vida, Yuvilen Enthal.
El elfo rió, asombrado.
—¿Me amenazas? ¿Tú? En estos momentos tengo más poder del que les he querido transmitir a tus amigos. Hubiera podido crear el portal antes de que llegasen los orcos, pero quería estar en las mejores condiciones posibles antes de salir de aquí.
—Lo sé. Empezaste a crear el portal justo después de conjurar el muro de hielo. Si hubieses ido tan justo de fuerzas como dijiste, hubieras creado el portal mucho antes.
—Sí, fue muy evidente. Pero los demás estaban tan obsesionados con salir que ni se lo plantearon —tras una pausa, añadió—: Tengo aplicado un escudo cinético. Ningún arma tuya puede herirme.
Con dos movimientos de mano sacó a Fuego y Hielo y las apartó telequinéticamente de su nueva dueña, a una distancia prudencial de ella.
—Salvo esas dos cimitarras mágicas que, tal vez, me incordiasen un poco. Yo, sin embargo, puedo matarte de mil maneras. No me obligues a hacerlo.
El Alto Elfo extendió la mano y Avanney se elevó del suelo como si una cuerda invisible estuviera ahorcándola. La bardo se puso rígida; no podía moverse, apenas hablar.
—Basta de palabrería. Se me seca la boca de tanto hablar. Última oportunidad. Me la entregas voluntariamente y vamos a ver a tus amigos, que ya se estarán preguntando por qué tardamos tanto en cruzar el portal. O te despedazo, cojo lo que es mío y desaparezco del mapa.
—Está... bien. Suéltame.
Avanney quedó liberada, cayendo al suelo. Se levantó.
—Te daré la Esfera si me aceptas como discípula y ayudas a mis amigos.
—Sabia decisión.
—Pero tengo una pregunta que me corroe desde que te conocí. ¿Me la responderás?
—Tiempo habrá de sobra para tus preguntas. Llámame Maestro.
—Quiero la respuesta ahora… Maestro.
—Eres insolente, pero está bien. Te lo concedo. ¿Qué deseas saber?
—Hay algo que no encaja en toda esta historia. ¿Por qué no eres tú el portador de la Purificadora? ¿Por qué ofrecérsela a otro? Tú la creaste. Estoy segura que puedes manejarla. Con ella serías invencible. Ningún Señor del Caos te habría tocado un pelo hoy con La Purificadora en tus manos. Y por lo que veo, dudo que lo hicieras para repartir el poder o conciliar entre hombres y elfos. Hoy podrías habérsela arrebatado a Vallathir y dejarnos atrás a los demás; hubiéramos sido una molestia para ti. Totalmente prescindibles.
—Tienes toda la razón. Ojalá yo fuese el portador, pero me está prohibido tocarla.
—Dices la verdad. Y empiezo a entender. Cuando te encontramos, Vallathir dijo que la espada se sentía atraída por ti. La espada te reconoce, te reclama.
—Sí.
—Érais seis hechiceros elfos encantando la espada. Sólo tú conseguiste que no te absorbiera el alma. ¿Cómo lo lograste?
—Yo era el más poderoso de todos. Conseguí zafarme.
—No es del todo cierto. Hay algo más. Sabías que serían absorbidos. Es más...
—Acertaste. Yo lo provoqué. Sabía que cuando tocaran la espada quedarían atrapados dentro. Yo evité hacerlo y pude eludir el destino de los otros. Era necesario. Por eso es tan poderosa. Por eso les hemos podido derrotar. Sacrifiqué a los cinco mejores hechiceros por un bien mayor: librarnos del Mal. Tú hubieras hecho lo mismo, ¿verdad? Elareth… ¿La mataste tú?
Avanney ignoró el comentario. El elfo interpretó eso como una afirmación.
—Entonces la espada te reconoce... Y te reclama. Si la tocas, tu alma formará parte de ella. Tú deberías haber corrido la misma suerte que los otros cinco. La espada lo sabe. Las cinco almas lo saben. Es una deuda pendiente.
—Una deuda de alma y magia.
—Interesante. Ahora lo entiendo todo: tu obsesión siempre ha sido conseguir las esferas de Arkalath. Creíste que la Hermandad del Caos poseía una de las esferas. Por eso…
—Ya sabes mis secretos, bardo, y yo los tuyos. Ahora, la Esfera. Es tarde.
Avanney se le acercó. Metió la mano en su bolsa. Cuando tuvo al hechicero frente a frente, sacó su mano enguantada de la bolsa todo lo rápido que pudo y lo apuñaló en el corazón con una especie de cristal rojizo.
Yuvilen Enthal tardó un segundo en comprender cómo se las había arreglado Avanney para romper su escudo cinético. Cuando vio el arma homicida se maldijo por ser tan estúpido. Avanney se lo aclaró, de todos modos:
—Es una esquirla de la piedra de sangre que rompí cuando te liberamos. Sabía que podría serme útil si me enfrentaba a ti en un futuro. Por eso la rompí, para obtener un arma con filo que pudiera matarte. Tú mismo nos revelaste que anulaba tu magia. Seguramente está diseñada especialmente para ti.
Yuvilen Enthal trataba de sacarse la esquirla afilada. Sólo así podría recuperar su poder mágico, curarse y...
—Ahora, muere —sentenció Avanney.
En un rápido movimiento, su Hermana de Hyragmathar centelleó y la cabeza del elfo rodó por los suelos.
Mientras el cuerpo caía desplomado la bardo pudo ver cómo detrás de aquél, los bordes del portal se desestabilizaban. Ya lo esperaba, pues el Alto Elfo comentó que los portales se mantenían abiertos gracias a la energía de quien los creaba. Tres ondulaciones tenía de tiempo. Una, cogió a Hielo. Dos, cogio a Fuego. Tres, se lanzó de cabeza contra la brecha en el espaciotiempo.

28. El secreto de Yuvilen Enthal

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
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By Víctor Martínez Martí @endegal