La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

20
Duelo de titanes

Yuvilen Enthal se precipitaba al vacío con tres aros de energía sólida amarrándole de pies y manos. Tomó todo el aire que pudo, hinchó sus pulmones, apretó los puños. Susurró un hechizo y reventó sus ataduras mágicas justo a tiempo para frenar su caída y aterrizar con cierto control de la situación. Miró al cielo, allí estaba su rival, Sephtanner. Se le acercaron los otros tres hermanados.

Hermano, déjanos ayudarte.
Juntos lo pulverizaremos.

No. Es mío.
Ocupaos de los otros.

Los otros ya están muertos.

Mi poder le supera en varias veces.
Lo fulminaré.
Llevo milenios esperando esto.
Lo quiero para mí solo.

Aquéllos obedecieron y bajaron a ras de suelo. Sabían de la obsesión de Sephtanner con el elfo. Les había costado convencerle todos estos años de que les era más útil vivo que muerto. Ahora su hermano conjurador estaba desatado. Lo despedazaría sin piedad y más valía no interponerse en el proceso. Miraron al Alto Elfo con desprecio y se apartaron de aquella zona para darles espacio para combatir. Yuvilen Enthal aprovechó para concentrarse en Vallathir. ¡Portador, te necesito!, pensó con todas sus fuerzas, pero no obtuvo respuesta. Sephtanner, desde arriba, puso brazos y piernas en cruz. Abrió mucho la boca. Más de lo que un ser humano podría hacerlo.

20. Duelo de titanes

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

¡Hálito de dragón!, pronunció inexplicablemente sin mover su boca que continuaba abierta. En ese instante, un chorro de fuego salió de su garganta y sepultó a Yuvilen Enthal entre llamaradas. El Hechicero Supremo reaccionó a tiempo, creando un chorro de hielo justo delante de él. El hielo se fundía a la misma velocidad que se generaba. Si el hálito de dragón conjurado duraba un segundo más que su escudo de hielo moriría fundido sin lugar a dudas. No fue así. Resistió lo justo. Mientras recuperaba el aliento, el elfo pudo ver cómo su adversario se precipitaba hacia él con los brazos cruzados delante de su cabeza.
Apenas pudo esquivar el golpe. Sephtanner lo arrolló y el impacto le hizo rodar varios metros por el suelo. Levantó la vista y vio que ahora le lanzaba una serie se proyectiles mágicos con la única mano de que disponía. Creó a tiempo un escudo que los desvió y aquéllos explotaron en lugares al azar. Pero el escudo se debilitó y cedió lo suficiente como para que entrase uno de los proyectiles. El impacto lo derribó y rompió el escudo definitivamente. Tres impactos más le alcanzaron, el último, de lleno.

No acabarás este día.
Lo sabes.
Pero luchas.
Te resistes a morir.
Y me encanta.

20. Duelo de titanes

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

—Hablas mucho, seguidor del Caos —dijo penosamente mientras se levantaba. Sus ropas, ahora ajadas, humeaban pegadas a su cuerpo—. Pero tienes razón en una cosa. Me resisto a morir porque sé que puedo vencerte.

¿De verdad lo crees?

—Sí. No eres más que un niño jugando con fuego. Tienes mucho más poder que yo, pero no sabes usarlo. Además, te falta una mano y eso te pone en clara desventaja.

Al oír aquello, Sephtanner amarró su muñón y entonó algo. Una energía púrpura se materializó en él. Una especie de... mano de energía. Se agachó y cogió una piedra con su nueva mano reluciente. La apretó y la quebró como si fuera un huevo.

¿Te parezco ahora un inválido, elfo?

—Eres tan previsible, Sephtanner, que me das verdadera lástima —le dijo, ya de pie—. Te has conjurado una mano mágica. Pero no puedes conjurar con ella. Te limita.

Con ella puedo atravesarte el corazón.
Tu escudo cinético no te servirá de nada.

—Eso será si me golpeas.

El Señor del Caos corrió hacia él y le lanzó un puñetazo, pero Yuvilen lo esquivó, poniéndose fuera de su alcance. Con el ansia de atraparle, intentó conjurar un lazo mágico. No cayó en la cuenta que, por instinto, lo estaba haciendo con ambas manos y una de ellas, como le había advertido Yuvilen Enthal, no servía. El conjuro salió mal y acabó con un fogonazo delante de su rostro que lo desequilibró. El Alto Elfo, que estaba preparado para un desliz de ese tipo, aprovechó para darle un duro puñetazo en la nariz y apartarse nuevamente antes de que lo atrapara con aquella mortífera mano.

20. Duelo de titanes

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Sephtanner se concentró en conjurar una bola de fuego sólo con su mano real y ésta impactó contra un escudo de energía que levantó el elfo a tiempo.

—Eres más estúpido de lo que pensaba. Tu mano de energía consume muchos de tus recursos vitales. Esa bola de fuego era equiparable a la que hacían mis aprendices en su primera clase de magia.

Gracias por las enseñanzas, elfo.
Te demostraré ahora que soy un alumno aplicado.

Disipó entonces la mano de energía, viendo que lo lastraba. Con la derecha, se llevó dos dedos, anular e índice a la frente. Se concentró. Una chispa roja empezaba a crecer en la punta de sus dedos. Yuvilen le dejó hacer. Él también necesitaba un respiro para recuperar fuerzas. Anque no quería reconocerlo, estaba casi al límite de sus fuerzas. Pero reconocía el hechizo y sabía que sería letal si le alcanzaba, así que fue tomando distancia de su enemigo, quien sabía que no se movería del sitio hasta que acabara de concentrar toda la energía que creyese necesaria. Levantar un escudo mágico iba a ser del todo inútil. Sí, mejor alejarse cuanto pudiera, mientras recuperaba energía para el siguiente asalto.

Los orcos se les echaban encima. Morir abrasados o arrollados por una estampida de orcos sedientos de sangre. No les quedaba otra. Eso pensaban todos, menos Avanney, que dijo:
—¡Es una ilusión! ¡Atravesemos el muro!
—¿Ilusión? —dijo el Solitario—. Noto el calor intenso desde aquí. ¿Qué clase de ilusión te quema las pestañas a distancia?
—Las ilusiones mágicas más poderosas hacen que tu cerebro perciba dolor si es necesario. Y uno de ellos es un maestro ilusionista. ¡Confiad en mí! ¡No existe! ¡Vamos!
—¿Pero cómo lo sabes?
Pero no obtuvo respuesta, pues la bardo, segura de sí misma ya había atravesado el muro y la engulleron las llamas.
—Preferiría morir luchando que quemado vivo, pero... Avanney se equivoca pocas veces —dijo el elfo—. Un placer haberos conocido. —Y se lanzó contra el muro, gritando.
—Endegal... —preguntó la elfa con la mirada—. Nos avisarían si hubieran pasado al otro lado con vida, ¿verdad?
—Quizás la ilusión nos mantiene sordos de lo que ocurre más allá del fuego. Su crepitar es ensordecedor. No me preguntes por qué, pero algo me dice que Avanney puede tener razón. De todos modos, no tenemos opción.
—Si tú crees en ella, yo también. ¡Vamos! —cogió al semielfo por el codo y se lanzaron contra el fuego.

20. Duelo de titanes

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Sephtanner rió. Separó ligeramente sus dedos cargados de su frente y apuntó con ellos al elfo.

¡Muere!

De la punta de sus dedos salió un rayo mortal del grosor de un brazo a una velocidad endiablada. El elfo se movía para esquivarlo, pero el rayo se curvó, buscándole el corazón. Un quiebro de última hora le salvó de una muerte instantánea. El rayo mortal le dio en el hombro, creándole un boquete limpio del tamaño de un puño que eliminó carne y hueso como si un hierro candente se hubiera posado sobre mantequilla. El brazo izquierdo cayó como muerto. Yuvilen Enthal aulló de dolor y se derrumbó en el suelo. Detrás de él, se podía ver un agujero en las paredes de la sima. La profundidad que alcanzó nadie llegaría a saberlo. Sephtanner se le fue acercando.

Eres el primer ser que sobrevive a mi rayo de la muerte.
Te he de dar la enhorabuena, supongo.

Rápido, rápido, rápido, pensaba sin cesar Yuvilen Enthal. Desde el suelo, musitó unas palabras y unos pequeños rayos eléctricos salieron de su mano sana e impactaban sobre la enorme herida del hombro. Poco a poco, el hombro se iba reconstruyendo, pero no a la velocidad que a él le hubiera gustado. El hechizo de reconstrucción era lento y le agotaría por completo. Por suerte, dos cosas jugaban a su favor: todavía estaba lejos de su enemigo y éste se le acercaba andando. Ni siquiera corría. Su rayo letal también le había consumido prácticamente la totalidad de sus energías y necesitaba recuperarlas antes que provocar un enfrentamiento físico directo en el que el asunto podría estar más equilibrado de lo que al Señor del Caos le gustaba. Jadeando del esfuerzo que le suponía caminar, dijo:

20. Duelo de titanes

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Mi fuerza vital se carga aquí mucho más rápido.
En unos instantes estaré de nuevo pletórico.
Y tú, indefenso.

Cuando Endegal y Elareth pasaron al otro lado del muro de fuego, Avanney y el Solitario ya estaban descendiendo por las rocas. Lo hacían por caminos distintos. Abajo, los tres Señores del Caos observaban el duelo de titanes con gran interés. Arriba, pareció que los orcos se tragaron la ilusión por completo y les daban por muertos. Al menos por el momento, y eso era bueno. Elfa y semielfo empezaron el duro descenso, mas la falta de una mano con la que asirse, provocó rápidamente que Endegal perdiera el equilibrio y se precipitase cuesta abajo. Al principio sus compañeros se larmaron y temieron por su vida, pero enseguida cayeron en la cuenta que estaba bajo los efectos del manto del viento, quien amortiguaría la caída como si de una pluma se tratase. Aún así, bajó dando tumbos y llegó al fondo, no de pie, precisamente. Su caída alertó a uno de los Señores del Caos. Vio al resto, bajando la ladera. Se les acercó sin todar los pies en el suelo.

Sois bastante escurridizos.
Os voy a dar un poco de entretenimiento.

Tanto su voz como su apariencia no daba lugar a dudas. Era una mujer. Sepherme, la encantadora. Juntó ambas manos, las proyectó hacia adelante, encarando la pared por donde bajaban Avanney y los elfos, canturreando algo por lo bajo. Sólo pudieron entender el final:

20. Duelo de titanes

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Cobra vida, yo te lo ordeno.
Y mátalos.

Un terremoto sacudió la ladera y los que estaban dodavía descendiendo acabaron cayendo. Por suerte, rodaron hasta abajo sin romperse nada. Cuando creían que el hechizo era sólo derribarlos, escucharon un rugido estremecedor. Se giraron hacia atrás. De debajo de los escombros, algo se movia. Algo muy fuerte que apartaba rocas como si fueran hojas. Cuando lo vieron, entendieron. Era un ser nacido da la propia sima. Un enorme gólem de arcilla. Su apariencia física era muy humana, pero grande y arcillosa.

Criatura de la tierra, mátalos.

La bestia rugió y fue a por Avanney.

Rápido, rápido, rápido, se repetía. Ya estaba casi. La unión del antebrazo y clavícula con sus tendones ya estaba completa. Los músculos, también. La piel, cerrándose sin cicatriz. Tres proyectiles mágicos le impactaron de lleno. Los vio venir, pero no pudo levantar un escudo. No tenía fuerzas para ello.

Yuvilen Enthal.
Estás acabado.
Podría enviarte ahora una bola de fuego que no podrías parar.
Pero morirías demasiado rápido.
Y quiero oirte suplicar.

Levantó la mano y la encaró hacia el Alto Elfo. De sus dedos emanaron una serie de rayos eléctricos, pero hizo el gesto lo suficientemente despacio como para que al elfo le diera tiempo de levantar un pequeño escudo drenador. Aún así, sufrió gran parte de las descargas.

20. Duelo de titanes

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Muy hábil.
Has conseguido derivar parte de la energía de mi ataque.
Pero si crees que eso te va a servir de algo...

—Vuelve a electrocutarme si crees que de nada me va a servir. Hasta la más mínima porción de energía es útil, esbirro del caos. Tú no sabes de eso, pues te has acostumbrado a recibir ingentes cantidades de ese artefacto acumulador de magia y la derrochas sin pensar. ¿Cuánta sangre fue derramada para que te permitieras el lujo de usar ese rayo letal imparable? ¿Cuántas muertes humanas lo hicieron posible? ¿Cientos? ¿Miles?

¿Qué más da?
No necesito calcularlo.
El poder me viene, me pertenece y yo lo uso.
¿Querías más energía eléctrica?
Tómala, entonces.

Volvió a extender la mano y volvieron a salir zarzillos eléctricos que electrocutaron a Yuvilen Enthal. Y de nuevo éste salió chamuscado, pero pudo drenar otra pequeña parte a su favor.

Mi poder aquí sobrepasa en mucho al tuyo.
¿No ves que estoy jugando contigo?
Ahora tú eres mi único juguete.
Sin La Purificadora de Almas estás perdido.
El Portador está sentenciado.
Voy a romperte poco a poco.
¡Y cuando me plazca!
¡Observa mi poder, insecto!

20. Duelo de titanes

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Levantó una mano en forma de garra y, al mismo tiempo, una mano en forma de garra gigantesca, de piedra, a semejanza de la suya propia, surgió bajo los pies de Yuvilen Enthal y lo atrapó.

Podría aplastarte ahora mismo como a un mosquito.

Cerró un poco la mano y ésta, alzada al final del brazo de piedra como la columna de un templo, se cerró un poco más. Se oyó un crujir de huesos. El elfo gritó.

20. Duelo de titanes

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal