La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

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Dorianne

Dorianne, a pesar de ser sirvienta en la Corte, no era precisamente una mujer débil, delicada e inocente, como muchos podrían pensar. Era hija de Branelor, un constructor de casas y graneros con ínfulas de arquitecto. En realidad Branelor tenía talento para construir cosas, o eso creía él, y había desarrollado métodos propios para calcular resistencias de muros y vigas de materiales varios. Había realizado alguna que otra casa aunque más bien modesta, pues la economía general del pueblo llano iba de mal en peor de un tiempo a esta parte y sus clientes no se podían permitir grandes dispendios a la hora de fabricarse un techo bajo el que dormir. De hecho, la mayoría de trabajos que realizaba en la actualidad eran de reparación y mantenimientos sencillos: arreglar un muro aquí o tapar una gotera allá. Diablos, ni siquiera su propia casa era nada del otro mundo, y eso que lo normal era que él, siendo constructor, se hubiera lucido con su propio hogar, lo que hubiera servido como demostración de lo que era capaz de hacer con su talento. Pero su economía no era mucho mejor que la de los demás, y era eso precisamente lo que quería cambiar.
Su hija Dorianne siempre quiso ser como él, calculadora de estructuras y levantadora de hogares. Pero su padre le tenía reservado otro destino. Le dijo que debería hacer lo posible por entrar como sirvienta en el castillo y así lo consiguió, y se casó con Drónegar, un hombre de vida sencilla que le hizo feliz y le dio un hijo que, pasados los años, sobrevino alto y atlético. En Drónegar vio un hombre honrado y con valores de justicia y empatía similares a los suyos, tan escasos en el resto de mortales por aquellos tiempos. Esto no gustó demasiado a Branelor, pues él hubiera preferido que su hija se hubiera casado con alguien de familia poderosa o noble (o ambas cosas). Pero la estancia de Dorianne en el castillo tenía un objetivo adicional: debía recorrer todas las estancias posibles y medir con sus pasos aquellas salas, pilares y grosores de muros y pasarle aquellos datos a su padre para que pudiera realizar sus cálculos.
Branelor había intentado tiempo atrás contactar con Emerthed para entrar como arquitecto real (o al menos como ayudante del arquitecto real) y reforzar las defensas de Tharlagord o amurallar de manera eficiente el resto de aldeas del reino. Aquello le proporcionaría una posición económica y de influencias suficiente para pasar de ser un simple constructor de casas y chapuzas domésticas a ser prácticamente un noble o, al menos, codearse con ellos. Gozaría del estátus social que deseaba y poder así alimentar las bocas de sus hijos que todavía tenía a su cargo en casa. Porque Dorianne no era hija única, pues tenía tres hermanos más, todos varones. Ese aspecto la curtió bastante, ya que sus hermanos eran bastante brutos, sobre todo el mayor, y había aprendido a la fuerza diversas formas de defenderse, tanto de ellos en sus juegos, como de sus amigotes, alguno de los cuales tuvo que recibir un puñetazo de Dorianne en la boca del estómago o un rodillazo donde más duele por propasarse con ella.
Así que el plan de Branelor era que su hija le consiguiera, poco a poco, un plano detallado de la fortaleza de Tharlagord, de tal suerte que él podría realizar sus cálculos y ver si el castillo necesitaba reforzar alguna de sus defensas naturales. Dorianne hizo un trabajo meticuloso, midiendo con sus propios pasos la superficie de casi todas las estancias que pudo. Bajó incluso a la mazmorra y tuvo sus más y sus menos con Boremac, el carcelero. Para calcular alturas usó varios métodos. El más básico era el de la comparación proporcional que le enseñó su padre: si la sombra de un objeto de altura de dos pasos mide un paso, la altura de otro cuya sombra arroja dos pasos es cuatro pasos.
Y un día, con todos esos datos sobre el papel y tras muchos cálculos, Branelor encontró lo que buscaba. Consiguió hablar con un clérigo de Cristaldea que pasaba por el mercado y que tenía vía directa con el Rey, y le explicó que quería hablar con Emerthed de aquel asunto. El clérigo tomó interés; fue a casa de Branelor y vio el plano con sus propios ojos. Bránelor le dijo que, según sus cálculos, si una catapulta enemiga lanzase una roca de tamaño medio sobre un punto concreto del castillo, el daño sería terrible, ya que tal cual estaban ubicadas las piedras de las torres, mal trabadas y con espesor insuficiente, un golpe que desplazara cinco o seis podría provocar un derrumbe similar al de un castillo de naipes. Él proponía reforzar interiormente con otra fila de piedras cortadas rectangularmente bien trabadas en un sentido concreto, a modo de nervios que apuntalaran ciertas zonas para minimizar el daño de un impacto directo.
Tras la exposición del padre de Dorianne, el clérigo habló:
—Supongamos que tus cálculos son correctos, hermano constructor. El enemigo sólo podría hacer ese daño si tuviera este plano o si alguien le contase nuestro punto débil, ¿verdad? —le preguntó el clérigo.
—No lo creáis así. En un ataque se lanzan multitud de rocas con catapultas. No sería extraño que alguna impactase en alguno de estos puntos frágiles de la construcción.
—Entiendo —le dijo—. Hablaré con Emerthed de inmediato de este asunto. No podemos arriesgarnos.
Y así fue como Branelor tuvo la cita esperada con el mismísimo Rey, pero no se desarrolló ni por asomo como él había soñado durante años. A la mañana siguiente de su charla con el clérigo, una patrulla de cuatro soldados se presentó en su casa y lo llevaron a la fuerza al castillo. Allí, en un tono bastante hostil, Emerthed le preguntó de dónde había sacado aquel plano, si tenía copias y si alguien más lo había visto. Branelor, viéndose el percal, decidió no implicar a su hija Dorianne en el asunto y nada dijo sobre ella. Dorianne supo que habían llevado a su padre al castillo aquel día, y fue lo último que supo de él. Lo buscó entre las habitaciones y pasillos a los que tenía acceso y también en algunos a los que no debería haber entrado, lo que le acarreó serios problemas. Drónegar, que llevaba años como criado personal de Emerthed, pudo enterarse de que a su suegro lo mataron en una de las salas de tortura, pero nunca supo qué se hizo de su cadáver. Fue el momento en el que Dorianne juró venganza y en el que Drónegar entendió que Emerthed estaba ya inequívocamente loco y que su reinado estaba llevando al desastre a toda su gente. Empezó a investigar quién era realmente aquél granjero de Grast del Río Curvo que le regaló el guantelete y más tarde consiguió un permiso del propio Rey para ir a buscar al paladín del reino, el cual, al estar aislado de las tribulaciones de Tharler durante años, tendría una visión clara del problema y pondría solución.
Mientras Drónegar buscaba al paladín en la Sierpe, Dorianne no dejaba escapar ninguna ocasión para fisgonear aquí y allá y enterarse de todos los chismes que pudieran serle útiles llegado el momento. Cualquier información podría ser valiosa si la cosa se ponía fea, o si tenían una oportunidad de vengarse. Drónegar tenía puestas todas sus esperanzas en Vallathir. Si su marido tenía razón y el paladín mataba a Emerthed o desataba una guerra civil, lo mejor era tener las espaldas cubiertas de información, escondrijos, puntos flacos y asuntos similares.
Un día escuchó que alguien especial iba a hacer una demostración de una magia que decantaría la guerra hacia Tharler, así que averiguó dónde sería aquella demostración y, a pesar de que su marido le dijo antes de marchar a la Sierpe algo así como “espérame, no te metas en líos”, su curiosidad pudo más que la prudencia y se ocultó tras unas cortinas. Tras el estruendo de la demostración ella dio un respingo y delató su escondite. Lo que vino después es de sobra conocido. El caso es que Dorianne visitó entonces forzosamente la mazmorra, concretamente una celda que acabaría conociendo como la palma de su mano donde era vejada por el carcelero, y también tuvo el dudoso placer de visitar el propio laboratorio del chapucero, donde le infligían torturas menores con los inventos y magias del gnomo.
Todas esas experiencias, lejos de derrumbarla, le endurecieron todavía más el carácter. Sabía que era muy capaz de matar sin remordimientos si con ello defendía su vida y la de su familia. Lucharía con uñas y dientes por ellos, como una loba cuidando de su camada. Por eso, hacía mucho tiempo ya que tenía planeada la fuga de aquella celda por sus propios medios. No lo hizo antes porque sabía que pondría en peligro a Drónegar y a su hijo. Y Téanor era su punto débil. Ella y Drónegar creyeron durante mucho tiempo que le estaban educando bien, con buenos valores. Pero fue a partir de los doce años cuando el chico empezó a desarrollar su cuerpo y sus habilidades físicas, que no eran pocas, lo cual le indujo a creerse todos los halagos que le iban haciendo y a querer perfeccionar sus artes para entrar en el ejército y ser un caballero de primer nivel. Dorianne, centrada entonces en la muerte de su padre y su venganza, se culpaba a sí misma por no haber dedicado más tiempo a explicarle a su hijo que aquello sólo podría traerle desgracias. Quizás no debería haberle ocultado que esa nobleza que tanto admiraba y deseaba obedecer, había matado a su abuelo vilmente sólo porque quería ganarse la vida honradamente y reforzar las defensas del reino; que el Rey había interpretado aquello como una amenaza y se había encargado personalmente de él.

7. Dorianne

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Lo que tenía claro Dorianne era que sin un plan de escape global, aquella aventura iba a acabar en desgracia, y debía seguir allí, agazapada, hasta que llegase el momento oportuno. Y entonces apareció aquel mediano, urdiendo un plan de escape para todos ellos. No estaba muy segura de que Dedos tuviera la capacidad suficiente para llevar a cabo una empresa de aquella magnitud, por lo que le siguió la corriente en lo que pudo y se mantuvo un poco a la expectativa de los acontecimientos. Intentó que se centrara en poder salir de la ciudadela, de atravesar la muralla, ya que ella tenía clara toda la primera fase de la escapada. ¿Lo conseguiría el mediano? No podía saberlo entonces, pero poco después desde su celda pudo ver cómo pasaban por delante de ella unos cuantos soldados que sujetaban a Drónegar y a Dedos... ¡y los llevaban a una de las salas de tortura! Al poco, el príncipe Demerthed les siguió. Vio entonces que no había alternativa. Debía de salir de aquella celda por su propio pie, pues aunque las posibilidades de escapar por completo no estaban muy claras, mucho peor era dejar que los acontecimientos siguieran aquel fatídico curso. Había que actuar y rápido. Así que ejecutó su plan paso a paso, tal cual había estado practicándolo en su mente durante tanto tiempo. Empezó entonces a desgarrarse el vestido.

7. Dorianne

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Boremac estaba alucinando. Acababa de ver pasar al príncipe heredero y a sus hijos llevando a dos individuos a la sala de torturas. A uno de ellos no lo vio del todo bien, pero el otro era inconfundible aún bajo la mortecina luz de las antorchas gracias a su altura mediana. Era Dedos, el bufón. Seguramente le habrían pillado con las manos encima de una de esas caras botellas de vino. Si eso era cierto, durante la tortura el mediano podría confesar que compartió ese vino con Boremac. Pero Boremac expresó en voz baja, para sí mismo, su máxima preocupación:
—Se acabó el buen vino y las partidas de cartas en este oficio.
En realidad supo desde el principio que tarde o temprano acabarían pillando al bufón en pleno hurto y que éste pagaría con creces las consecuencias. Una lástima, pues le había cogido cariño a aquel mediano borrachín y también al dinero que le ganaba con los juegos.

Pero cuando alucinó de verdad fue cuando vio a Dorianne, sus pechos contra los barrotes, mirándole fijamente, ligera de ropa y con el pelo recogido.
Algo trama esta zorrilla, pensó Boremac. Pero ella es débil, no tiene armas y tiene ganas de que la empotres contra los barrotes, le dijo su entrepierna, henchida de sangre. Entonces el carcelero hizo caso a su segundo cerebro, que al fin y al cabo era el cerebro de las grandes ocasiones. Cuando un hombre sufre problemas de erección, cada vez que se presenta una buena oportunidad, es una oportunidad de oro, y es entonces cuando el quinto miembro toma el control (esto es cierto incluso cuando no hay problemas de este tipo). Por tanto, es entendible que el carcelero se acercara primero a la celda para averiguar si aquella mujer estaba realmente tan caliente como él lo estaba, y rápidamente concluyó que sí. Abrió la celda, empujó a Dorianne hacia atrás y cerró tras él. Dejó su espada afuera por comodidad y precaución. Se bajó los pantalones a una distancia prudencial para ir acercándose cautelosamente a su presa. Se oyó un grito proveniente de la sala de torturas. Boremac no hizo ni caso; asuntos rutinarios que no debían distraerle de lo importante.
—Oh, veo que hoy vienes realmente preparado —le dijo ella sentándose en el suelo, contra la pared con las piernas abiertas—. Hoy vas a darme verdadero placer, ¿verdad que sí?
Boremac la cogió por las manos y la arrastró hacia el camastro. Cuando se puso encima y liberó las manos de la mujer, ésta se desató el pelo que estaba amarrado con una cinta hecha de su propio vestido desgarrado y la pasó alrededor del cuello del carcelero. Cuando éste quiso darse cuenta, Dorianne le había dado ya tres vueltas y anudado la cinta, impidiéndole respirar con normalidad, justo ahora cuando más lo necesitaba. Un buen rodillazo en los testículos ayudó bastante a quitárselo de encima, colocarse detrás de él y apretar la cinta sobre su cuello.

7. Dorianne

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Otro grito desgarrador desde la sala de torturas. Debía darse prisa.

Lo bueno de ahogar a una persona es que no puede gritar para avisar a nadie de que está siendo asesinado. La cinta del pelo no era la única que tenía preparada. Sacó otra con un conveniente nudo corredizo que pasó de nuevo por el cuello y lo arrastró hacia una argolla de la pared que solía usarse para atar a los presos. Pasó el extremo de la cinta por allí y lo levantó hasta que Boremac se puso de puntillas. No es que Dorianne tuviese fuerza para levantarlo en vilo. Pero cuando te ahorcan, la reacción es evitar el ahogamiento y vas donde tienes que ir y haces lo que tienes que hacer para no ahogarte todavía más. Otra cinta más con nudo corredizo apareció y la usó para inmovilizarle las manos. El ahorcado abrió la boca como si con ello pudiera de verdad coger más aire y Dorianne aprovechó para meterle en la boca la pernera de sus propios pantalones. Dorianne se hizo con las llaves y salió de allí, dejando a Boremac con la cara hinchada y roja como un tomate, no sin antes observar al carcelero y decirle:
—Pues va a ser verdad eso de que los ahorcados morís empalmados. Lo dicho, hoy me has dado mucho placer. Saluda a mi padre desde los aposentos de Ommerok.

7. Dorianne

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Nada más salir le habló el preso fedenario de la celda contigua.
—¡Eh! —exclamó—. ¡Me prometisteis sacarme de aquí!
Ella le miró y le lanzó el llavero con todas las llaves de las celdas y le dijo:
—Ahí tienes. Libéralos a todos; se va a armar bastante jaleo a partir de ahora —dijo. Podría haberse apoderado entonces de la espada de Boremac, pero le gustó más hacerse con Rabia y Dolor. Tras oír el enésimo grito, las descolgó y agregó—: Yo tengo prisa.

7. Dorianne

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal