La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

2
Salida de Vúldenhard

Y ahora, qué? —había preguntado Drónegar a sus dos compañeros.
Su alrededor se encontraba lleno de sangre y cuerpos abatidos, algunos desmembrados. Entre ellos, destacaba el decapitado Rey Emerthed. Fuera de aquella sala lo que había era centenares de soldados tharlerianos que, de saber lo que había ocurrido allí dentro, les pasarían a cuchillo en el mejor de los casos.
—Yo tengo un dragón que matar —dijo Endegal, como si hablara de comprar patatas en el mercado—. Saldré por la ventana, escalaré la muralla y nadie en Vúldenhard sabrá de mí nunca más.
—Te romperás una pierna, si piensas salir por ahí —dijo Vallathir—. Las dos con suerte.
—Caeré suavemente hasta el suelo sin un rasguño. No por nada me llaman Endegal el Ligero —le replicó.

Vallathir cabeceó una media afirmación; no sabía muy bien cómo, pero veía muy capaz a aquel muchacho de hacer lo que le había dicho. Quizás por la forma en que había luchado contra Emerthed.
—¿Y nosotros qué haremos, mi señor? —preguntó Drónegar.
—Tú puedes salir tranquilamente por la puerta. Nadie te hará mucho caso. Si te preguntan, dirás que estamos todavía reunidos con el emisario del este, tratando asuntos de gran importancia.
—¿Y vos, mi señor?
Vallathir se encontraba en una encrucijada realmente complicada. Su honor le empujaba a salir de aquella sala y relatar los acontecimientos tal cual habían sucedido. Él había decapitado al rey porque el rey había sucumbido a las fuerzas del Mal. Él podía atestiguarlo porque era precisamente el paladín del reino y podía estar seguro de ese tipo de asuntos. Era un argumento de peso, pero lo siguiente que ocurriría es que lo arrestarían y lo llevarían a Tharlagord para ser juzgado ante el príncipe Demerthed. Después, sólo le aguardaba la muerte. No era la simple muerte lo que le atormentaba, sino el ser tratado como traidor entre su propia gente, como asesino de su tío el rey, de conspirador contra la Corona. Le vino a la mente al propio Aunethar, el arcaico paladín de Tharlagord (o Tharl-haor, como se denominaba en la antigüedad). Aunethar, que había pasado a la historia como el Paladín Renegado, tratado como un traidor a su reino, cuando en realidad había hecho por su reino más de lo que nadie nunca haría. Por Tharlagord, por Fedenord y por todos los pueblos libres, porque el bien y el mal no entienden de reinos, sino de justicia o injusticias. Lo cual le llevaba también al otro asunto.
—Portador de la Purificadora de Almas, ¿qué asunto es ese de matar a un dragón? ¡Habla!
—Ya habéis visto el poder de Emerthed, un anciano centenario que bien podría haberos partido en dos con sus propias manos. El guantelete no es el único objeto de poder malvado que ha sido diseminado por el mundo con el único objetivo de sembrar el caos. Por lo que sabemos, existe una sociedad secreta llamada la Hermandad del Caos que es tan responsable de crear estos objetos de poder como de infestar de orcos y alimañas similares estas tierras. Al parecer tenían a su servicio dos dragones. Uno de ellos lo mató el portador original de la Purificadora de Almas hace cinco mil años.
—¡Aunethar!
—El mismo.
—El dragón que quedó con vida... ¿Es ése al que tienes que matar?
—Exacto. Lo hemos encontrado en las Colinas Rojas, atrapado dentro de los túneles enanos. Y es mi deber acabar con él, antes de que logre escapar de allí. Ahora, si me disculpáis, tengo que irme —dijo encarándose hacia la ventana.
—¡Espera! —exclamó Vallathir. Tanto Endegal como Drónegar aguardaron unos instantes, demasiados, pues Vallathir parecía estar meditando si decir aquello o no—. Soy el paladín del reino, mi deber, como lo fue el de Aunethar, es acabar con el Mal, allá donde se halle. Te acompañaré, a ti y a la Purificadora de Almas, allá donde vayáis para cumplir este cometido.
—Está bien —dijo Endegal tras pensarlo un poco. No entraba en sus planes llevar compañía y menos a alguien que acababa de conocer. Pero no le cabía duda que Vallathir le había salvado la vida y eliminado a Emerthed. Estaba en deuda con el paladín, así que de momento le permitiría acompañarle si ese era su deseo. Más adelante sopesaría si Vallathir resultaría una ayuda útil o una carga, y obraría en consecuencia. Así que sentenció —: Te espero entonces más allá de la muralla. Consígueme un caballo.

2. Salida de Vúldenhard

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Para salir los tres indemnes de aquella sala, tras acordarlo, hicieron lo siguiente: salieron de allí por la puerta el paladín y el criado del rey aparentando normalidad. Endegal, desde dentro, atrancó esta puerta con todo aquello que encontró para que nadie pudiera abrirla desde fuera si no era usando fuerza mayor y, cuando acabó, abrió la ventana y saltó tan ligero como la brisa. Sabía que en este plan no podía sacar a su yegua Niebla Oscura de los establos reales. De hacerlo, se armaría bastante revuelo; los soldados sabrían que “el emisario del este” había salido de su reunión con Emerthed y de Vúldenhard, y el plan de escape para los otros dos se iría al traste de inmediato. Se maldijo a sí mismo por no haberlo previsto con antelación suficiente y haber pensado en la forma de no perderla, pero el ansia por matar a Emerthed le había cegado entonces. Así que cuando saltó la muralla con su ya habitual ligereza, se despidió de ella para siempre:
—Adiós, Niebla Oscura —dijo solemne y en voz baja mirando hacia las cuadras—. Me has sido una fiel montura. Espero que te vaya bien aquí. ¡Adiós!

Vallathir y Drónegar tuvieron que dar explicaciones en más de una ocasión. Bueno, en realidad sólo Vallathir, ya que Drónegar adoptó el papel de sirviente que seguía a su señor, papel que no le costó nada en asimilar. El paladín, muy a su pesar, tuvo que mentir varias veces. Él nunca mentía, al menos conscientemente. Era su forma de ser, y rogó a Arkalath para que su falta de práctica y su nerviosismo no lo traicionaran ahora, pues algo más que su vida estaba en juego. Era por ello que se obligaba a sí mismo a mentir, pues había un bien mucho mayor que su honorabilidad.
—¿Señor? —dijo uno de los guardias, esperando órdenes.
—Guardias —dijo el paladín esperando obediencia a los subsiguientes mandatos. Los cuatro guardias allí presentes se cuadraron—. Nuestro bienamado rey sigue reunido a puerta cerrada con el emisario del este discutiendo asuntos de estado realmente importantes y puede que tengan para rato. El deseo de Emerthed es que nadie les interrumpa hasta que acaben. Id hasta allí y custodiad la puerta para que nadie les moleste bajo ningún concepto. ¿Habéis entendido?
—Sí, Señor —dijeron al unísono.
—Más os vale. Os va la vida en ello —sentenció.
Aquella última frase les daría seguro una hora o dos más de ventaja, mientras discutirían estos guardias con soldados de más alto rango sobre quién asumía la responsabilidad de desobedecer una orden directa de Emerthed.

2. Salida de Vúldenhard

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Más adelante, cuando paladín y criado se encontraron con capitanes del ejército, Vallathir les dijo algo parecido, y además agregó:
—Tenemos que notificar al príncipe Demerthed cuál es la situación de estas conversaciones, por lo que hemos de partir de inmediato a Tharlagord.
—Lo dispondré todo para que una patrulla os acompañe y os escolte hasta la ciudadela.
—¡No! —espetó el paladín. Por suerte tenía preparada una respuesta que había ideado Drónegar poco antes—. No hay tiempo para preparativos, y seguramente Emerthed necesitará en breve todos los efectivos posibles aquí en Vúldenhard.
El capitán dio un respingo, alterado.
—¿Insinuáis que se aproxima otra batalla? —preguntó, inquieto.
—Yo no os he dicho eso, capitán. Ni se os ocurra decir que esas palabras salieron de mi boca. Cumpla las órdenes y tenga a sus soldados siempre alerta, tal y como es su obligación.
—Entendido, paladín.
—Eso sí —agregó Vallathir—, necesito otro caballo ahora mismo.
—¿Tres caballos para dos personas?
—¿Tengo que darle explicaciones de todo, capitán? ¿No le he dicho que nos urge ir a Tharlagord lo más rápido posible? Me llevaré un caballo de repuesto, por si uno desfallece.
—Lo lamento, Señor. Tome mi caballo, es fuerte y rápido.
—Perfecto. Ahora, partimos. El tiempo apremia.

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Fuera de Vúldenhard, apartados ya de las miradas indiscretas, se reunieron de nuevo los tres responsables del magnicidio. Vallathir dijo:
—¿Qué vas a hacer tú ahora, Drónegar?
—No tengo alternativa —contestó apesadumbrado—. He de ir a Tharlagord a ver a mi mujer y a mi hijo. Intentaré sacarlos a ambos de allí, aunque sé que va a ser complicado. Mi hijo está alistado en el ejército y está encantado de servir a Emerthed y Demerthed. No sé cómo voy a convencerle de que hay que salir de allí cuanto antes. Mi mujer está retenida en alguna parte, me dijeron que en alguna sala de curación, pero no estoy seguro porque no me dejaron verla. La han acusado de injurias y locura. Además, tengo que ir pensando en una excusa creíble que decirle al príncipe Demerthed acerca del porqué de mi regreso que no levante sospechas.
—Entonces tienes ante ti una tarea realmente difícil —dijo Vallathir poniéndole la mano sobre el hombro—. Sobre todo teniendo en cuenta de que cuando llegue la noticia a Tharlagord de la muerte del Rey, es muy probable que te relacionen con ella, ya que los soldados saben que tú trajiste al "emisario del este" que supuestamente habría asesinado al Rey. Sabrán incluso que estuviste en la misma sala. Te acusarán del mismo modo que me acusarán a mí cuando encuentren el cuerpo.
—Bien que lo sé —admitió—. Por eso debo partir con urgencia. En eso no hemos mentido a los soldados.
—Amigo Drónegar —agregó el paladín con pesar—, sabes que te debo mucho e iría contigo si te fuese de alguna ayuda. Pero mucho me temo que mi llegada a Tharlagord provocaría más preguntas de las necesarias y poco o nada podría hacer por tu familia.
—No, Vallathir, su destino tiene miras mucho más altas. Ya habéis liberado a Tharler de la tiranía de Emerthed y probablemente la guerra con Fedenord se enfríe. Ahora, junto con maese Endegal, debéis acabar con ese dragón y esa Hermandad maligna que hizo sucumbir a nuestro Rey. Los asuntos de mi familia son míos, no pretendo arrastrar a nadie a mi propio abismo.

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Endegal le dijo entonces:
—Lucha por los tuyos, Drónegar. Tu decisión es encomiable y muy valiente. Y te admiro por ello. Veo que conservas el émbeler de Hidelfalas. Si consigues la difícil misión que tienes por delante y no sabes adónde ir, coge a tu familia ve al Bosque del Sol tal y como hiciste hace días. Allí recibiréis cobijo. Techo, comida y protección. Eso es lo que te ofrezco. Ahora, parte con presteza.
—Gracias, señor Endegal —dijo—. Adiós, mi señor Vallathir. Suerte a ambos en su misión.
Y partió tan rápido como pudo.

—¿Cobijo en el Bosque del Sol? —preguntó el paladín tan pronto la silueta de Drónegar se hizo tan pequeña como una castaña—. ¿Acaso hay algún campamento secreto allí?
—Sí. Más o menos. Ahora, vamos. Nuestro tiempo también apremia.
—Hacia las Colinas Rojas, imagino.
—No. Al Bosque del Sol. Es importante que comunique lo ocurrido a mi gente. Si vas a ayudarme en esto, es hora de que conozcas la historia completa. No estoy solo en esto.
—Lo sé. Nos cruzamos en la Sierpe Helada. Ibas con una mujer y un mediano. Yo con Drónegar.
—Cierto. Drónegar me contó vuestra historia.
—Nosotros recogimos a Aunethar después de que lo abandonárais.
—Ya he tenido esta charla antes con Drónegar. No lo abandonamos sin más. Estaba muriéndose y le pagamos al posadero para que estuviera a su cuidado. Él, sabiéndose moribundo, me entregó La Purificadora de Almas para que no se quedase sin portador. Me traspasó su responsabilidad, pues me dijo que ahora era mía: acabar con La Hermandad del Caos. Y en ello estoy.

2. Salida de Vúldenhard

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El paladín lanzó una mirada torva a Endegal, y dijo:
—Aunethar me dijo que debió de haberme entregado la espada a mí. Al fin y al cabo yo soy su sucesor natural como paladín.
—Y muy posiblemente te la hubiera entregado a ti si hubieras estado allí con nosotros cuando lo despetrificamos o cuando empezó a envejecer a cada latido y pensó que iba a morir antes del alba. Pero no estabas tú, estaba yo y ahora no podemos remediar eso. Ya has visto que no puedes manejar la espada.
—¿Y si pudiera? ¿Me la entregarías entonces?
—Eso jamás lo sabremos.

2. Salida de Vúldenhard

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal