La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

19
Oleadas de muerte

No fue difícil para Dorianne, Drónegar y su hijo Téanor encontrar Bernarith'lea. Aparte del émbeler que portaba el padre de familia, tuvieron la inestimable ayuda de un par de elfos que intervinieron cuando tres goblins calzados en sus respectivos huargos les atacaron cuando estaban adentrándose en las profundidades del bosque. Drónegar comprobó por enésima vez que tanto su mujer como su hijo eran diestros en las armas y se sintió de nuevo un poco inútil, ya que es el padre el que suele asumir el rol más belicoso de la casa en pos de defender a su familia, pero él era una persona tranquila, más dada a resolver los conflictos con el diálogo que con los puños, aunque en ocasiones lo segundo solía ser más efectivo.

—Téanor ha salido a ti —solía decirle a su mujer.
—No te creas —solía responderle a ella—. Es tan cabezota como tú.

A pesar de sus diferencias era una pareja bien compensada y avenida; como suele decirse, se complementaban bien. Ella era la que le incitaba a hacer cosas inesperadas y valientes, mientras que él la sosegaba cuando a ella le hervía la sangre y evitaba que realizase alguna estupidez. Él le inspiraba humildad, honradez y constancia. Ella le infundía fuerza, decisión y aventura. La clave estaba en escucharse mutuamente y entenderse.

19. Oleadas de muerte

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

A primera vista, su hijo Téanor era muy distinto, pero en realidad, a poco que uno se fijara, podía darse cuenta de que había heredado cualidades de ambos, aunque la siempre complicada adolescencia hubiera acentuado más los defectos que las virtudes. A decir verdad, vivir en un ambiente bélico y tener aptitudes para las armas también había contribuido bastante al desarrollo del carácter de Téanor.

En cualquier caso, la huida exitosa de Tharlagord les había unido a los tres como jamás lo haría otra cosa. Como por arte de magia, Téanor entendió el valor de sus padres para hacer todo cuanto hicieron por él, por la familia y por el reino.

—¿De verdad Emerthed está muerto por tu causa, padre?
—Sí, y lamento que todo haya tenido que acabar así. Antes de que tú nacieras, Emerthed gobernó con sabiduría este reino, pero llegó a sus manos el guantelete y todo cambió para mal. Se enfrentaron a él Vallathir y Endegal. Yo provoqué el encuentro, en cierta manera. Finalmente Vallathir lo decapitó.
—Me parece tan... Increíble.

Decía aquello con admiración. Emerthed era considerado prácticamente inmortal, pues nadie en todo el reino podría imaginarse que fuera a morir ni por asomo. Quien le hubiera contemplado una sola vez en los últimos veinte años, aunque fuera un breve instante, jamás se le habría pasado por la cabeza tal cosa. Ningún súbdito vivo había conocido otro monarca. Para todos ellos era el rey eterno. Estuvo, estaba y estaría siempre en el trono. En otras circunstancias, Téanor hubiera pensado que conspirar para matar a Emerthed era un acto de traición, pero él siempre tuvo sus dudas morales respecto a cómo llevaban el reino él y las autoridades, pero cuando supo que Vallathir —a quien tenía como referente máximo de rectitud, honor y justicia— había sido uno de los ejecutores en connivencia con su padre, empezó a verlo todo cristalino, como si con ello eliminara de un plumazo todos los datos erróneos de un razonamiento sencillo.

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—Os habéis defendido bien —les dijo uno de los elfos— para ser humanos —matizó poco después, recordándoles que fueron finalmente sus flechas las que acabaron con la vida de los dos jinetes y sus fieras monturas.
—Gracias —dijo Drónegar, todavía jadeante.
—Me refería a ellos dos.
Hubo un silencio incómodo. El otro elfo tomó la palabra.
—Tú debes de ser Drónegar y ésta, tu familia.
—Lo somos —dijo Téanor, extasiado por la elegancia y efectividad en batalla de aquellos dos seres.
—Endegal nos habló de vosotros. Seguidnos. Os llevaremos hasta nuestra aldea, donde seréis acogidos, si queréis, o bien seréis libres de marchar si queréis estar lejos del desastre que se nos avecina.
—¿Qué desastre? —preguntó Dorianne.
Los elfos se limitaron a andar hacia Ber'lea, pues no les correspondía a ellos dar esa respuesta. Los detalles sobre una Visión que vaticinaba muerte sobre el bosque entero se los dio el propio Hallednell, Líder Espiritual, y ellos no supieron si tomárselo en serio o como una superstición habitual en los poblados que viven aislados del mundo exterior o quizás como un intento de invitarles amablemente a que se buscasen otro lugar donde pasar las noches. Decidieron quedarse momentáneamente hasta que pudieran hacer sus propios planes, pues aunque los elfos fueron bastante hospitalarios, notaban que ellos no pertenecían a aquella cultura y que aquél no podría ser jamás lugar para una familia como la suya.
—Endegal y Vallathir volverán aquí —dijo Drónegar—. Me gustaría charlar con ellos antes de partir hacia un lugar incierto. Quiero saber también cuál ha sido el desenlace de esa misión tan peligrosa en la que se han embarcado.

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A Hallednell le pareció bien escuchar aquellas palabras. Había tomado temporalmente el rol de Líder Natural tras la muerte de Ghalador, pues todo se dirigían a él para consultarle todos los asuntos que le correspondían al tanto al Líder Natural como al Espiritual. Al antiguo Líder Natural nunca le había hecho gracia que extranjeros morasen en Bernarith'lea, así que el Visionario decidió honrar su memoria en aquellos momentos complicados. Con una estancia corta para aquellos humanos habría cumplido la promesa con Endegal. A Ghalador le hubiera gustado así, pensó.

Apenas unos días después, el Visionario soñó la misma Visión, más intensa, y supo que ese mismo día devendría el desastre. La Comunidad estaba tensa y alerta y, en un determinado momento, notaron como la tierra emitía un quejido, el lamento de la madre Naturaleza por la pérdida de lo más sagrado. Los pájaros abandonaron de golpe el bosque, y las bestias terrestres huyeron despavoridas. Jamás el bosque estuvo en un silencio tan tenso. Empezaron a oírse sonidos lejanos de batalla, como si un ejército arrasara el bosque. Un par de elfos vigías llegaron para dar la voz de alarma.

—Cuéntanos, qué enemigo nos ataca —le exigió el Visionario.
—Lo que viste, Visionario. ¡Oleadas de muerte!

19. Oleadas de muerte

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La primera oleada fue terrible. Los elfos descubrieron mal y tarde que su defensa era del todo inútil contra aquellos enemigos de ultratumba. La aldea élfica no estaba oculta para ellos, pues iban directos al corazón de Ber'lea como si les guiara el propio reflejo de Los Cuatro Émbeler. Las flechas se hundían en sus cuerpos como si nada. Muchas veces, incluso los atravesaban, pues la carne pútrida era blanda. Eso, cuando no carecían de ella y los dardos pasaban directamente entre los huesos como si dispararan a fantasmas. Las espadas afiladas y ligeramente curvas apenas les hacía algún daño. De nada servía atravesarles el corazón y de poco cercenarles algún miembro, salvo si era el que empuñaba el arma. Decapitarles les aturdía momentáneamente, pero los cuerpos solían recuperar la cabeza y volvían al ataque. Los elfos caían como moscas.

Fue Dorianne la que con sus dos hachas de mano prestadas de su carcelero, Rabia y Dolor, dio con la manera más efectiva de acabar con ellos: rompiéndoles los huesos o el cráneo. Para desgracia del pueblo elfo, no disponían casi de ningún arma contundente para llevar a cabo esa misión. Algunos tuvieron que echar mano de las herramientas de la forja élfica, tales como martillos, tenazas o barras de metal destinadas a convertirse en futuras espadas o enseres. Drónegar se refugió en una de las casas del árbol, a sabiendas que sería hombre muerto si pisaba el suelo, y eso era algo que su mujer le dijo muy claro que no iba a consentir de ningún modo. Téanor iba repartiendo espadazos a diestra y siniestra, partiendo cuerpos como bien podía.

19. Oleadas de muerte

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El Visionario encontró también el modo de frenar a algunos enemigos. En su visión profunda del mundo espiritual, veía claramente cómo los cuerpos animados tenían sus almas respectivas débilmente ligadas a ellos. Era normal, pues cuando alguien muere y su alma se va, por mucho que ésta vuelva a su cuerpo jamás estará tan vinculada a él como cuando estaba en vida. Por ello, se esforzó en emitir impulsos espirituales, ondas de choque, contra esas almas débiles, desacoplándolas de los cuerpos al menos durante un tiempo suficiente como para que se desplomaran y alguien pudiera aplastar sus cráneos con pedruscos.

El druida movilizó todas las raíces que pudo y éstas retuvieron a muchos zombies, impidiéndoles avanzar. Invocó después un muro de espinas que iba atrapando muertos como moscas en una tela de araña. Invocó también un viento huracanado que protegía circularmente el interior de la aldea, con la contrapartida de que también afectaba a los guerreros elfos que se encontraban cerca y que arrancaba ramas de los árboles. Parecía que empezaba a igualarse la batalla cuando entonces llegó la segunda oleada de muerte.

La segunda oleada no era otra cosa que los cadáveres vivientes de la siguiente fosa que visitó el nigromante, con lo que el número de enemigos se multiplicó. Tanto, que ya no había suficientes raíces para reterenrlos a todos, y parte del muro de espinas se vino abajo de la inmensa cantidad de cuerpos que se amontonaban en él. Los muertos trepaban por encima de los muertos atrapados. Derlynë y algunos otros elfos se encontraban en el jardín defendiendo sus vidas con uñas y dientes y fue allí por donde la segunda oleada entró. Por suerte, cuando un muerto viviente fue empujado hacia uno de los canales por donde se distribuía el agua y aulló de dolor al tocar el líquido elemento, la discípula del Líder Espiritual recordó las palabras de Vallathir y cayó en la cuenta de que el agua purificada por la espada de Endegal podría ser equivalente al agua bendita de los templos de Cristaldea. Y a esa agua, capaz de eliminar maldiciones y enfermedades con la que intentaron curar a Alderinel, se le atribuían también propiedades contra las criaturas demoníacas. Así que actuó en consecuencia. Puso en práctica sus habilidades recién aprendidas sobre el dominio del agua. Se concentró, y en su mente pronto aparecieron dos tipos de agua en el jardín, el agua purificada en una zona muy concreta y luego, en mayor cantidad, el resto de agua potable en las canalizaciones y en el pozo. Se concentró en la primera y la hizo bailar.

19. Oleadas de muerte

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No había mucha agua purificada, pero llegó hasta ella, gota a gota, hasta formar una bonita columna giratoria de la altura de una persona y del diámetro de un pequeño árbol al que se podría abrazar. La columna bailó alrededor de ella como una peonza. Cuando percibió que tenía un control aceptable, la lanzó contra sus enemigos y vio que el efecto era el esperado. Al contacto con un no-muerto éste casi se desintegraba. Efectivo contra un enemigo, pero lento contra cientos. Intentó otra maniobra, dividir la columna en dos. Lo consiguió. Podía controlarlas cada una con una mano, cada una con un ojo, cada una con una parte de su cerebro. Ahora abatía el doble de enemigos, pero tampoco era suficiente. De cada una sacó dos más. Cuatro en total. Eran columnas más delgadas, pero bastaban para seguir fulminando no muertos, seguía controlándolas bastante bien las cuatro, aunque con menos precisión. Creyó que podría duplicarlas de nuevo y lo hizo, pero ya eran demasiado delgadas e inestables. Se le ocurrió invocar agua corriente y mezclarla con el agua bendita. A fin de cuentas se diluiría y perdería poder, pero seguiría teniendo efecto mortal contra sus enemigos. El agua de las canalizaciones se agregó y las ocho columnas de agua crecieron. No podía controlarlas por separado, así que les dio a todas el mismo movimiento. Danzaron alrededor suyo circularmente, cada vez más deprisa y variando la distancia respecto de ella, su centro, según le convenía. Tenía así un escudo de agua que fulminaba zombis por donde ella pasaba. Los elfos que luchaban a su lado lo tenían en cuenta y atraían a los no-muertos hacia ella mientras ellos se escudaban detrás.
Sin embargo, en cada colisión se perdía una parte del agua, de tal suerte que, poco a poco, las columnas de agua fueron menguando hasta desaparecer.

19. Oleadas de muerte

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Y entonces vino la tercera oleada que inundó de nuevo el jardín.

19. Oleadas de muerte

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal