La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

26
Portadores

—No la toquéis… —dijo Vallathir—. No estoy seguro, pero es posible que el contacto con la espada pudiera mataros. Alejáos de ella, pues podría albergar otros peligros inimaginables.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Téanor—. ¿Por qué se ha vuelto negra?
—No lo sé… Pero de algún modo es como si el alma del nigromante la dominara ahora. Como mínimo la espada ya no me reconoce como su portador y eso no es nada bueno. No podemos quitarle el ojo de encima. No sabemos qué puede ocurrir a continuación.
—Paladín —interrumpió Derlynë—, ¿qué ha sido del resto de la compañía que partió al Pantano Oscuro? ¿Siguen vivos?
—Seguían vivos cuando los dejé, salvo Fëledar, pero cierto es que tenían en frente serios problemas.
—¿Fëledar muerto? Qué terrible noticia. ¿Cómo…
—Acabó dentro de una fosa con millares de orcos a su alrededor. No nos dejó ayudarle, sabía que no saldríamos con vida ninguno.
—Qué horrible muerte… ¿Y el resto?
—De los demás no puedo asegurar que sigan respirando en estos momentos. Partiría ahora mismo en su ayuda, pero el trecho es demasiado largo. Y sin La Purificadora de nuestra parte, mucho me temo que el destino no depara nada bueno.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? Dices que el trecho es largo, pero parece que tanto tú como ese demonio llegásteis aquí mediante un atajo.
—Así es. El nigromante abrió un portal hasta aquí. Yo le seguí. El portal se cerró inmediatamente detrás de mí. Es imposible volver por el mismo lugar. Siento ahora que abandoné a mis compañeros.
—Nos salvaste a nosotros —dijo Elkerend.
—Quizás no del todo —dijo el paladín sin apartar la mirada de la espada oscura—. Del todo no.

26. Portadores

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Endegal estaba inmovilizado, con una roca de varias toneladas suspendida prácticamente sobre su cabeza. Sephabaïr se recreaba intentando poner la roca perfectamente alineada con el cuerpo del semielfo. Eso le salvó seguramente la vida, porque aunque Elareth estaba lejos de ellos para prestarle ayuda, el lobo plateado compañero de Algoren’thel llegó a tiempo de intervenir. Saltó contra el Señor del Caos y éste lo vio y pudo reaccionar, lanzándole una onda telequinética que desplazó a Draugmithil por los aires. Aquello liberó la presa sobre Endegal y éste pudo rodar justo a tiempo antes de ser aplastado por aquel pedrusco. Algoren'thel llegaba cojeando. Sephabaïr se frotaba las manos; tenía a cuatro enemigos, incluyendo al enorme lobo, y los cuatro juntos eran incapaces siquiera de tocarle.

Desarmados, lisiados, tullidos
y un lobo amaestrado.
Contra Sephabaïr, Señor del Caos y la telequinesis.
Resulta cómico.
Reuníos, quiero veros bien.

Con cuatro movimientos de manos los reunió a todos en contra de su voluntad, apelotonándolos y golpeándolos entre sí. Aún sabiéndolos indefensos, prefería tenerlos a todos controlados, dentro de su campo de visión. En pie se pusieron sólo el lobo y el Solitario, que todavía usaba el cayado para apoyarse, y éste dijo:
—¿Te gusta lo que ves, demonio? Estamos heridos y tu poder es grande. Ganarás esta lucha casi con toda seguridad. Pero no vamos a ponértelo fácil.
Se irguió y puso a Galanturil en posición defensiva. Draughmithil emitió un gruñido amenazador.

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Necio.

Con ambas manos lanzó una onda de choque fortísima, poyectando al elfo y al lobo contra la roca. Se oyó un crujir de huesos. Tanto Algoren'thel como Draugmithil se quedaron en el suelo, sin poder levantarse esta vez. El Solitario vomitó sangre. Sephabaïr parecía dispuesto a terminar con ellos dos definitivamente, pero se intentó levantar entonces Endegal, consciente de que con ello llamaría la atención del Señor del Caos y les daría un respiro a sus compañeros. Lo consiguió, para su desgracia.

Os turnáis para que os triture.
Vuestro sacrificio es encomiable.
Pero ya es hora de morir.

Puso la mano en forma de garra y en dirección al semielfo. En ese instante, Endegal notó como si la mano estuviese dentro de su propia garganta, apretándole directamente la tráquea. Se echó instintivamente la mano que le quedaba al cuello, pero era del todo imposible librarse de aquella garra invisible. Hincó una rodilla en el suelo, pero Sephabaïr prefería una postura más adecuada para la ocasión. Levantó la mano y ello obligó a Endegal a ponerse en pie contra su voluntad. La levantó un poco más y le hizo levitar dos palmos del suelo. Era como tenerlo ahorcado sin que mediase ni cuerda ni árbol. Le faltaba el aire y ninguno de sus amigos estaba ni suficientemente cerca del verdugo, ni en condiciones físicas para ayudarle. Sus ojos se llenaron de lágrimas y de venillas rojas. ¿Dónde estaba Avanney, su única esperanza en aquel momento? ¿Muerta, tal vez? Era el fin. Entonces sintió algo familiar entrar en escena.

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—¿Qué hacemos entonces? ¿Esperar simplemente a que lleguen noticias de los demás? —preguntó Téanor.
Los elfos supervivientes empezaban a retirar cadáveres, separando claramente los que pertenecían a orcos de los recientes hermanos elfos sacrificados en aquella locura. Aristel empezaba a recobrar poco a poco su forma humana, separándose de la tierra y de su bastón. Ya casi no le salía ninguna ramita por ningún orificio corporal.
—Quiero ir al centro del Pantano Oscuro a comprobar por mí mismo qué es lo que ha ocurrido, pero necesito recuperar fuerzas. Con un poco de suerte nos cruzaremos con nuestros amigos que estarán de regreso de su misión.
—Yo te acompañaré. Quiero vengar la muerte de mi padre.
—Eres bravo, Téanor. Y un gran guerrero, diestro con las armas. Y valiente, pues te imaginarás que los horrores que has visto aquí son una pequeña muestra de los que allí existen y aún así quieres meterte en la boca del propio diablo.
—¿Qué más hay allí? ¿Qué han visto tus ojos? ¿Mucho peor que esto?
—No quieras saberlo, joven —respondió, recordando al mismísimo Ommerok salir desde el averno. Una imagen que le torturaría hasta el fin de sus días.
Téanor, aún sin leer los pensamientos de Vallathir, no le gustó nada la expresión del paladín y tragó saliva.
—Yo también iré con vosotros —dijo Dorianne—. ¿Cuándo estarás listo?
—Vosotros también necesitáis reponer fuerzas. Lo de hoy ha sido demasiado agotador, física y mentalmente. Además, me preocupa dejar atrás esta espada oscura. Me siento responsable de ella y no estaré tranquilo dejándola aquí. Pero creo que puedo cargar con ella.
—¿Cómo es posible? —dijo Derlynë—. Por lo que has comentado ya no puedes empuñarla. Su peso real te afecta igual que al resto de los mortales.
—Ya he cargado con ella recientemente, cuando aún no era su legítimo portador —se tocó la funda mágica plateada. Ésta, al menos por el momento, seguía siendo de mithril cromado.
—Oh, entiendo —dijo la elfa.
En ese momento, algo atrajo la atención del paladín. La espada oscura pareció llamarle por un momento.
—¿Que ocurre, paladín? —preguntó Dorianne al ver que se había puesto tenso de nuevo.
Él se limitó a indicar con la mano que se apartaran. Se acercó a la espada con cautela. Pudo ver una especie de mancha plateada en el pomo de la espada. La mancha oscilaba ligeramente como si fuera un líquido. Fue creciendo, poco a poco, ganándole terreno al metal oscuro. En poco tiempo, el mithril oscuro había sido rodeado del mithril plateado. Asemejaba ahora una mancha de aceite sobre aguas impolutas. Finalmente la espada quedó completamente cromada, como si nada hubiera ocurrido.
El padín la tocó primero con recelo, pasando el dedo por la empuñadura. Luego la empuñó sin miedo y la blandió, comprobando si había diferencia con el peso o comportamiento que él recordaba. Estaba todo en órden. O eso parecía.
—¿Qué ha sucedido aquí?
—No lo sé. Quizás el alma del nigromante era demasiado fuerte y la Purificadora ha necesitado su tiempo para neutralizarla.
—Como una digestión pesada… —dijo Dorianne.
—Sí, creo que ha sido algo de eso.
—Estupendo, entonces —dijo Dorianne—. Un problema resuelto. ¿Partimos mañana hacia el Pantano Oscuro a primera luz del día?
Pero justo entonces Vallathir sintió más claramente que nunca aquella llamada que ya le era familiar y no acababa de encontrarle el sentido. La llamada de Yuvilen Enthal directa a su cerebro: ¡Portador, ven! Y supo entonces lo que tenía que hacer.
—Creo que no puedo esperar a mañana —les dijo—. Adiós, amigos.
Y, simplemente, se dejó llevar por aquella sensación. Un hormigueo le embargó. Unos puntitos luminosos aparecieron sobre su contorno y su silueta se fue difuminando a los ojos de los allí presentes hasta que descubrieron, de pronto, que Vallathir ya no esta allí. Se había ido.

26. Portadores

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Vallathir reapareció en un escenario que recordaba perfectamente; aquella sima colosal llena de odio, de alimañas e inmundicia. El corazón del Mal Absoluto. A sus pies se hallaba Yuvilen Enthal, tumbado en el suelo, con un aspecto bastante deplorable. Cerca de él dos orcos muertos por impacto de algún tipo de proyectil mágico. Más allá se encontraba la figura de Sephtanner, sobre un charco de sangre oscura y con el pecho destrozado. A lo lejos unas figuras se movían de forma extraña. El hechicero elfo apenas se movía. Vallathir se posicionó para que los ojos del elfo pudieran verle. Se agachó y le apartó los cabellos de la cara.
—Yuvilen…
—Has… tardado mucho en responder… a mi llamada, Portador.
—He estado ocupado. Tampoco sabía que podías transportarme hasta aquí hasta que pude descansar un poco la mente. Y la espada…
—La espada y yo tenemos… Un vínculo. Yo la creé. Puedo invocarla a ella y al Portador si están juntos… Y si el Portador quiere. ¿Sephfamir?
—Derrotado.
—Bien… Creí que no lo conseguirías.
—Casi no lo cuento. Arrasó con todo en el bosque. Han muerto muchos elfos. A estado muy cerca de exterminarlos a todos. ¿Y tú?
—Derroté a Sephtanner, pero he pagado un alto precio. Las pocas energías que me quedaban las he usado para invocaros hasta aquí.
—Y para matar algún que otro orco carroñero, por lo que veo.
El Alto Elfo asintió con la mirada.
—¿Te recuperarás?
—Eso espero. No te preocupes por mí ahora. Tienes una misión que cumplir. Todavía quedan dos Señores del Caos con vida. Mira al fondo. Sephabaïr está machacando a tus amigos. Ayúdales.
—¿Y el que queda?
—Avanney ha ido sola a por él… Tiene posibilidades. Ha elegido bien a su adversario dadas sus habilidades. Yo me apañaré. Ayuda a los otros. Ve. Rápido.
Vallathir no perdió más tiempo y salió a la carrera. Por el camino tuvo que segar las vidas de algunos orcos y goblins que rondaban por allí. Para la Purificadora de Almas aquello era coser y cantar. En las cuestas todavía había cientos, quizás miles de orcos que no intervenían en las peleas de sus amos. El paladín entendió que hacerlo sin permiso explícito podría acarrearles la muerte. Gracias a eso, seguramente, seguían todos con vida, todavía. Todos menos Fëledar, claro está.
El paladín llegó a distinguir lo que estaba ocurriendo. Sephabaïr estaba a punto de matar a Endegal y él no iba a llegar a tiempo. Una sensación vino de la espada, que era claramente interpretable como:

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¡Lánzame!
Y así lo hizo. Con toda la fuerza que pudo lanzó La Purificadora de Almas en un ángulo ideal para un largo alcance. La espada describió una parábola enorme. Su peso real multiplicado por la velocidad que le había conferido el paladín le otorgaba una potencia inusitada y recorrió rápidamente el gran trecho que le quedaba. La Espada Benefactora se dirigía directa a la espalda del Señor del Caos, pero éste la sintió llegar, posiblemente por el sonido silbante del aire que cortaba, posiblemente porque Algoren'thel y Elareth alzaron la vista al observar el objeto plateado destellar hacia ellos o posiblemente porque sentía su energía pura acercarse como una flecha lacerante. Sea como fuere, Sephabaïr tuvo el tiempo justo para darse la vuelta y crear con todas sus fuerzas telequinéticas, y usando ambas manos, un escudo reflector que logró que La Purificadora rebotara en él, desviándola de su trayectoria inicial. Endegal había caído al suelo, agotado, pero sabiendo que La Purificadora estaba allí hizo un último esfuerzo y se levantó tan rápido como pudo. La espada todavía estaba en el aire cuando el semielfo extendió su brazo izquierdo con la mano abierta. La purificadora describió una trayectoria curva y acabó empuñada en manos de Endegal. Cuando Sephabaïr se dio la vuelta, Endegal ya estaba efectuando el espadazo definitivo.
Sephabaïr no tuvo tiempo de pestañear y terminó irremediablemente partido por la mitad. Cuando ambos trozos de carne cayeron al suelo, Endegal se acordó de respirar. Dejó la espada en el suelo y se puso a cuatro patas, tosiendo. Mientras tanto, La Purificadora de Almas hacía su trabajo y succionó el alma oscura del Señor del Caos en un potente remolino. Esta vez se volvió oscura mucho menos tiempo; apenas nadie se dio cuenta de ello o le dio importancia.
Elareth recogió las armas que pudo. Con su arco inutilizado, fue a por su sable élfico. Llegó el paladín hasta ellos.
—¿Estáis todos bien? —preguntó.
—No —dijo el Solitario.
—Seguimos vivos. ¿Te vale eso? —dijo Endegal.
—Me vale —contestó con media sonrisa.
Alargó el brazo y ayudó al semielfo a levantarse.
—Parece que ahora ambos somos portadores válidos de la Purificadora.
—Cógela tú, paladín. Le sacarás más provecho. Mira, los orcos han dejado de mirar y pasan a la acción.
En efecto, empezaban a llegar orcos y goblins de todas partes.
—¡Vamos, vamos! ¡A cubierto! —dijo Elareth, señalando una cueva a lo lejos.
—¡No! —dijo el paladín señalando una dirección opuesta—. ¡Tenemos que ir hasta Yuvilen Enthal! ¡Todos juntos tenemos más posibilidades de sobrevivir!
Se podía ver que el Alto Elfo había podido levantarse y se dirigía penosamente hacia ellos.
—Tiene razón —dijo Algoren’thel—. Con su magia puede ponernos a salvo. Aunque creo que está muy debilitado ahora. Y entrar en una cueva nos acorralaría como a ratas.

26. Portadores

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Id allí.
No perdáis tiempo.

La voz era la de Yuvilen Enthal, directa en sus cabezas. Junto a la voz se había transmitido una sensación que era una dirección, un lugar. Todos giraron sus cabezas hacia allí. Era una entrada con pórtico. Unas grandes puertas semiabiertas permitían el paso de una persona.
—¿Cómo puedes… —dijo Endegal.

Telepatía.
Ahora vayamos todos allí, no perdamos más tiempo.
Avanney entró ahí, en el cubil de los Señores del Caos
y se enfrenta ahora mismo contra el último de ellos.
Si logramos llegar, cerraremos las puertas y nos pondremos a salvo.
Y quizás podamos ayudar a la bardo
y derrotar a Sephfuzbiel.

26. Portadores

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal