La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

4
Llegada a Ber'lea y partida

Apenas pisaron el Bosque del Sol, los elfos vigías de Ber'lea les observaron y dudaron si salir a la luz para preguntarle a Endegal a dónde se dirigían o si permanecer ocultos más tiempo para salir de dudas por sí mismos. Fue el semielfo quien no quiso perder más tiempo del necesario.
—Podéis salir, es de confianza, hermanos —les dijo—. Y sí, vamos a Bernarith'lea.
El paladín se sorprendió al ver como de la nada aparecieron dos elfos armados. Endegal le había contado qué eran los elfos, aún así le pareció increíble la capacidad que tenían de ocultarse entre los árboles. De haberlo querido, les hubieran podido dar muerte con sus flechas sin que él pudiera siquiera haberse dado cuenta. Sin embargo, su compañero los había detectado sin mayores problemas.
—Endegal —dijo el elfo llamado Delavel—, no sé si es buena idea introducir ahora mismo un humano en Ber'lea. Como sabes, Ghalador...
—Sí, sé muy bien, Delavel —atajó—. Pero mis motivos no son mero capricho, ni voy a discutirlos ahora con vosotros. Mejor será que no retrasemos lo inevitable. Vamos a la aldea. Los dos.
—Está bien —dijo Vunelas, el otro elfo—. No vamos a convencer a Endegal. No perdamos más tiempo, entonces.

4. Llegada a Ber'lea y partida

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

La recepción de Ghalador fue más o menos como lo esperaba Endegal. Vallathir, sin embargo, continuaba asombrado a cada paso que daba en la aldea élfica. Los elfos, Aristel, el paisaje al servicio de los elfos, el gran Arbgalen, los grandes émbeler... Todo era fascinante allí. Ahora estaba ante la máxima autoridad de aquella raza, inexistente para él hacía apenas un día. Endegal observó su expresión y se recordó a sí mismo cuando entró por primera vez en la comunidad élfica.
—Endegal el Ligero, hijo de mi hijo —dijo Ghalador, ceremonioso—. Explícanos por qué has traído a este humano a nuestra aldea secreta. Bien sabes cuáles son las normas de nuestra Comunidad.
—Mi señor Ghalador, padre de mi padre —respondió en el mismo tono el semielfo—. Bien sé las normas y los motivos por las que se implantaron. Pero se avecinan tiempos aciagos y habrá que cambiar algunas cosas. Las viejas normas ya no sirven hoy. No, si queremos detener el mayor de los desastres.
—La Hermandad del Caos.
—En efecto, mi señor. Como sabéis partí hacia Vúldenhard para abatir a Emerthed el Tirano.
—Y lo abatiste, imagino, si es que lo encontraste, pues aquí estás tú y no él.
—Me enfrenté al mismísimo rey, en efecto, en combate singular. Más no fui yo quien le dio muerte, sino él —dijo mirando al paladín—. He venido aquí para comunicaros la muerte de Emerthed y que efectivamente estaba bajo el influjo irreparable de un objeto de poder que ya ha sido destruido. Todas las sospechas de Avanney, así como la información que obtuvimos de Aunethar se están confirmando. Ahora marcharé hacia las Colinas Rojas, donde me esperan para acabar con un dragón milenario. He decidido que quien me salvó la vida acabando con el tirano me acompañe en mi empresa, ya que lo considero un compañero valioso y de confianza. Por eso está aquí ahora.

4. Llegada a Ber'lea y partida

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Ghalador suspiró y se encaró hacia el paladín.
—¿Cuál es tu nombre, humano?
—Soy Vallathir, el paladín y protector del reino de Tharler. Ahora un proscrito, después de decapitar al rey que juré defender.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?
—El Mal se había apoderado de mi señor, y sólo la muerte podía poner fin a sus años de locura. Mi deber es combatir el Mal, allá donde se halle. Ese juramento prevalece por encima de lealtades, reyes y reinos.
—Tu gesto te honra, Vallathir. Pero sigo sin entender tu presencia aquí.
—Señor —dijo Endegal—. Pude comprobar de primera mano el poder que Emerthed ostentaba y en qué medida el Mal habitaba en su seno. Puedo aseguraros que no era ninguna broma. La Purificadora de Almas se tuvo que emplear a fondo. Si los Señores del Caos han esparcido su semilla en otras partes con la misma intensidad que en el reino de Tharler, bien os aseguro que tienen poder suficiente como para arrasar todo lo que conocemos.
—Hay quien piensa que aquí estaremos a salvo. No se destruye lo que no se conoce.
—Ése es el problema, mi Señor. La destrucción que planean afectará a todos sin remedio. Y aún si no fuera así, ellos conocen de la existencia de Bernarith'lea hace mucho tiempo. Sólo esperan el momento oportuno para actuar aquí, y mucho me temo que el momento está cerca.
—¿Cómo puedes afirmar eso?

4. Llegada a Ber'lea y partida

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Endegal tragó saliva, pues sabía que sus próximas palabras afectarían el ánimo del Líder Natural.
—Vuestro hijo Alderinel fue tentado hace décadas con un colgante que ha estado apoderándose de él poco a poco, consumiéndole en la ira y desatando, como bien sabéis, una guerra entre nosotros que se ha cobrado más sangre élfica de la que jamás derramaron los orcos. El daño a esta Comunidad ya es irreparable. Estoy seguro de que los creadores de los objetos de poder conocen su localización y su influencia, máxime si éstos han estado durante años en el mismo lugar y han causado semejantes estragos. Ahora que saben que Alderinel ya no posee el medallón maléfico y éste ha sido destruido, probablemente tomarán cartas en el asunto. Así fue como pasó en las Colinas Rojas, según nos contó el Solitario; cuando los enanos dejaron de usar un pico mágico que liberaba un dragón sin ellos saberlo, aparecieron los Señores del Caos para liberarlo igualmente. El resultado ha sido el destierro de un clan entero de su propia morada y la muerte despiadada de muchos de ellos a manos del dragón que obra según la voluntad de la Hermandad.

Ghalador respiró profundamente. Cada vez se sentía más viejo.
—Sí, mi señor, habéis estado ocultándoos de los humanos durante tiempos inmemoriales, pero el verdadero enemigo sabe muy bien dónde estáis.
—Y pronto vendrá a exterminarnos por completo—se oyó una voz conocida que entraba en ese momento en la estancia del Líder Natural. Era Hallednel, el Visionario—. Endegal tiene razón, he tenido una terrible visión mucho peor que la que asoló nuestros corazones y ensombreció nuestra Comunidad hace poco. Oleadas de muerte y maldad sacudirán nuestra aldea y la sangre de los elfos volverá a regar el suelo que pisamos, y no será poca.
—Líder Espiritual... —habló Ghalador—. No podría haber oído peor noticia de tus labios, pues siempre aciertas en tus visiones. En ocasiones creo que no vale la pena luchar contra el destino, pues parece que siempre acaba por engullirnos por mucho que intentemos evitarlo.
—Lamento oír eso, Líder Natural —dijo el Visionario—. Yo sólo veo lo inevitable, que en ocasiones es interpretable. Mis visiones nunca son nítidas, son un cúmulo de sensaciones que tienen un significado a veces dudoso. Yo intento comunicaros sólo aquello que siento claramente. Pero aunque vea muerte y destrucción siempre se puede hacer algo para variar el resultado final, aunque sea levemente. Ya ocurrió con la Maldición Oscura. La sufrimos, sí, pero hemos conseguido recuperarnos de ella. De no ser por Aristel, Derlynë y los que fueron en busca de la Purificadora de Almas, el resultado hubiera sido bastante peor.
—¿Qué podemos hacer entonces para minimizar los daños esta vez? —preguntó Ghalador.
—Quizás el dragón acabe liberado de su cárcel de roca y venga aquí y nos arrase con su fuego infernal —dijo el semielfo—. Vallathir, debemos partir de inmediato a las Colinas Rojas y matar a Ankalvynzequirth antes de que halle el modo de escapar de allí.
El paladín cabeceó una afirmación.

4. Llegada a Ber'lea y partida

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—No, Endegal —dijo el Visionario—. No puedo explicar mejor la visión que con oleadas y muerte, pero no me parece un dragón lo que asolará el bosque. No hay fuego ni reptil alado. Y si has escuchado lo que he dicho antes, mis visiones no pueden evitarse. Las oleadas de muerte inundarán Ber'lea en breve y nada podrá impedir eso. Lo que nos queda por hacer es prepararnos para minimizar el daño, pero me temo que no para evitarlo.
—¿Entonces hemos de quedarnos aquí, esperando a que nos ataquen, si es eso lo que has visto?
—No, necesariamente. Pero siento que los espíritus de Avanney y el Solitario pronto llegarán aquí, por lo que quizás sea inapropiado salir en su busca ahora. Podríais cruzaros en el camino y no encontraros.
—Imposible. Me están esperando para que acabe con el dragón —interpuso el semielfo, pero sabía de sobras que cuando el Visionario decía alguien viene hacia aquí, no se equivocaba en absoluto, pues era capaz de saber esas cosas, sobre todo de las almas que tenían cierta conexión con la aldea élfica.
—Diríase entonces que sus planes han cambiado, porque vienen sin duda hacia aquí, y con cierta prisa, si se me permite el detalle.
—En ese caso les esperaremos, pues no nos queda otra alternativa. Hay otra cosa de la que os quería hablar, Líder Natural.
—Habla, entonces.
—Como sabéis, fui a derrotar a Emerthed porque un humano llamado Drónegar vino a buscarme.
—Sí, lo sé. Tengo entendido que tenía un émbeler.
—Y lo sigue teniendo, si es que sigue con vida.
—¿Por qué no lo recuperaste?
—Señor, es hora de confiar en los humanos, al menos en los apropiados. Si Vallathir es digno de mi confianza, más lo es este hombre del que os hablo. Fue a Tharlagord para rescatar a su mujer y su hijo, aún sabiendo que podrían relacionarle con la muerte de Emerthed y castigarle como se les castiga a los traidores del reino de Tharler. No es un hombre diestro en las armas, ni en astucia, tampoco fuerte, pero su corazón es valiente y honesto.
—Y bastante insensato, por lo que comentas.
—Nada de eso, señor. Cuando nos separamos, él sabía bien donde se metía. Sabía que el riesgo era grande, pero su familia lo es todo para él, tanto como la Comunidad lo pueda ser para vos.
O vuestro propio hijo, estuvo a punto de agregar, pero no quiso ahondar en aquella herida si no era necesario —y de momento no lo era—, aunque a Ghalador sí que le vino inevitable ese pensamiento.

4. Llegada a Ber'lea y partida

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Endegal continuó:
—Por ello le prometí que si conseguía cumplir su misión, podría venir aquí con su familia y refugiarse.

Ghalador se revolvió en su trono arbóreo.
—¡Insensato! —estalló—. ¡Prometes cosas que no dependen de ti!
—Necesitaré entonces vuestra promesa de que serán bien acogidos.
—¿Por qué debería hacer eso? Desde que te acogimos aquí, no ha hecho más que llegar gente del mundo exterior. Por tu causa, debo añadir, directa o indirectamente.
—Asumo orgulloso esa responsabilidad, Señor, pues si no me equivoco todos ellos han sido de suma utilidad para la Comunidad en asuntos varios. Como os he dicho, Drónegar y su familia son de mi plena confianza. Y si consiguen escapar serán fugitivos que no estarán a salvo en ningún lugar. Sólo aquí. Si no los aceptáis les condenaréis a muerte y me haréis faltar a mi palabra.

Tras unos instantes de reflexión, el Líder Natural habló:
—Está bien, Endegal el Ligero. Entiendo lo que me planteas. Pero quizás debieras considerar esto: si vamos a ser atacados por las hordas del mal, tal vez éste no sea el mejor lugar para ellos.
—Eso es cierto —convino el semielfo—. Pero yo no sabía nada de esto cuando les prometí protección, así que vendrán igualmente. O tal vez no. Quizás mueran en el intento y todo lo que estamos hablando aquí sea completamente en vano. Sea como fuere sólo quiero que, si llega el momento, se les dispense la ayuda que se les pueda ofrecer. Nada más.
—De acuerdo, entonces. Tienes mi palabra —sentenció Ghalador, cansado de todo aquello—. Ahora soy yo quien debe pedirte un favor —dijo.

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El semielfo y el paladín fueron llevados hasta Derlynë, en el jardín en cuyo centro se hallaba el pozo que usaba la comunidad élfica para beber cuando el agua de lluvia no era suficiente. La elfa estaba acompañada de Aristel, ambos sentados en el suelo alrededor de un gran cuenco. Aristel les hizo una señal para que guardasen silencio y no se acercasen más; fue cuando se dieron cuenta que Derlynë tenía los ojos cerrados y las manos extendidas alrededor del cuenco, y que en el cuenco había agua (o algo similar) que bailaba rítmicamente, girando, pegándose a las paredes y creando un vórtice en el centro del recipiente. Endegal y Vallathir observaron atónitos cómo esa agua iba acelerando su giro vertiginosamente. Derlynë abrió los ojos y les ignoró a todos por completo, fijándolos en el vórtice que había creado. Un ligero movimiento de manos aceleró mucho más el giro del líquido que, cuando debiera haberse salido por los bordes y desparramado por el suelo, siguió subiendo en vertical aún sin tener el apoyo de las paredes del cuenco. Al poco, el líquido transparente que antes había estado en reposo en un cuenco, se veía ahora como una columna de agua tubular que giraba sobre sí misma tomando la altura de una persona.
Se podía apreciar que la velocidad de giro iba variando, supuestamente, a voluntad de la elfa, y que cuando más rápido giraba, la columna era más alta pero también menos uniforme, abriéndose por la parte más alta y salpicando a los presentes como fina lluvia. Cuando giraba más lentamente, la columna bajaba. Se notaba, en cualquier caso, que la elfa luchaba por encontrar ese punto intermedio donde la columna de agua fuera lo más estable posible y, al mismo tiempo, lo más alta. En un momento dado, la columna giró demasiado deprisa y se rompió, mojándolos a todos. Fue entonces cuando Derlynë se dirigió a su público.

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—Vaya, lo siento —se excusó—. Todavía no controlo bien esta técnica. Necesito practicar más.
—¡Ha estado magnífico! —exclamó Aristel—. ¡Tienes que enseñarme a hacer eso!
—Sí, ha sido impresionante, dama Derlynë —dijo Vallathir—. ¿Era agua?
—En efecto, agua corriente. Del pozo.
—Derlynë se está especializando en la magia natural del agua —explicó Endegal—. Sus habilidades están siendo muy útiles para la Comunidad.
Derlynë se sonrojó.
—Pero no habéis venido a ver mis malabarismos con agua, ¿verdad?

Endegal asintió y Derlynë les comunicó los detalles del asunto que preocupaba a Ghalador. Como supuso Endegal, era algo relacionado con su hijo Alderinel, el Elfo Renegado, pero no imaginaba de qué podría tratarse exactamente. Derlynë les dijo:
—El estado de Alderinel no mejora, y eso lleva consumiendo día a día el ánimo de nuestro Líder Natural.
—Y necesitáis a La Purificadora, eso es evidente —dijo el semielfo—. Pero no veo cómo podríais usarla, si no es para matar al Renegado y así purificar su alma de una vez, cosa que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo.
—En efecto, esa posibilidad está descartada.
—Mal hecho entonces —intervino Vallathir—. Si como parece el mal se ha adueñado de ese elfo tanto como lo hizo con mi rey, sólo la muerte podrá detenerle, y sólo la Purificadora puede liberarle el alma. Por lo que me ha contado Endegal, el mal está muy enraizado en él.
—Como sabéis, la Benefactora ha sido utilizada para limpiar la maldición que sufrimos aquí. No sólo purifica causando la muerte.
—Así es, pero siempre hemos tenido que clavarla en el objetivo a purificar.
—Pero también su contacto directo tiene efectos semejantes, aunque no tan rápidos.
Endegal recordó sus encuentros con Alderinel y Emerthed. El contacto de la Purificadora con ambos tuvo también sus efectos. ¿Cómo sabía eso Derlynë?
—Lo sé porque lo dice el Libro de Magia Natural —añadió ella respondiendo la pregunta que derivaba de las miradas de los dos varones—. Recuerda, Endegal, que supimos de la existencia de la Benefactora y algunas de sus cualidades gracias a este libro.
—Es verdad, lo había olvidado por completo —admitió.
—Parece ser que puede usarse para purificar agua —intervino el Druida—. Agua que, a su vez, puede usarse para purificar otros objetivos ponzoñosos.
—¿Maldiciones? —preguntó Vallathir.
—Maldiciones, venenos, algunas enfermedades...
—Agua Bendita —dijo el paladín. Al ver el rostro de perplejidad de sus interlocutores, aclaró—: Supuestamente el Sumo Sacerdote de Cristaldea puede bendecir agua en determinadas circunstancias. Esa agua pura suele diluirse en otros frascos con agua del río y, de ahí, según se combine con otros ingredientes, suele fabricarse multitud de sueros y antídotos. Se dice que el Agua Bendita pura puede eliminar maldiciones e, incluso, matar demonios. El agua que tú describes como agua purificada, en Cristaldea se llama Agua Bendita.
—Es muy posible que el resultado sea el mismo o muy similar —convino la discípula del Visionario—. Pensamos que esa agua purificada puede usarse para curar a Alderinel si la bebe.
—O puede que lo mate —dijo Endegal.
—O puede que lo mate, sí —dijo Derlynë—. La idea es diluirla mucho e ir cambiando la concentración a medida que veamos cómo reacciona al tratamiento.
—Parece buena idea —aceptó el semielfo. Aunque en aquellos momentos no sabía si prefería curar al hermano de su padre o darle muerte directamente para vengar sus fechorías.
—Además, estamos seguros que el agua purificada puede acelerar la recuperación de la tierra de la aldea, que todavía está mermada —agregó Aristel.

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Aquello rompió los esquemas del medio elfo.
—Creí entender que el contacto directo de la espada con la tierra era más efectivo y rápido que usar métodos indirectos.
—Sí, pero ten en cuenta que cuando clavaste el filo de la Benefactora su efecto era máximo en el punto de incisión, pero iba debilitándose a medida que aumentaba el radio de acción. Con el agua sería diferente. Se podría regar una amplia superficie. El agua, además, penetra más hondo que una espada y rellena mejor los intersticios.
—¿Interqué?
—Los huecos, el espacio entre granos de tierra, el aire.
—Vale, lo he entendido —dijo Endegal—. ¿Cómo lo hacemos? ¿Dejo caer la espada en el pozo para purificar toda el agua? Si la bajamos con una cadena alrededor de la guarnición sería suficiente para sacarla después —dedujo.

No había acabado de decir aquellas palabras y el semielfo ya se había arrepentido al haber dado aquella idea. El hecho de que la Purificadora de Almas pudiera alterar el agua para curar o matar a Alderinel era algo que se le podría aplicar a él mismo, aunque seguramente en menor intensidad. Esa agua Bendita (como la había denominado el paladín) podría ser tanto la salvación como la muerte tanto para el elfo renegado como para él, ya que la herida que nunca cicatrizaba en su antebrazo era de corte claramente maligno, de la misma naturaleza que el mal que aquejaba Alderinel. Había pensado en usar el agua purificada para limpiarse la herida y ver si resultaba beneficiosa o perjudicial para él. Lo haría a escondidas y con sumo cuidado; eso no reportaría demasiado riesgo. Ahora bien, de primeras, no había caído en la cuenta de que purificar el agua del pozo implicaba que toda la Comunidad bebería del agua purificada, incluido él mismo, y si resultaba ser perjudicial para él, todos lo notarían y debería proveerse de otros medios para beber agua normal. Para su suerte, Derlynë dijo:
—No, no nos conviene purificar el pozo por varios motivos. El primero de ellos es que implicaría que todos bebiéramos agua purificada, y eso no es nada conveniente.
—¿Por qué no? —preguntó el semielfo, ya más aliviado, aunque la duda le corroía.
—Es muy probable que tenga efectos perjudiciales sobre organismos sanos.
—Pensaba que curaba, no que hacía enfermar.
—Todos los remedios tienen su contrapartida, joven —dijo Aristel—. Sé de buena tinta que un tónico ha de tomarse cuando se está alicaído y las hierbas medicinales cuando se está enfermo de algo. Es decir, sólo cuando es necesario y en pequeñas dosis, a ser posible. Pero tomarse pócimas a lo loco deterioran el cuerpo. No sería de extrañar que beber agua purificada podría tener efectos perniciosos si se hace en abundancia y sin motivo. No podemos exponer a toda la comunidad élfica a efectos que desconocemos, mucho menos ahora.

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Acto seguido, habló Derlynë:
—Otro motivo para no purificar el pozo es que tampoco sabemos la capacidad exacta de la espada para purificar grandes volúmenes de agua. Es de suponer que tardará menos tiempo en purificar un cántaro que no un pozo entero. Nosotros necesitamos purificar una cantidad pequeña de agua rápidamente para empezar a realizar pruebas. Si no se aprecian efectos, sabemos que el agua no está suficientemente purificada. Si los efectos son muy nocivos en Alderinel, la podemos diluir para seguir con el tratamiento. Pero con un pozo entero nos es imposible trabajar con un mínimo de rigor y eficiencia.
—¿Qué hacemos entonces? Una vez la suelte, la espada es demasiado pesada y poco apta para quedarse en reposo en una tinaja de agua. La volcaría sin remedio.
—Hemos pensado en eso —dijo el druida.

Fueron hacia uno de los laterales del jardín. En las canalizaciones que desviaban el agua de lluvia y del rocío de esa parte, se había labrado en la roca un hueco donde cabía holgadamente la espada de Endegal acostada, y de dos palmos de profundidad. Ese espacio ya estaba lleno de agua.
—Usaremos estas canalizaciones para regar las partes más debilitadas por la maldición, mientras que el agua acumulada aquí, con la espada, será la que usemos para tratar a Alderinel.

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Endegal desenfundó a la Benefactora y la depositó en el lugar realizado ex profeso para ella y a partir de ese momento el agua donde estaba sumergida, fue purificándose poco a poco según lo previsto. Lo comprobaron justo al día siguiente, cuando ofrecieron dicha agua al convaleciente —y encadenado— Alderinel. El elfo renegado, que había estado semanas en estado febril y semi inconsciente saltó sobre sus cadenas y se retorció sobre sí mismo sollozando porque aquello le quemaba la garganta y suplicaba para que dejasen de torturarle y envenenarle. Ghalador pareció envejecer todavía más después de aquello. Como padre no podía soportar el sufrimiento de su hijo ni tampoco quería aceptar en qué se había convertido. Todavía albergaba esperanzas de su recuperación, pero cada vez eran menos. Con el sobresalto del renegado, Endegal echó mano instintivamente hacia la vaina mágica de la Purificadora y poco después recordó que el arma ya no estaba allí. Visto el efecto que había tenido el agua sobre Alderinel, no se la aplicaría a sí mismo a la ligera.
Esperó unos días antes de intentarlo. Cuando lo creyó conveniente y mientras creía que nadie le veía, diluyó el agua purificada en cinco partes de agua normal contra una. Empapó un trapo en ella y se lo aplicó en la herida del antebrazo. Fue como un latigazo abrasador que le sacudió todo el cuerpo. El escozor fue intenso y el agua burbujeó sobre la herida como si estuviera hirviendo. Un humillo negro salía de allí y el semielfo no pudo soportarlo ni amagar un grito de dolor. No volvió a intentarlo nunca más.

Poco después de aquello, tal y como había previsto el Visionario, llegaron a Bernarith'lea el Solitario y Avaney. Una vez hechas las presentaciones y contado las vicisitudes de unos y otros, Endegal preguntó por qué habían vuelto sin esperarle para acabar con el dragón y entonces la bardo respondió:
—Las prioridades han cambiado. El dragón no reviste ahora mismo un peligro inminente y enfrentarnos a él podría causarnos la muerte antes de tiempo.
—La muerte es el riesgo que asumimos desde el momento en que nacemos —dijo Vallathir—. ¿Qué es eso de evitar un enfrentamiento contra el mal por miedo a la muerte? No somos unos cobardes.
—Te prohibo que le hables así a Avanney —le dijo muy serio el Solitario—. La que tratas de cobarde entró por voluntad propia y sin que nadie se lo pidiera en la guarida del dragón que mató a un centenar de enanos de un suspiro.

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La bardo puso una mano en el pecho del elfo que le estaba defendiendo para que dejara de hacerlo, y le dijo a Vallathir:
—No se trata de cobardía o valentía, paladín. Se trata de estrategia y prioridades.
—¿Qué prioridad hay por delante de matar a un poderoso aliado de las fuerzas del mal? —espetó aquél.
—¿Qué tal acabar con esas fuerzas del mal antes de que puedan contar con la ayuda de ese poderoso aliado? —replicó la mujer.

Todos callaron. Menos Endegal, que preguntó:
—¿Quieres decir que sabes dónde están y pretendes que vayamos directamente a por ellos, matarlos en su propia guarida?
—Así es. No se lo esperan, pues llevan ocultos a los ojos de los mortales desde hace un milenio y se creen a salvo e invulnerables en su feudo. Eso nos dará mucha ventaja.
—¿Y dónde se supone que están? —dijo Vallathir echando mano de la empuñadura de su espada, como si la respuesta fuera a ser un lugar tan cercano que podría tocar a sus enemigos con la punta de sus dedos.
—En el Pantano Oscuro.
—¡El Pantano Oscuro! —dijo Endegal—. Las veces que hemos pasado por ahí y no hemos visto nada. ¿Cómo puedes saber eso?
—Sabíamos que en el pantano había gran cantidad de bestias malignas, pero nunca imaginamos que pudiera ocultarse ahí una amenaza de tales proporciones —dijo Ghalador.
—Hasta hace muy poco ni siquiera sospechábamos de la existencia de La Hermandad —dijo Derlynë.
—Bueno, yo sí lo sospechaba —dijo la bardo—. Llevo mucho tiempo reuniendo pistas sobre los Días Oscuros y ya imaginé que pudiera existir a día de hoy una secta o algo similar detrás de ciertos acontecimientos. Y bien pensado, el Pantano Oscuro es el lugar perfecto para ocultarse de los ojos ajenos. La niebla permanente no deja ver muy lejos y tanto el paisaje como las bestias que por allí circulan no invitan a que nadie pase por allí. Y los que pasan, prefieren no detenerse.
—Entonces debe de haber una cueva, o una entrada subterránea por las lindes del pantano que lleve hasta ellos, ¿no es así?
—Posiblemente.
—Me resulta del todo aterrador —intervino Aristel—. Yo moré una buena temporada en las lindes del Pantano Oscuro y nunca sospeché nada. Tuve que lidiar con goblins y orcos, huargos y trolls, sí, pero nunca imaginé que cerca de mi cueva pudiera encontrarse el origen de todos los males de esta tierra. Aterrador y frustrante al mismo tiempo. Han estado delante de mis narices.
—No te culpes, anciano druida —dijo Vallathir—. Como ha dicho Avanney, tienen el escondite perfecto. Y por lo que sé, tú buscabas elfos, no a la Hermandad.
El druida asintió, resignado.

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—No nos has dicho cómo sabes que están allí —dijo Endegal, dirigiéndose a la bardo.
—Me lo dijo Ankalvynzequirth.
—¿El dragón? —saltaron al unísono el medio elfo y el paladín.
—El mismo.
Entonces Avanney relató rápidamente su encuentro con el dragón, saltándose algunos detalles que prefería guardarse para sí.
—¿Y crees que te dijo la verdad?
—Sobre eso, sí.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Lo sé. Tengo experiencia en estos temas y, además, todo encaja con lo que sé sobre la Hermandad del Caos. Piqué su vanidad y conseguí información valiosísima que doy por cierta.
—Pero... —dijo Endegal, pero la bardo no dejó que acabara la frase.
—Podemos estar semanas discutiendo mis métodos y mis razonamientos mientras perdemos un tiempo precioso —dijo acariciando su esfera esmeralda—. ¿Acaso no he tenido razón hasta el momento? ¿Por qué deberían fallar mis deducciones justo ahora que es cuando todo me queda tan cristalino como el agua?

Todos asintieron y dieron por bueno aquel razonamiento. No sabían exactamente por qué, pero sabían que la bardo tenía razón y se dieron por satisfechos. No volvieron a preguntarse sobre aquél tema nunca más, y el dragón dejó de aparecer en sus pensamientos. En su lugar sólo aparecía la Hermandad como un peligro inminente. La Hermandad y otro asunto que sacó a colación Endegal.

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—Está bien —dijo el semielfo—. Nuestra prioridad ahora es acabar con la Hermandad del Caos, pero sabemos también que en breve Bernarith'lea será atacada por algo o alguien que infligirá muchas muertes. Quiero ir tras la Hermandad, pero al mismo tiempo quiero quedarme a defender Ber'lea. ¿Qué debemos hacer, Visionario?
Sin embargo, fue Avanney quien habló, con la visible intención de evitar que el Visionario diera su opinión antes que ella.
—No podemos enviar un ejército al pantano; eso advertiría al enemigo y eliminaríamos nuestra ventaja del factor sorpresa —dijo—. Estimo que deberíamos partir cuatro o cinco de nosotros hacia el pantano. El resto, el grueso de la comunidad élfica puede quedarse aquí a defenderla de la Visión de Hallednell.
—Pero si nos quedamos todos aquí, la defenderemos mejor —dijo el semielfo.
—Endegal, no dudo que la Purificadora de Almas pudiera ser de gran ayuda, pero en realidad, cinco combatientes de más o cinco de menos no marcarán la diferencia. La Comunidad tiene una gran ventaja, y es que está prevenida y puede prepararse. Si se trata de un ejército, o una enorme horda de orcos, vuestros arqueros harán un buen trabajo, y cinco guerreros de más no supondrá nada. Si se trata de una maldición similar a la última que asoló esta tierra, los guerreros nada pueden hacer. Tampoco sabemos si el ataque y nuestra partida serán simultáneos —terminó, interrogando inquisitivamente con la mirada al Visionario para que corroborara o desmintiera aquella duda.

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Avanney estaba del todo segura que sus teorías sobre la Hermandad eran correctas, y que aquél era el momento de atacarles al corazón, porque sospechaba que pronto sería demasiado tarde. La Hermandad había movido ficha después de siglos de aparente inactividad y cada día perdido podría significar que lanzaran el ataque definitivo hacia todas las tierras conocidas. No obstante la Visión del ataque a la comunidad élfica podría frustrar los planes de Avanney. Tampoco tenía claro que las Visiones no pudieran evitarse, por mucho que Hallednell se empecinara en recalcar lo contrario, pero ya que aquél tenía convencidos a los demás, sólo le quedaba sembrar la duda en que ese futuro que había visto el Visionario no se solapara con la partida en busca de la Hermandad.

Y Hallednell calló al respecto, aunque en el fondo todo le decía que sí, que en el ataque que había visto faltaban ciertos componentes, y como él mismo estaba convencido de que eso no podía evitarse, nada dijo, para no crear mayor controversia.

Los que optaron por salir en busca de la Hermandad fueron seis al final. Avanney la primera, como no, ya que era la principal interesada y la promotora de aquella expedición. Algoren'thel, el Solitario, hacía tiempo que había decidido no volver a Ber'lea si no era estrictamente necesario y sentía que su papel estaba más ligado a sus actuaciones en el mundo exterior, que todavía no entendía del todo. Endegal, que como portador de la Purificadora tenía la responsabilidad heredada de Aunethar de acabar con la Hermandad, también se apuntó sin dudarlo, así como también lo hizo Vallathir, que sería la sombra del portador de la espada mágica, allá donde fuere, pues sabía que su destino, su objetivo, era el mismo. A los cuatro, se les unió Fëledar, el maestro de armas, y poco después, para sorpresa de todos, Elareth.
—Soy tan buena en la lucha como vosotros —dijo al ver la cara, sobre todo, del medio elfo.
—Lo sé —dijo aquél sinceramente, pues la había visto en acción en los turnos de vigilancia y en los entrenamientos—. Pero nunca has abandonado el Bosque del Sol y desconoces el mundo exterior. Pensé que antes se nos uniría Aristel que un elfo que todavía no ha salido fuera del bosque.

4. Llegada a Ber'lea y partida

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Sintiéndose claramente aludido, el anciano druida se revolvió sobre su manto y dijo:
—Muchacho, no dudes en que os acompañaría ahora mismo si nada supiéramos de la Visión. Pero me he pasado toda mi vida buscando una comunidad élfica, y ahora que vivo en ella haré todo lo que esté en mi mano para defenderla. Y creo que puedo serles de mucha utilidad aquí. Ya estoy urdiendo planes defensivos que mis artes pueden realizar, sea cual fuere el tipo de ataque que suframos.

Endegal asintió, concediéndole el beneplácito a su argumento.
—De todos modos —dijo volviéndose de nuevo a Elareth—, me sorprende que ahora quieras abandonar el bosque y no en anteriores ocasiones.
—Créeme, Endegal, que mi corazón deseaba acompañaros en todas y cada una de las expediciones que se han hecho, pero no creí oportuno hacerlo porque pensé que no era apropiado. Ahora, sin embargo... No quiero dejar pasar esta oportunidad de ayudaros en esta ocasión, que puede ser la definitiva.

Hubo unos instantes de silencio. Elareth parecía callarse algo. A casi nadie le pasaba desapercibido lo que Elareth sentía por Endegal y que éste parecía no querer ver. Elareth presentía que aquella misión iba a ser sumamente peligrosa y que posiblemente, si los dejaba marchar, no volvería a ver a Endegal nunca más. Era el pálpito que tenía y no soportaba dejar pasar la ocasión y separarse de él para siempre.

4. Llegada a Ber'lea y partida

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Como nadie más se apuntó a la expedición, hicieron los preparativos y salieron a la mañana siguiente. Endegal, por supuesto, se llevó la Purificadora consigo. Derlynë tendría que apañarse con el agua purificada que ya tenía.

4. Llegada a Ber'lea y partida

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
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By Víctor Martínez Martí @endegal