La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

24
Mithril oscuro

El cuerpo que antes había pertenecido a Drónegar, mayal en mano y los ojos inyectados en sangre, se abalanzó sobre los que antes habían sido su mujer y su hijo. Éstos dudaron y casi les cuesta la vida. Por suerte, la habilidad del nuevo Drónegar en las armas no había mejorado mucho a la que había tenido en vida momentos antes. Ambos se limitaban a esquivar sus porrazos, temiendo que en el interior de aquel ser todavía hubiese una parte del Drónegar que habían amado.
De pronto, un filo plateado apareció por delante, atravesándole el pecho. Era la Purificadora de Almas, y la empuñaba Vallathir desde atrás.
—¡No, padre, no!
Vallathir, con lágrimas en los ojos sujetaba la espada en alto. El cuerpo de Drónegar se estremeció entre espasmos, mientras un humillo oscuro era liberado al ambiente. En su último estertor, Vallathir y su familia pudieron escuchar un débil, pero claro:
—Gracias…
El cuerpo cayó al suelo, y su piel oscurecida palideció. Ya casi parecía un humano muerto normal.
—Su alma ha sido purificada —dijo el paladín, apesadumbrado—. Su yugo roto. Ahora ya descansa en paz.
Su familia rompió en lloros y madre e hijo se fundieron en un abrazo, pero fue breve, pues Dorianne dijo:
—No hay tiempo para lamentos.
—No, madre. Es tiempo de venganza.
Miraron arriba. El nigromante les observaba divertido, desde su posición inalcanzable. Alrededor la batalla continuaba en toda su crudeza. Elfos muertos ahora andaban con piel oscura. Y algunos disparaban flechas contra sus ex congéneres.
Derlynë se había unido ya a los combatientes de la plaza del Arbgalen. Usó sus habilidades para recoger el agua que circulaba alrededor de la plaza y manipularla para abatir muertos. Probó a lanzar un chorro de esta agua al nigromante, pero a esa altura apenas llegaba con fuerza suficiente. Si al menos esta agua estuviese purificada, pensó. Pero no lo estaba, ni podía estarlo. No tenían tiempo para eso.
Vallathir abatía muertos con la facilidad habitual, aunque tenía que estar muy pendiente de los elfos revividos arqueros que podían asaetarle desde la distancia. Lo solucionaba sumergiéndose en un mar de orcos zombi, segándolos mientras los usaba de escudo. Pero su objetivo real estaba a varios metros de altura.
El druida, que había conseguido crearse una jaula de raíces que le aislaba de los zombis, consiguió acercarse lo suficiente al paladín para decirle lo siguiente en un tono de voz no demasiado alto:
—¡Sube a por él!
—Pero...
—¡Yo encontraré el modo de retenerlo!

24. Mithril oscuro

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Vallathir no las tenía todas consigo, pero si el viejo druida tenía una idea, por muy loca que fuese siempre sería mejor que esperar al exterminio total de la raza élfica. Empezó a subir por la espiral del Arbgalen, en busca de aquél que había llevado la muerte al corazón del bosque. Intentó no mirar al druida para no darle pistas al nigromante, el cual no le quitaba ojo al portador de la Espada del Bien, el único sin duda que podría vencerle. Si hubieran observado al druida, hubieran visto al anciano dentro de su escudo de raíces clavar su bastón en el suelo y mover los labios en una letanía que invocaba a los poderes más viejos del Bosque del Sol. La vara del druida se hundió un palmo en la tierra. Vallathir continuaba en su ascenso minetras Sephfamir le observaba divertido como se afanaba el paladín. Abajo la lucha se recrudecía. La ausencia de la Purificadora de Almas se notaba y mucho. Aristel sacó su daga. Hizo unos profundos cortes en su vara. Se arremangó y se rajó ambos brazos. Cogiendo su vara desde su cúspide, la abrazó poniendo los surcos recién cortados contra las heridas de sus brazos.Vallathir continuaba subiendo, confiando en que el druida tuviera razón en aquello que estaba haciendo, fuera lo que demonios fuese. El nigromante seguía absorto con Vallathir. Abajo, Dorianne recibió un flechazo en la pierna. Hallednell emitió un escudo espiritual por el cual ocultaba parcialmente las almas de los que estaban cerca de él, haciéndolos casi invisibles a los ojos de los zombis. Derlynë se agotaba y su columna de agua se debilitaba, perdía fuerza. De la vara de Aristel, mejor dicho, de los cortes que le había proferido el druida, salieron unas ramitas que se introdujeron en las heridas de su dueño, taponándolas, crecían luego en su interior, a través de sus venas. Los ojos del druida se quedaron en blanco. La vara se hundió otro palmo más. Arraigó en el suelo, muy hondo. El druida se arrodilló inmóvil, fusionado con la vara, con la tierra, con el bosque.
Vallathir llegó a la altura de Sephfamir, el cual parecía con la misma libertad de movimientos que siempre. Dudó de la promesa del druida. A Aristel en ese momento le estaban saliendo ramitas y tallos verdes desde dentro. Salían de las orejas, de los ojos, de la boca, de los orificios de la nariz. Sephfamir no se movió, no lo necesitaba. El paladín podría alcanzarle si corría por aquella rama y saltaba al vacío, pero el nigromante sabía que no lo haría. Se mataría en el intento sin alcalzarle, y él se aseguraría de guardar las distancias.

24. Mithril oscuro

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Es divertido ver cómo pierdes el tiempo.
Y subes hasta aquí, desesperado.
Pero aquí arriba lo único que haces es condenar a los de abajo.
Sin tu ayuda morirán pronto.

Vallathir miró abajo aprovechando las circunstancias. Aunque era consciente que el liche tenía razón, en realidad buscaba al druida. Lo vió encerrado entre sus raíces, totalmente inmóvil como si él mismo fuera una raíz.
—Maldición…

Ni siquiera puedes tocarme, Portador.
Tu fracaso es estrepitoso.

Vallathir vio entonces algo por detrás de la criatura. El tronco del árbol de detrás se deformaba lentamente. Le pareció ver los rasgos de Aristel en ellos. ¿Cómo era posible? Miró abajo de nuevo: el druida seguía anclado en su sitio, pero el árbol que tenía en frente empezó a mover sus ramas en dirección al liche, envolviéndolo suavemente. Cuando aquél se dio cuenta de que pasaba algo raro y miró hacia atrás fue demasiado tarde. Las ramas se cerraron sobre él, impidiéndole escapar.

¡No!
¡Maldito druida!
¡No!

Las ramas no se limitaban a atraparlo, también apretaban fuerte y lo aproximaban a un lugar donde el paladín podía ajustarle las cuentas. Vallathir se le aproximó, ansioso. El nigromante se revolvía, nervioso y aterrorizado.

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—¡Se acabaron tus días en este mundo, engendro! —gritó Vallathir mientras le clavaba la Purificadora de Almas en el vientre.

Sephfamir gritó de dolor. El habitual humillo negro se desprendía esta vez con furia de la espada mientras la carne en contacto con la espada caía como carbonizada. Pero algo no marchaba bien. El liche gritaba como si lo torturaran, pero no moría. Su alma no se purificaba y su efecto tóxico seguía matando todo lo que le tocaba; las ramas que lo sujetaban se marchitaban, se renegrecían y empezaban a caerse a trozos. El liche liberó un brazo y agarró la muñeca del paladín, retirando la espada cuanto pudo. Entonces fue el paladín quién aulló. Sabía que el mero contacto físico con el nigromante acarreaba la muerte fulminante y notaba como la vida se le iba en aquel agarre. Sin embargo, de algún modo, la propia espada contrarrestaba el efecto mortal. Se retiró hacia atrás y el liche le dejó hacerlo, pues le interesaba apartar la punta de aquella espada de sus carnes pútridas.

Mientras Vallathir se recuperaba, también lo hacía su enemigo. Su vientre, desprovisto completamente de carne mostraba una columna vertebral y unas costillas oscuras de reflejos metálicos. Cachos minúsculos de carne de los cadáveres de abajo volaban hasta él, recomponiéndole el cuerpo con materia orgánica de diversas tonalidades. Las ramas apenas ya le sujetaban. Se permitió el lujo de aclarale a su enemigo cómo estaban las cosas.

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Estúpido humano.
¿Creíste que me matarías así de fácil?
El contacto de esa espada me tortura, sí.
Tanto como a ti mi toque mortal.
Pero eso no nos causa la muerte, ¿verdad?
Porque ambos somos especiales.
Hemos sido creados para enfrentarnos.
La diferencia es que tú sangras y mueres.

Vallathir recordó las palabras de Yuvilen Enthal: un liche encerraba su alma en un objeto que le ligaba al mundo de los vivos. Sólo lo destruiría si destruía aquel objeto. Filacteria, así se llamaba. Pero no veía ningún objeto que portara aquel demonio que pudiera ser su filacteria. No llevaba nada encima, salvo su capa roida, su taparrabos y sus botas y la filacteria tenía que ser algo duro, resistente, inélastico e indeformable. ¿Qué era y dónde lo escondía? Las ramas se quebraron por completo y se renegracieron, envenenadas, hasta el tronco. Abajo, Aristel vomitó savia negra. Vallathir se lanzó contra el liche justo en el momento en el que éste pudo liberarse. Le lanzó un espadazo que su enemigo bloqueó cruzando ambos brazos. De nuevo la piel saltó con facilidad y se emitieron vapores negros, pero un sonido metálico resonó. Aquellos huesos parecían hechos de…

24. Mithril oscuro

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Mithril.
Mithril oscuro.
Si pones mucho, mucho empeño,
quizás logres partir alguno.
Pero no te servirá de nada.

—La filacteria… Tus huesos metálicos son la filacteria.

Eres listo, Portador.
Todos mis huesos son mi filacteria.
Destruir uno no te serviría de nada.

Antes de provocar mi propia muerte,
vinculé mi alma a un bloque de mithril
que se tornó oscuro en ese preciso momento.
Fui modelando mis huesos en ese preciado material
y fui reemplazándolos poco a poco
por mi osamenta original.
Salvo el cráneo, que reservé para después.
Luego realicé el ritual pertinente
y abandoné este mundo para regresar
en mi carne muerta y mis huesos de mithril oscuro
como dueño y señor de todo lo que muere.
Despojado de la vida,
me deshice de mi cabeza original
y tomé el cráneo de mithril oscuro.
Lamento decirte que soy inmortal
e indestructible.


Mientras hablaba, Sephfamir movía sus dedos, regocijándose en sus afiladas uñas. Aquello permitió a Vallathir darse cuenta que no eran uñas al uso, sino que salían de dentro de los dedos y eran de mitril oscuro. Eran garras fabricadas a propósito al esculpir en sus falanges metálicas unas puntas mortíferas.
—Si eso es cierto, demonio, enfréntate a mí sin tus trucos. Me prometiste un duelo y huyes de mí como un cobarde, lo cual me hace pensar que no eres tan invulnerable como pretendes que crea. Puedo destruirte y lo sabes.

24. Mithril oscuro

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Odio el contacto de esa arma tuya.
Me quema como el ácido
no lo puedo negar.
Pero te demostraré cuán equivocado estás.
¿Quieres un duelo cuerpo a cuerpo?
Lo tendrás.
Tengo ganas de despedazar al portador
con mis propias manos.

Bajemos, no quisiera que cayeses al vacío
y murieses por accidente.
Me privarías del mayor de los placeres
de los últimos seis mil años.

Sephfamir se dejó caer como una piedra. Vallathir bajó tan rápido como pudo por la rampa del Arbgalen, intuyendo que su enemigo no le esperaría ocioso y no se equivocó. Aquél provechó para matar a un par de elfos y luego se dirigió al druida, que todavía estaba inmóvil y malherido entre sus raíces. Una víctima fácil, si nadie lo impedía.

Se le interpuso entonces Hallednell, a tiempo para salvar al viejo.

Visionario…
¿Viste hoy tu muerte?
Porque vas a morir.

—Una vez me hicieron esa pregunta y no respondí. Hoy lo haré. Y la respuesta es sí. He visto mi muerte, demonio. Será aquí y ahora. Me ha costado interpretar esa parte de mi visión, pero ahora la veo clara. Mi destino, nigromante, es derrotarte. Porque mi muerte será tu muerte.

¡Jajajajaja!
¡Qué truco más estúpido para que te perdone la vida!
¿Viste también mi muerte, dices?

24. Mithril oscuro

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—Ya te lo he dicho. Mi muerte será tu muerte.

Supongamos que es cierto.
Que has visto eso, como has visto otras tantas cosas.
¿Crees que no se puede cambiar el futuro?
¿Crees que tus propias visiones son inevitables?
Si eso fuera cierto, todo estaría escrito.
Todo.

Todas tus acciones.
Todos tus pensamientos.
Incluso esta divertida charla.
¿Para qué luchar entonces, si somos meras marionetas?
¿Para qué vivir, si nuestras decisiones son meras ilusiones?

—Tantos años en este mundo y no has aprendido nada de su funcionamiento. No te culpo. Apenas yo alcanzaba a entenderlo en su plenitud hasta hace bien poco.

Ilumíname, entonces.
Hagamos tiempo hasta que el Portador llegue.
Matar por matar ya me aburre.
Y ver cómo intentas librarte de la muerte me divierte.
¡Escupe tu cháchara de una vez!

—El Universo es como una gran máquina con sus leyes inmutables en el plano físico. Acciones y reacciones. Causas que sólo pueden tener un efecto posible. De ese modo, se puede prever con exactitud el curso de un río, la caída de una piedra, cuando devendrá un eclipse o, incluso, cuando y cómo llegará el fin del Universo. Inevitabilidad a gran escala. Pero en los planos donde reina el pensamiento, en las escalas más pequeñas, en las enrolladas sobre sí mismas, hay alma, hay voluntad, hay incertidumbre. La voluntad divina de los grandes dioses caprichosos y de los dioses infinitesimales del nanomundo, de los animales, que deciden si trepar a un árbol o quedarse en el suelo, del hombre, que decide cambiar el curso del río para sus pastos. Existen muchas Fuerzas en el Universo muy poderosas. Fuerzas fundamentales que lo mueven todo. Ellas son el origen y el fin. Pero la fuerza de la voluntad, el libre albedrío que opera en varios planos simultáneamente puede manipular al resto de Fuerzas, aunque sea a pequeña escala. Y esa otra fuerza no se rige por esa relación causa-efecto precisa y fácilmente predecible, ya que si alguien me golpea, yo decido si responder o no y eso genera una indeterminación hasta justo el mismo instante en el que se produce mi reacción. El Universo contempla a cada instante todas las posibilidades; calcula todas las derivadas posibles de cada acción que las voluntades individuales puedan tomar e influir sobre la realidad física. Sus infinitas posibilidades. Esas predicciones, o posibilidades, si cuando se superponen tienen una alta probabilidad de realizarse, aparecen visibles a los ojos de quienes tenemos el don de verlas. A veces incluso aparecen en los sueños de la gente corriente que no es capaz de discernir o recordar estas revelaciones. Cuanto más probable es un hecho, aparece más nítido. Cuantas más variables pueden alterarlo, aparece más borroso. Y tu muerte me apareció nítida y cristalina hoy, porque tu muerte y la mía van ligadas y la única manera posible de salvarte es que yo elija no morir. Y moriré, porque tú lo provocarás, porque no me crees y porque yo ansío morir para que mueras. ¿Entiendes eso, engendro del Mal? ¿Entiendes que tu muerte es ya inevitable sólo porque yo lo deseo con toda mi alma?

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Interesante teoría.
Prometo revisarla durante los próximos mil años.
Pero no me asustas en absoluto.
¡Miserable insecto!
No vacilaré en matarte.

—Pues hazlo rápido, pues cada segundo que permaneces en este bosque es obsceno. ¿Empezamos?

¡Estoy ansioso!

Hallednell sabía que tenía que ser el primero en atacar. Si Sephfamir ponía sus zarpas sobre él estaría perdido y necesitaba a Vallathir allí con él. Lanzó una onda espiritual hacia el liche, intentando desacoplar su alma de sus huesos de mithril oscuro tal y como lo había estado haciendo con los muertos vivientes. Sephfamir detuvo momentáneamente su avance.

Patético.
Has intentado apagar un fuego con una gota de agua.
El vínculo entre mi alma y mi filacteria es inconmensurable.
¡No puedes detenerme!

—Entonces tendré que cambiar de táctica—. Tras decir eso, cerró los ojos y se desplomó.

Vallathir, Dorianne, Téanor y los elfos que contemplaron la escena se horrorizaron. La muerte del Visionario era la gota que colmaba el vaso. Pero Sephfamir se quedó un instante pasmado y de repente empezó a moverse de forma extraña, como si estuviera peleando con un ente invisible. Y podría decirse que así era. Quien tuviera el poder de ver lo que ocurría en el plano astral observaría a Hallednell —o, mejor dicho, a su proyección astral— luchando tercamente con la proyección astral de Sephfamir.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Dorianne al paladín que acababa de llegar al suelo.
—Es el Visionario. No está muerto. Su alma está luchando contra el alma del nigromante en el plano astral.
—¿Puedes verlo?
—No, pero puedo sentirlo. De algún modo sé lo que está ocurriendo, aunque no percibo los detalles. En un primer momento también pensé que había muerto, pero de algún modo su ser se ha desprendido de su cuerpo mortal para atacar mejor a su enemigo.

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En el plano astral, Hallednell cogía a Sephfamir por la espalda y tiraba de él, intentando arrancar el alma de aquellos huesos de mithril oscuro, y por momentos lo conseguía, pero el nigromante conseguía volver. Era como intentar atrapar el agua con las manos. Así como la proyección astral de Hallednell era una réplica de su cuerpo cohesionado, el alma del liche conseguía retorcerse, estirarse y lanzar tentáculos contra su enemigo. Fue así como consiguió rodearle el cuello astral y apretar hasta ahogar el alma del Visionario. Si el elfo tardaba mucho tiempo en regresar a su cuerpo y acoplarse, moriría. Pero había un destino mucho peor.

Te tengo, Visionario.
En este plano soy también mucho más poderoso que tú.
Ahora, devoraré tu alma y serás mío para toda la eternidad.

En ese momento, un sonido y una luz laceradora embargaron los sentidos del Visionario. Notó enseguida que los tentáculos del nigromante le habían soltado momentáneamente mientras éste gritaba de dolor. Vio entonces esa luz cegadora con forma de espada y el aura de su portador.

—¡Déjalo, demonio! —gritó Vallathir desde el plano de los vivos—. Esto es entre tú y yo.

Vallathir le había asestado un buen mandoble con la Purificadora de Almas aprovechando que el liche estaba distraído con su presa. En el plano físico, el cuerpo del liche estaba en el suelo. Le faltaba buena parte de la capa y de la carne de la espalda. Las costillas de mithril estaban ligeramente hundidas. Cachos de carne muerta de cadáveres circundantes empezaron a recomponer el cuerpo de la criatura.

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Tienes razón, portador.
El hechicero ya no puede hacerme nada.
Está demasiado débil.
Ahora ajustaremos cuentas tú y yo.

En realidad algo del discurso del Visionario había calado en él. No le creía del todo pero por si acaso decidió no acabar con la vida de Hallednell y prefirió centrarse en su verdadero objetivo. Vallathir le lanzaba espadazos y estocadas que el nigromante paraba con sus propios huesos, al tiempo que éste le atacaba con sus garras de mithril oscuro. De los impactos saltaban chispas y humo negro. En cada uno de ellos, el nigromante sufría con el contacto de la Espada del Bien, pero no lo detenía ni lo cansaba. Trozos de piel muerta acudían para regenerar su pútrido cuerpo, cada vez menos albino. Vallathir ponía mucho empeño en sus ataques, pero ver que eran en parte inútiles, le iba minando la moral y el cansancio se apoderaba de él, aunque la espada no paraba de transmitirle energía para acabar con el Mal. Finalmente, uno de esos zarpazos le alcanzó la cara y le vació un ojo. Cayó al suelo. Su mano libre tapó la cuenca del ojo durante un rato. Cuando la retiró la vio llena de sangre. Esa sangre no manaba sólo del ojo. Tres surcos le cruzaban la cara. El del medio le partía la ceja y la mejilla. Le embargó entonces un sentimiento de impotencia. Iba a morir en breve.

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Oh, portador, llega tu fin en esta vida.
Pero tengo planes para ti.
Escúchalos.

Te abriré en canal con mis zarpas
y me comeré tu corazón todavía latente.
Venderé entonces tu alma al demonio más cruel que conozco.
Lo que yo te haga serán caricias
en comparación a lo que él te hará.

Sufrirás así para toda la eternidad
y recordarás para siempre el nombre de Sephfuzbiel.


Vallathir no respondió. Se levantó, espada en posición y miró desafiante a su enemigo con el único ojo que le quedaba. Prefería morir de pie dando una última estocada.

Hallednell estaba muy débil, pero todo había salido según el plan. Seguramente no llegaría a acoplarse a su cuerpo inerte y volver al plano material nunca más. Ni lo pretendía. Su destino era otro muy distinto. Recordó ahora más que nunca aquel día, ahora tan lejano parecía, en el que quiso observar de cerca La Purificadora de Almas desde el plano astral y qué poco le faltó para ser absorbido por ella. Ahora no se resistía. Tampoco podía. Las fuerzas de la naturaleza eran ya superiores a las voluntades. El mar de ondulaciones cósmicas de posibilidades colapsaban en una sola realidad. La Purificadora tiraba de él con una fuerza irresistible. Nadie podía parar aquello. Los cinco hechiceros elfos que residían dentro de la espada le recibieron con los brazos abiertos. Ahora eran seis y eso significaba una cosa: La Purificadora era ahora más poderosa que nunca.

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En el plano material lo único que se vio fue un fulgor en el filo de la espada. Y Vallathir notó una furia renacida manar de ella. Y la sensación de poder. La convicción irrefutable de que iba a mandar a ese engendro al abismo. Sus músculos se tensaron de nuevo, se irguió y pareció crecer un palmo al menos.

El nigromante también lo notó, fue consciente de la jugada y por un momento dudó de su superioridad. Pero la vanidad es grande. ¿Cómo iba una espada derrotarle a él, que llevaba milenios perfeccionando su arte y su cuerpo para ser completamente indestructible? Sabía que los golpes ahora serían más dolorosos, pero le embargó la ira. Llevaba milenios soñando con despedazar al portador de aquella espada y eso era exactamente lo que iba a hacer. Se abalanzó sobre él como un tigre lo haría sobre su presa y recibió un espadazo que lo lanzó varios metros atrás. Desde el suelo, Sephfamir vio que tenía un profundo corte que le recorría desde la cadera hasta la clavícula. Le había partido dos costillas. La carne muerta cayó fulminada casi en su totalidad, dejando apenas algunos restos de carne en la cara brazos y piernas. En ese momento, Sephfamir, en su cuerpo que ahora era prácticamente un esqueleto metálico, sintió pavor. Huir, se dijo. Hay que huir. Arriba. Se levantó rápidamente y levitó. Pero Vallathir, que no quiso perder el tiempo ni la oportunidad, no le dejó elevarse lo suficiente del suelo y el mandoble que asestó, de arriba a abajo fue de tal potencia que partió un fémur y el esqueleto de mithril oscuro volvió al suelo del impacto. Una boca calavérica que no podría jamás emitir un sonido sin la ayuda de la magia, gritó de dolor. Reptó hacia atrás mientras intentaba volver a flotar. El paladín le asestó otro espadazo y lo volvió a sentar sobre el suelo. El brazo derecho esquelético aparecía ahora doblado como si tuviera tres codos. El nigromante se arrastraba intentando huir del radio de alcance de la Purificadora, pero era inútil. Recibió otro espadazo por la espalda que le partió cuatro costillas. Se dio la vuelta e interpuso los brazos por delante de su cráneo en un acto desesperado de evitar lo inevitable.

24. Mithril oscuro

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¡Piedad!

Pero piedad no obtuvo. Vallathir empezó a descargar una serie de espadazos contra él y fue partiéndole los brazos, cráneo, clavículas, costillas, cadera, columna y cualquier cosa que tuviera aspecto de mithril oscuro. Cuando acabó con él, el pedazo más grande cabía en un puño. Los trozos, desparramados en un área grande desprendían un humillo negro. De pronto se movieron, agrupándose.

—¡No puede ser! —gritó Téanor, temiéndose lo peor.

Pero el paladín, como si esperase todo aquello, extendió el brazo apuntando con la espada hacia los huesos rotos y éstos se frenaron. El humillo negro que emitían se condensó en el aire en una nube oscura y tomó los rasgos del nigromante.

¿Qué haces, paladín?
¡No te atrevas!

El esqueleto triturado era ahora de mithil plateado. Vallathir no dijo nada. Se limitó a abalanzarse sobre la densa nube negra y la partió con la espada como si fuera sólida. Ambas partes de la nube siguieron la estela de La Purificadora de Almas sintiéndose atraída por ella. Vallathir la sujetaba ahora con ambas manos. La nube, que era la cara deforme del nigromante partida en dos luchaba contra corriente, pero era inevitablemente absorbida como si la espada fuera un desagüe.
Cuando el remolino terminó, todos los no-muertos cayeron al suelo, inertes. Pero Vallathir observó con horror la espada que sujetaba en las manos. De pronto la espada pesó para él lo mismo que para cualquier mortal. Tuvo que soltarla inmediatamente.
Era de mithril oscuro.

24. Mithril oscuro

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal