La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

12
Arañas

La guardia de Avanney la reemplazó Vallathir y luego Algoren'thel. Fëledar y Elareth fueron los últimos en hacerlo. Aun bajo aquella niebla, el sol se hacía notar cuando salía. Endegal se despertó con fuertes dolores en la mano y el brazo heridos. Cuando Elareth le inspeccionó las heridas vio que no tenían buen aspecto. La cura de horas atrás no había tenido efecto alguno y la mano de Endegal estaba negra casi al completo. El ánimo del semielfo estaba muy deteriorado. Se asomó a la sima, desesperado, y no le gustó nada lo que vio. O, mejor dicho, lo que no vio.
—¡Ha desaparecido! —exclamó.
—¿El qué? —preguntó Elareth.
—¡El cuerpo de Alderinel! —aclaró—. ¡Estaba ahí mismo, sobre el camino y ya no está!
—Los caminos están bastante transitados —dijo Avanney sin darle importancia al asunto—. Algún orco le habrá dado una patada y mandado al fondo del averno.
—Estabas de vigilancia —le recriminó Endegal—. ¿Tú lo has visto desaparecer? ¿Se lo llevó alguien? ¿Lo tiraron abajo?
—No —contestó la aludida visiblemente molesta—. Mientras duró mi guardia el cuerpo seguía en su sitio. Al menos cuando miré ahí. He estado observando otras cosas más interesantes. —De pronto se detuvo y preguntó —: ¿Crees de verdad que sigue vivo?
—No. No lo sé.
—Es una locura, Endegal. Está muerto. Puedes apostar por ello.
—Sí, es lo más probable, pero...
—¿Pero qué?
—La maldición de mi brazo. Tenía la esperanza de que con la muerte de Alderinel desapareciera con él. Al parecer la simple muerte no es suficiente. Él se suicidó porque no quería que le purificara el alma y, maldita sea que lo ha conseguido. Debo purificar su cadáver, quizás así se vaya su maldición con él.
—Hablas de una posibilidad basada en especulaciones bastante improbables.
—Me da igual las probabilidades de éxito, no me queda otra opción. ¿Qué sabes tú de maldiciones? ¿Qué sabes tú de lo que me ocurre? ¿Conoces alguna solución para arreglar esto? Si es así házmelo saber porque hay mucho en juego, aparte de mi vida. Cada momento que pasa la maldición se hace más fuerte y me impide usar La Purificadora. ¿No lo ves? Me estoy convirtiendo en lo mismo que Alderinel, y es muy probable que no pueda alzar la espada contra los Señores del Caos llegado el momento. Eso, si no se apodera de mí esta cosa y acabo luchando contra vosotros.
—¿Has probado a...
—¿Purificarme con mi propia espada? ¡Claro! Si sólo el contacto del agua purificada y diluida quemaba como mil demonios, ¿qué crees que voy a sentir cuando la Benefactora contacte directamente con mi piel maldita? Será insoportable.
—Pero es posible que funcione, después de todo.
—¿Sí? ¿Cuánto tiempo aguantarías con el brazo desnudo encima de una hoguera? Podemos hacer la prueba si quieres. ¿Verdad que no te gustaría pasar por esa experiencia? ¿Verdad que no? Lo suponía. Permíteme entonces que explore primero las alternativas de abrasarme vivo o quedarme sin brazo, gracias.
—Está bien, lo entiendo.
En realidad a la bardo se le estaba ocurriendo una idea. Como muy bien había dicho Endegal, nadie en su sano juicio pondría su brazo en una hoguera intencionadamente, ni mucho menos aguantar un tiempo. Sin embargo, otros podrían hacerlo por él. Sujetarle para evitar que escapara de la purificación. Pero por desgracia no podrían hacerlo sin la colaboración del semielfo, pues la espada permanecía envainada, y sólo su portador era capaz de traerla a este plano de existencia.
—Sin embargo el cuerpo no está. Dalo por desaparecido. Tendremos que valorar la opción de purificarte el brazo.
Los que escucharon a Avanney, entendieron exactamente a qué se refería.
—No, de eso nada. Buscaremos el cuerpo primero, a ver adónde ha ido a parar.
Avanney iba a replicar que aquella opción era una locura. No iban a encontrar el cuerpo en medio de toda aquella locura. Pero se calló el comentario. Ella tenía otras ideas, pero necesitaba encontrar el modo preciso de comunicarlas y convencer, sobre todo, a Endegal.
—¿Y qué hay del famoso plan para bajar al fondo del averno? —inquirió el Solitario—. ¿Nos olvidamos de eso?
—De eso quería hablaros hace rato —aclaró la bardo, agradeciendo el inciso—. He encontrado un atajo. Durante mi guardia he estado observando por dónde circula cada criatura. Hay unos seres que se asemejan a enanos, aunque su piel es blanca, que se adentran en los túneles en los que terminan esas vigas de piedra. Tras mucho observar, me percaté que uno de estos seres entró por un túnel cercano a nosotros y salió en otro de los del fondo. Lo reconocí pese a la distancia, pues llevaba un casco de llamativos y brillantes cuernos. Así que entraremos por ese túnel y saldremos por aquella cueva de ahí.
—¿Y quién nos garantiza que el túnel sea seguro? —preguntó el paladín—. Tú misma has dicho que están transitados.
—Cierto, pero los utilizan básicamente esos enanos blancos. Eso significa que lucharemos contra una sola raza y además es un trayecto bastante más corto. Sin embargo, si descendemos por las cuestas exteriores expuestos a todas las alimañas y durante más tiempo. Se mire como se mire, el túnel es el camino más seguro.
—Vamos, entonces —dijo el maestro de armas—. No perdamos más tiempo.
—Id vosotros —dijo Endegal—. Yo voy en busca del cadáver de Alderinel.
Avanney estuvo a punto de reprocharle aquella actitud, pero Fëledar intervino antes:
—Tal vez sea lo mejor. Estratégicamente hablando, es preferible no transitar todos juntos por estos caminos. Un grupo numeroso llamaría la atención demasiado. A fin de cuentas nuestro aspecto nos delata.
—Yo le acompañaré —dijo el paladín—. Voy donde vaya la Purificadora y su portador.
—Yo también le acompañaré —agregó Elareth.
—Te acompañaría, cabellos oscuros, pero creo que yo y el maestro de armas deberíamos ir con Avanney, para igualar ambos grupos.
Fëledar cabeceó una afirmación.
—Está bien —accedió Avanney—. Tres a por Alderinel y tres al túnel. Os esperaremos en la misma entrada para acometer el descenso.

12. Arañas

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Alderinel despertó mareado. Estaba en un camastro. Desnudo. Miró a su abdomen. Una sustancia blanca cubría la línea donde La Purificadora le había rajado. No sentía dolor alguno, pero se sentía adormecido. De pronto, escuchó.

Bienvenido a mi humilde morada.

Levantó la vista. Una silueta de mujer salía de las sombras.

¿Estoy muerto?

La silueta sonrió. Se acercó un poco más.

Nada de eso.
Estás bien vivo.
Te he salvado.

Ahora la vio bien. Era una elfa, como él. De piel oscura, como él. Era hermosa, muy hermosa. La deseó. Una tela fina de lino apenas la cubría. La leve iluminación era suficiente para traslucir sus turgentes pechos y su cadera de avispa.

¿Por qué lo hiciste?

¿Acaso importa?

Sí.

Prefiero que estés vivo por el momento. Tengo planes para ti.

¿Quién eres?

Recibo muchos nombres.
El pueblo Antiguo me llamaba Anansi.
Los hombres topo me llaman Yolz.
Tu puedes llamarme “Mi reina”.
Si lo haces, te daré lo que más ansías en este momento.

¿Y qué, según tú, es lo que más deseo?
¿Lees acaso las mentes?

No necesito leer tu mente.
Las hembras sabemos lo que quieren los varones.
Y tú quieres esto.

Yolz puso una mano sobre su propio hombro y la tela de lino cayó al suelo con una lentitud pasmosa. Se acercó al elfo y le acarició el torso. El contacto de su piel era como electrizante, cargada de energía. Sus carnosos labios le susurraban palabras que tenían más fuerza que un torrente de agua.

12. Arañas

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Me encantan estas cicatrices.

Son de...

Lo sé.
Mi sangre se utilizó para crearlo.
Eres lo que eres porque yo lo quise.
Parte de mi poder corre por tus venas.
Ahora por fin has venido a mí.
Sabía que me encontrarías.
Nuestro vínculo es muy fuerte.
Se cierra el círculo.

Entonces ya sabes lo que más quiero.
¿Y qué quieres tú, Mi Reina?

Yolz siguió acariciándole cada vez más abajo. Alderinel estaba a punto de explotar, no aguantaba más. La respuesta de Yolz fue el detonante.

Hijos tuyos.

El elfo la agarró y la puso contra la pared. Ella se le subió y fue embestida con brutalidad. La elfa se dejó hacer pero por poco tiempo. Empujó a su amante con fuerza, aunque sin aparente esfuerzo, y aquél cayó al suelo, aturdido por unos instantes. Yolz saltó sobre él como un tigre haría sobre su presa y en un par de rápidos movimientos logró colocarse a horcajadas sobre él mientras le aferraba las muñecas contra el suelo. Empezó a contonearse suavemente. Alderinel gimió de placer.

Mi Reina...

¿Eres mi esclavo?

Había tenido relaciones sexuales con anterioridad con varias elfas, pero ninguna de ellas era comparable a Yolz. El placer era tan intenso que ponía rígida cada fibra de su ser. Notaba oleadas de energía que fluían de él a ella, y de ella a él. Sus sentidos se embriagaban y se agudizaban al mismo tiempo, en idas y venidas, en frío y en calor.

12. Arañas

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Lo soy.

Cerró los ojos para saborear todavía más aquellas sensaciones. Nunca hubiera adivinado lo que se encontraría al abrirlos de nuevo.
Encima suyo seguía Yolz, o algo parecido a ella, al menos de torso para arriba. El abdomen, ahora peludo y enorme, había sustituido las caderas de su amada Reina, y ocho patas peludas de tarántula acompañaban los vaivenes. El rostro de Yolz apenas había cambiado, quizás ahora era más amenazador a tenor de los colmillos afilados que mostraba. Yolz lo mordió en el cuello, haciéndole sangrar.
Aquello alarmó al elfo unos instantes. Sin embargo, el placer seguía siendo el mismo si no, incluso, aumentando. Le parecía que su propia cadera se fundía con el abdomen de su reina araña, y aunque ella le liberó las muñecas, él no hizo ademán de liberarse sino todo lo contrario. Amarró con ellas sus duros senos y siguió empujando hasta que ambos llegaron al orgasmo. Miles de arañas lo sepultaron, pero él, exhausto, ya no se dio cuenta de eso.

Un calambrazo recorrió el brazo corrupto de Endegal. Las dos heridas latían ahora con brutalidad. El semielfo se amarró el brazo con la mano sana e hincó rodilla al suelo. Elareth le auxilió enseguida. Vallathir se preocupó también por su estado y le preguntó con la mirada.
—Quizás sea demasiado tarde para mí.

12. Arañas

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Llevaban recorrido más de la mitad del camino previsto y no habían tenido ningún encuentro indeseado, lo cual les daba mala espina.
—Quizás sea demasiado tarde para los tres, amigo. Este camino está muy poco transitado. Quizás el horror que aguarda al fin sea tan mortífero que hasta las bestias del averno prefieren otras rutas.

No le faltaba razón al paladín, como pronto iban a descubrir, pero no podían volver atrás. No era una opción. Así que siguieron andando hasta que llegaron al lugar donde Alderinel había dado con sus huesos en el suelo. Un manchurrón de sangre seca marcaba inequívocamente el sitio exacto. Unas huellas extrañas y un arrastre de la tierra no dejaban lugar a dudas. El cuerpo había sido llevado hasta una cueva siniestra; con sólo mirarla entraba el frío en los huesos.
—Un mal inconmensurable se halla ahí dentro —dijo Vallathir, asustado.
Elareth miró a Endegal.
—¿Qué hacemos ahora? —le preguntó.
—Entrar.

Pero no hizo falta realizar tal demostración de valentía. Un sonido de algo enorme rozando las paredes de la caverna los detuvo e hizo que prepararan sus armas en un santiamén. Pronto asomó la cabeza de una araña gigantesca. Vallathir echó dos pasos atrás, consciente de que con puñal y daga nada podría hacerle a tamaño monstruo. Elareth disparó dos flechas y detuvo su ímpetu al ver que éstas resbalaban por encima del cuerpo de la araña sin llegar siquiera a tocarla. Endegal estaba con los pies pegados al suelo, pero no era terror lo que lo paralizaba; parecía mantener un duelo visual con el monstruo, quien también lo miraba fijamente y se le acercaba con sumo cuidado, como si supiera del poder real de aquella mortífera espada. Sus dos compañeros intentaron sacarle de aquel trance, pero él los rehusó.
—¡Atrás! —les ordenó.
Pero ambos, viendo que la araña se acercaba aún más a Endegal se pusieron enmedio. El monstruo entonces atacó, lanzando una sustancia blanquecina pegajosa contra ellos y atrapando a Elareth contra el suelo. Vallathir, que estaba más cerca, se interpuso entre la elfa y la araña, recibiendo un chorro de ácido en la cara del que apenas se pudo proteger con el brazo. El paladín rodó por los suelos mientras sus ropas emitían vapores blanquecinos. Endegal cortó la telaraña pegajosa de los pies de Elareth, liberándola y poniéndose cara a cara con el monstruo, Purificadora en alto.
La araña retrocedió un poco, expectante.
La espada Benefactora le exigía acabar con aquella araña; por otra parte, algo muy en su interior le decía que no lo hiciera. Ese algo era una energía pulsante que emergía de su brazo corrupto pero que influía sin duda en su cerebro. Endegal se debatía en una lucha interna demoledora. Sabía que tenía que matar a esa araña, pero también que no podía hacerlo en esas condiciones. Necesitaría todas sus capacidades para hacerlo, y sin embargo su cuerpo temblaba y no le respondía con normalidad. Pero era morir o matar. No tenía opción.
Alzó la espada para asestar un golpe, pero, para su sorpresa, su brazo derecho sujetó la muñeca izquierda, deteniendo el ataque. Cuanta más energía ponía en mover el brazo izquierdo, más resistencia ofrecía el brazo derecho. Sólo cuando bajó voluntariamente la espada, el brazo corrupto aflojó su presa. Endegal aprovechó para alzar la Purificadora apuntando a los ojos de la araña y ésta, tras unos momentos en los que parecía desafiar al semielfo, retrocedió poco a poco y volvió a su cubil.
Elareth parecía estar bien. Vallathir, sin embargo tenía una manga quemada y parte del rostro también. Su antaño cuidada perilla quedaba ahora mutilada.

—Parece que has conseguido asustarla —dijo Vallathir.
—Sí, eso parece —contestó sin mucho entusiasmo.
En realidad aquel enfrentamiento había hecho mucha mella en él a nivel psicológico. Fue Elareth quien verbalizó parte del problema.
—De lo que podemos estar seguros es que Alderinel está muerto.
—Si sobrevivió a las heridas y la caída ya no importa. Ese monstruo debe de habérselo comido sin duda alguna —razonó Vallathir.
Endegal no quiso pronunciarse, seguía en una lucha interna silenciosa, pero visiblemente dura. Temblaba por dentro y sudaba. Sus ojos mostraban un aire enfermizo. No dejaba de mirar su brazo derecho, ennegrecido, y sus dos heridas ponzoñosas. No dejó que ninguno de sus compañeros se le acercara. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por relajarse. Respiró profundamente y dejó la mente en blanco. Consiguió calmar los temblores. Dijo:
—Elareth, prepara las gasas y los ungüentos cicatrizantes del druida.
—¿Vas a purificar tu brazo?
—Cuanto antes mejor. No lo soporto más.
La elfa sacó una bolsita con una pasta blanquecina que olía a aceite, alcohol e incienso. Puso una cantidad en un cuenco con agua y unas hierbas que machacó en aquel instante y lo mezcló todo.
—Más. Hará falta más —exigió el semielfo—. Remoja vendas ahí. Y buscad un palo.
Vallathir no entendía nada, pero no quiso preguntar.
Cuando vio que todo estaba dispuesto, Endegal se sentó en el suelo. Colocó la espada sobre su hombro derecho. Respiró varias veces. Levantó lentamente su brazo maldito y lo observó, casi a modo de despedida. Cogió aire de nuevo, amarró la empuñadura con fuerza y trazó un arco con ella tan rápido como pudo. Su brazo derecho quedó cercenado a la altura del codo con una facilidad pasmosa, cayendo al suelo como carne muerta. Endegal aulló del dolor, retorciéndose por el suelo mientras su brazo sangraba a borbotones. La elfa y el paladín tardaron en reaccionar, pues no imaginaban aquel desenlace y no esperaban tener que auxiliarlo con tanta urgencia. Endegal fue a buscar a la Purificadora, que se le había soltado de la mano, y puso el codo sobre la hoja. Volvió a gritar del inmenso dolor. Aquel contacto estaba destinado a purificar posibles restos de la maldición y pareció funcionar, pues un humillo salió de aquel contacto. Se desmayó del dolor justo en el momento en el que le estaban atendiendo sus compañeros. Detuvieron la hemorragia con las vendas preparadas y untadas, y un torniquete que realizó Vallathir con el palo que él mismo había ido a buscar.
Al terminar, ambos se miraron. La Purificadora de Almas en el suelo. Su portador, el único que podía manejarla, estaba inconsciente y mutilado. Un brazo ponzoñoso cortado y una cueva con una araña monstruosa que acechaba dentro remataban el cuadro. De fondo, un paisaje infernal y una misión que se les antojaba ya del todo imposible.

12. Arañas

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal