La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

5
A la mierda con el plan

Dedos estaba nervioso. Pasaban los días y no conseguía tener atadas todas las piezas del plan de escape. Sacar a Dorianne de la celda era fácil; ya lo había practicado varias veces, aunque salir del castillo era una duda. Dorianne decía tener una especie de salida secreta, pero Dedos no se fiaba. Consiguió una barba postiza y ocultó algunos ropajes masculinos cerca de la mazmorra por si acaso la alternativa de Dorianne no era de su gusto poderla disfrazar de criado o de soldado. Esa parte la tenía bastante cubierta. Le faltaba la salida de la ciudadela de Tharlagord; sobrepasar la muralla sin grandes riesgos.
Tenía dos caballos preparados, pagados de antemano a un ganadero que los tenía dispuestos en un lugar determinado, a la espera de ser requeridos. Pero no era suficiente. Esperaba la colaboración de Téanor; que el joven, que estaba destinado como guardia en las propias puertas, le diera alguna idea de cómo salir de allí y, ya de paso, que pudiera unírseles en la huida y complacer así a sus padres. Pero Téanor estaba fuera de sí, del todo intratable. Ni siquiera quiso corroborar el estado de su madre. Defendía su estátus con uñas y dientes, poniéndolo por delante de sus progenitores a los que trataba de perdedores. Rehuyó todos los intentos posteriores de acercamiento del mediano, de tal suerte que Dedos no pudo hablar con él de nuevo para intentar convencerle.

5. A la mierda con el plan

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

—Terco como sus padres —murmuró para sí el mediano en su último intento—. Ya podría haber heredado otra virtud de ellos.

A sus diecisiete años, podía más el ímpetu de la adolescencia que el sentido de la responsabilidad. A Dedos le fastidiaba sobremanera admitirlo, pero cada vez más asumía que había fracasado; no había ninguna posibilidad de sacar con vida a aquellos tres y a él mismo de la ciudadela. Para postres, su instinto le decía que algo no andaba bien. Que en el castillo los altos mandos marchaban nerviosos de aquí para allá. Interrogó con cuidado a los soldados rasos de confianza, pero aunque algunos coincidían con el mediano en que algo raro pasaba; ninguno sabía qué era lo que perturbaba la normalidad de las altas esferas. Algo extraño ocurría y Dedos no quería estar presente para averiguarlo. Aquello apestaba a pescado podrido.

—A la mierda con el plan —se dijo, sopesando todos los riesgos—. Me largo de aquí cuanto antes mejor.

No había acabado de pronunciar esas palabras, cuando vio una silueta conocida entrar en el castillo. Era Drónegar, y venía solo.
—Amigo Dedos —le saludó—. Me alegra verte —se agachó y le abrazó fuertemente, como si fueran dos amigos de la infancia.
—Drónegar... —llegó a decir él, bastante incómodo. Qué inoportuno, estuvo a punto de agregar, pero se lo calló. ¿No podría haber vuelto mañana? Así él estaría ya lejos de allí. Da igual, pensó, le doy las buenas tardes y hasta luego.
—¿Pudiste ver a mi mujer y darle mi mensaje? —le preguntó en voz baja. Nadie podía oírles.
—Sí, pero...
—Bien, bien... Verás, Dedos, el tiempo apremia. Tengo que sacar a mi mujer de aquí cuanto antes. Como sea. Ha sucedido algo, no puedo esperar ni un instante. Llévame ante ella.
—Espera, espera... ¿Qué demonios ha sucedido? ¿A qué viene tanta prisa?
—Emerthed... Ha muerto.
—¿Qué? ¿Muerto?
—¡Chsst!
—¡Mierda! —exclamó por lo bajo, mirando nervioso a su alrededor.
—No temas —intentó calmarlo temporalmente el criado—. Cuando salí de Vúldenhard ningún soldado sabía todavía de lo sucedido. He venido tan deprisa como me lo ha permitido el caballo; sin descanso alguno. Posiblemente a estas horas ya sepan en Vúldenhard lo ocurrido, pero tenemos bastante ventaja hasta que la noticia llegue hasta aquí. Quizás horas.

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A Dedos no le tranquilizaron aquellas palabras en absoluto y se dispuso a salir de allí a lo que dieran sus pequeñas piernas, pero al dar media vuelta se percató de que dos soldados de la guardia real estaban ya prácticamente encima de ellos, con claras intenciones de interceptarles.
—Drónegar, por fin habéis llegado —le dijo uno de ellos al criado—. El príncipe Demerthed quiere ser informado de las nuevas de la ciudad recién conquistada.

Dedos se escabulló disimuladamente.
—Nos vemos luego, entonces —le dijo a Drónegar en voz alta.
Pero una mano le agarró por el hombro.
—No tan deprisa, bufón. El príncipe también requiere de tus servicios.
—¿Ahora?
—Ahora.

Y así fue como ambos fueron llevados ante Demerthed. El príncipe, sentado tras su escritorio de ébano, se servía vino en una copa de cristal originario de Cristaldea. Sirvió otra copa y se la ofreció a Drónegar, al que invitó a sentarse frente a él. Los tres hijos de Demerthed también se hallaban presentes. Expectantes.
—Bienhallado seas, Drónegar. Sirviente de mi padre y mío. Bebe conmigo mientras me cuentas las novedades de Vúldenhard.
—Oh, mi señor —dijo ceremonioso, intentando que no le temblase la voz lo más mínimo—. Vúldenhard está bajo control, con el mandato de vuestro padre y el paladín del reino.
—No esperaba menos. Pero dime, siervo, ¿qué te ha hecho volver tan pronto? ¿No era aquél tu lugar y tu deseo el servir a mi padre allá donde se hallase? ¿Acaso cambiaste de opinión?
—Oh, no, mi señor. En realidad fue vuestro padre quien me sugirió volver aquí, ya que se había provisto ya de sirvientes, y consideró que no era necesaria mi presencia en Vúldenhard.

5. A la mierda con el plan

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Dedos se impacientaba. Llevaba demasiado tiempo en aquella sala sin que el príncipe le instara a ponerse el traje de bufón o lanzarle alguna pulla. Y eso no era nada bueno.
—Así que por eso habéis vuelto tan rápido.
—No teniendo nada que hacer allí, señor, decidí venirme cuanto antes. Así que vuelvo a estar a su servicio.
—¿Y eso es todo lo que puedes contarme?
—Me... temo que sí, mi príncipe.

El príncipe, que estaba recostado, se incorporó hacia adelante y sacó un papel doblado y lacrado que enseñó al criado.
—Qué curioso. Esta mañana he recibido esta carta traída por paloma mensajera, con el sello y firma de uno de mis lugartenientes de confianza. En ella, se me asegura que mi padre ha sido vilmente asesinado en circunstancias realmente extrañas. Dice que lo ha matado un emisario del este que llegó acompañado de ti. Y que tú y Vallathir salisteis poco antes como alma que lleva Ommerok hacia aquí, para informarme sobre asuntos de gran importancia.

Dedos tragó saliva costosamente. Drónegar se meó encima.
—Llevamos toda la mañana esperando el regreso de Vallathir para que aclarase este asunto. Sin embargo, sólo llegas tú y en tu relato nada mencionas de todo esto. —Se levantó del todo y fue directo hasta pegar su nariz a la de Drónegar—. ¿Dónde está el paladín del reino? ¿Quién es ese emisario del este? ¿Está muerto el rey? ¡Habla!
—Se... Señor... Debe haber algún error, yo no sé nada de esto... yo...
—¡Así que es cierto! ¡Lo veo en tus ojos! ¡Habéis asesinado a mi padre! Tú, Vallathir, el emisario... ¡A traición, claro! ¡Cómo si no sería eso posible!
—No, no... —balbuceó Drónegar mientras se levantaba torpemente de la silla e intentaba poner aire entre ellos dos.
—Hasta tú, miserable bufón, estás implicado en esto. Le has servido a este traidor para que pudiese abandonar Tharlagord y ejecutar su plan sin levantar sospechas. Tú también estás en el ajo y pagarás por ello.
—No, yo no tengo nada que ver con él. ¡Apenas le conozco! Mentí para entrar en el castillo. ¡Pero sin duda he sido yo el vilmente engañado! ¡Lo juro!

5. A la mierda con el plan

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Demerthed asintió y esbozó una sonrisa que bien podría ser la de un lobo hambriento.
—Llevad a estos dos a la cámara de torturas. Es hora de obtener respuestas.
Los hijos del príncipe heredero sacaron sus espadas y amenazaron a aquellos dos, ahora presos, y se los llevaron hacia las mazmorras.

5. A la mierda con el plan

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal