La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

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La recuperación de Alderinel

Derlynë llevaba unos días tratando a Alderinel, rebajando la dosis de agua pura hasta que, aunque el Renegado se quejaba y solía rehuir de la elfa, al menos no parecía sufrir un dolor insoportable. Como rehusaba beber el agua tratada cuando estaba consciente, Derlynë solía aplicarle sobre la piel un paño húmedo de este líquido mientras otros elfos le sujetaban. Parecía mejorar, pues aunque siempre maldecía el tratamiento, cada vez pasaba menos tiempo inconsciente y febril.
Cierto día, en plena sesión donde Alderinel sollozaba como un niño asustado ante la proximidad del paño húmedo de Derlynë, su padre intervino.
—Ya basta —dijo aquél. Y la discípula del Visionario se detuvo y los dos elfos que sujetaban al convaleciente lo soltaron.
Alderinel cayó rendido, acurrucado sobre su camastro.
—Salid —ordenó el Líder Natural. Todos obedecieron.
Miró a su hijo, apenado. Se sentó junto a él y le acarició el pelo, como cuando era un niño elfo. Habían pasado un par de siglos desde entonces.
—Hijo mío... —empezó—. Sabes que hacemos esto por tu bien —dijo acercándole el paño al pecho.
Pero Aldërim se echó atrás.
—¡No, por favor! ¡Aparta eso de mí!
Su padre retiró el paño húmedo.
—Aléjalo más, puedo olerlo y me lacera los pulmones y me duele en la nariz y en los ojos.
Ghalador, tras observar el paño pensó que no olía a nada en absoluto. Para él no era más que agua, sin olor, sin color, sin sabor. Lo lanzó lejos de todos modos.
—Gracias, padre.
—Hijo, el tratamiento funciona. Se nota que estás mejor. Hemos de seguir con él hasta que te recuperes por completo.
—¡Padre, no sabes lo que duele!
Su padre observó las argollas que le sujetaban tobillos y muñecas. Debajo de ellas tenía heridas en carne viva, de tanto forcejeo. Intentaban curárselas, pero los métodos habituales no parecían funcionar, sobre todo después del tratamiento con agua purificada.
—Me tratan como tratan los humanos a los perros. Peor, diría. Y yo... estoy tan débil.
Su padre lo miraba condescendiente.
—Sé que he hecho cosas horribles, padre. Éste y no otro es el castigo que me merezco.

9. La recuperación de Alderinel

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Ghalador vio entonces innecesario el sufrimiento de su hijo. Le ahorraría, al menos, una parte. Sacó una llave de su bolsillo y abrió las argollas de las manos del convaleciente. Aquél se miró las muñecas laceradas y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Padre... —susurró.
El Líder Natural le abrazó y su hijo le correspondió. Pero no tardó mucho en pasarle las cadenas por el cuello y apretar, ahogándolo. Tarde descubrió que la fragilidad de su hijo no era más que una pantomima.
—Padre, gracias por esta oportunidad que me has dado. Sabía que no me fallarías. Intuía que tú guardabas una llave, pero no estaba seguro. Yo sí te he fallado una vez más, pero te prometo que será la última. No puedo dejarte con vida, pues delatarías mi huida y no puedo consentir eso. Lo entiendes, ¿verdad? Tenías razón, el tratamiento estaba funcionando, pero ni siquiera imaginaste que no quiero cambiar en absoluto. Me gusta como soy ahora, ¿puedes entender eso? Por mucho que me hubierais limpiado el alma, jamás se me perdonarían mis actos aquí. Jamás habría sido el Líder Natural de Bernarith'lea y ahora ni siquiera yo soportaría serlo. Sois asquerosamente débiles y cobardes. Todos sin excepción. Os acurrucáis aquí como polluelos temerosos mientras el mundo os amenaza, esperando ser engullidos por el puño de hierro humano. Sea, pues. Sucumbid a vuestra propia ineptitud y cobardía, pero yo me largo de aquí. Necesito hacer las cosas a mi manera, vivir mi vida y no la vuestra.
Los ojos de Ghalador se salían de sus órbitas, su expresión era más de extrañeza por lo que le estaba diciendo su propio hijo que por su muerte inminente.
—Adiós, padre —se despidió el Renegado mientras notaba que las fuerzas de su víctima se diluían como una lágrima en un océano.
Los brazos del Líder Natural cayeron inertes.
Escarbó en el bolsillo de su padre y usó la llave para soltarse las argollas de los pies. No escondió el cuerpo. ¿Para qué? Cuando alguien entrara allí, lo primero que vería serían las cadenas sueltas y daría la alarma igual de aprisa. Ahora sólo le quedaba salir de allí rápido y sin ser visto. No sería tarea fácil, pero sabía que podía lograrlo. Conocía todos los rincones de Ber'lea y los hábitos de los puestos de guardia como el que más. Una vez saliese del Bosque del Sol, sabía exactamente adónde iría. Tenía asuntos pendientes que solucionar.

9. La recuperación de Alderinel

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal