La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

25
El lobo oportuno

Sephabaïr entró en la cueva. Aquella cueva era una como tantas había allí. Solían utilizarlas los kobolds como madriguera y a veces se ramificaban e interconectaban con otras. Era una cueva oscura, pero todos los Señores del Caos tenían su visión desarrollada para ver en circunstancias de completa oscuridad. Pero esperaba que sus presas hubieran huído hacia las profundidades, no que le fueran a emboscar, por eso sus sentidos estaban centrados al frente y no en los recovecos de las paredes. No les vio hasta que el sonido le advirtió de su presencia.
De su derecha apareció Elareth daga en mano. De su izquierda, Endegal con el sable élfico. El sable llegó a clavarse la punta en el costado de Sephabaïr, atravesando su manto del Caos. Elareth no llegó a herirle, pues éste mandó una onda expansiva que lanzó a elfa y semielfo contra las paredes justo a tiempo para salvar su propia vida.

Sois atrevidos. Osados.
Habéis derramado mi sangre.
Y eso mismo será vuestra perdición.

Toda sangre derramada aquí la utilizamos en nuestro beneficio.
Y mi sangre es poderosa.
Muy poderosa.
Os lo demostraré.

Levantó las manos. La cueva empezó a temblar como si allí mismo se hallara el epicentro de un gran terremoto. Empezaron a caer piedras del techo. Elfa y semielfo se levantaron del suelo y corrieron hacia la salida. El túnel se hacía eterno, pero al final salieron de la cueva. Justo detrás de ellos, la cueva se derrumbó por completo.
Afuera, todo estaba oscuro, como si fuera de noche. Miraron al centro de la fosa. Ommerok les dirigió la mirada.
—¿Cómo es posible? —dijeron aterrados, casi al unísono.
De pronto, un destello amarillo inundó la atmósfera seguido de un sonido atronador. La oscuridad desapareció junto con Ommerok. Apareció en su lugar un gigantesco Señor del Caos con un boquete en el pecho desplomándose.
—Yuvilen. Lo lograste —dijo Endegal.
Iban a ir entonces en su búsqueda para luchar juntos contra los Señores del Caos que quedaban, pero nuevos temblores les advirtieron de que no iba a ser posible.
—Derrumbó la cueva entera subre su propia cabeza… Y sigue vivo.
—No lo hubiera hecho de saber que moriría —dijo la elfa.
En efecto, las enormes rocas de la entrada de la cueva salieron disparadas como si hubieran sido lanzadas con catapultas. Detrás de ellas apareció el Señor del Caos.

25. El lobo oportuno

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

¿Comprendéis ahora hasta dónde llega mi poder?

Elareth corrió a recuperar su arco. Sephabaïr no pareció importarle lo más mínimo. Fue a por Endegal, que estaba más próximo a él. Levantó una mano en su dirección y levantó igualmete al semielfo en el aire, como si lo ahorcara con una soga invisible. Elareth le disparó varias flechas, pero él las desvió con la otra mano. Apretó la mordaza de Endegal y este cada vez le costaba más respirar. Se ahogaba. Elareth insistió con sus flechas, lanzándolas con mayor frecuencia.

—¡Suéltale, engendro!

Sephabaïr soltó su presa y ésta cayó al suelo. Se dirigió a la elfa. Levantó una mano. Detuvo en el aire alrededor de quince flechas. Levantó la otra mano. El arco de Elareth se curvó más de lo normal, destensando la cuerda. Se curvó más todavía. Se partió, finalmente. Las flechas que flotaban en el aire cayeron al suelo. Elareth sacó la daga. El Señor del Caos hizo un gesto. La elfa fue empujada contra la pared. Soltó la daga. El Señor del Caos hizo otro gesto. La daga salió volando muy lejos.

Tú ya no me molestarás.

Fue a por Endegal, que se incorporaba en ese momento. El Señor del Caos hizo un gesto. El sable élfico salió volando muy lejos. El Señor del Caos se encaró hacia una gran roca. Con las dos manos dirigidas hacia ella, la fue levantando poco a poco. Luego la dirigió hacia el semielfo hasta que la colocó encima. La soltó. Endegal saltó a un lado y la roca cayó justo donde él estaba. Sephabaïr lanzó esta vez al semielfo contra la roca. Éste cayó al suelo, exhausto. Sephabaïr volvió a levantar la roca por encima del semielfo. La soltó. Éste rodó sobre sí mismo liberándose de nuevo de una muerte segura.
Sephabaïr levantó la roca de nuevo a distancia, con ambas manos. Endegal estaba agotado. Desde el suelo, miraba la roca de reojo, preparado para invertir todas sus fuerzas en rodar de nuevo cuando la roca cayese de nuevo. El Señor del Caos, con cierto esfuerzo, consiguió mantener la roca en suspensión con una sola mano, usando la otra para inmovilizar al semielfo. Endegal no podía resistirse. Notaba que lo anclaban al suelo y no tenía fuerzas ni para pestañear.

25. El lobo oportuno

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Algoren’thel apenas tuvo un respiro. Vio a Sepherme por el rabillo del ojo y se giró a tiempo interponiendo a Galanturil. El látigo encantado restalló contra él, haciendo saltar chispas. Sepherme siguió enviando latigazos, pero el elfo era hábil con su bastón y fue deteniendo cada ataque, salvo uno que le alcanzó en la pantorrilla y le hizo un corte preocupante. No obstante, el Señor del Caos no conseguía someterlo tan rápidamente como hubiera querido y quiso acelerar el proceso. Enrolló su látigo y moviendo los dedos en dirección al elfo solitario, dijo:

Veamos cómo te defiendes con un bastón que no desea ser sujetado.

Galanturil vibró un instante, y las runas grabadas en sus extremos por el viejo druida se iluminaron brevemente, pero no cayó de las manos de su dueño. Sepherme insistió, y el bastón volvió a vibrar sin las consecuencias esperadas por la encantadora de objetos.

Poderosas son esas runas.
¡Tienes suerte!
Vuestro vínculo es fuerte.
¡Lo romperé a la fuerza entonces!

Desenrolló de nuevo el látigo y volvió al ataque. Esta vez se enrolló en Galanturil. Algoren’thel, que estaba esperando esa circunstancia tironeó rápidamente hacia sí, arrebatándole el látigo a su dueña. Viendo que el látigo se movía por sí mismo cual culebra venenosa, se afanó en lanzarlo lejos. Estando su enemiga desarmada, fue a por ella, pero no esperaba el siguiente encantamiento de Sepherme. De pronto, sus ropas se apretaron contra su cuerpo tan fuertemente que le impidieron correr primero y andar después. La cinta con la que se sujetaba el cabello en la frente le cayó a los ojos, cegándole. El látigo, seseando cual serpiente, llegó hasta él y se le enrolló alrededor del cuerpo. La cinta que le cegaba se deslizó entonces hacia su cuello y el nudo cambió para ahogarle atrapando su garganta. El látigo apretaba cada vez más fuerte, ahogándole también, impidiendo que hinchara los pulmones. Algoren'thel, desde el suelo, soltó a Galanturil. Ya no podía hacer nada, salvo morir.
Unos gruñidos le despertaron del sopor de la asfixia. Una enorme sombra plateada cruzó su campo de visión y se abalanzó sobre Sepherme, derribándola y forcejeando con ella fieramente en el suelo. La lucha fue breve. Algoren'thel notó como sus ropas y el látigo aflojaron la presión, como si nunca hubieran tenido vida propia y nunca hubieran intentado asesinarle.
Hizo un amago de incorporarse, pero el enorme lobo llegó primero hasta él, rozando su hocico ensangrentado contra el rostro del elfo.
—¡Draughmithil, hermano lobo! —exclamó cuando pudo recobrar el aliento—. Encontraste al fin un camino de tierra firme hasta aquí. Sabía que lo lograrías, aunque ya dudaba que lo consiguieras a tiempo.
Ayudándose del lomo del animal, consiguió levantarse a duras penas. Recogió a Galanturil y lo usó para apoyarse mientras caminaba en dirección a Sepherme. La encantadora del caos yacía muerta con la garganta desgarrada.
—Vamos, Draughmithil —dijo al ver los apuros de sus compañeros más próximos y de no localizar a Avanney—, ayudemos a nuestros compañeros. Endegal y Elareth nos necesitan.

25. El lobo oportuno

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal