La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

27
El secreto de Avanney

Avanney traspasó aquel pórtico con cautela. Sabía que Sephfuzbiel le estaba tendiendo una trampa. Si simplemente hubiera querido huir, hubiera cerrado las puertas detrás de él, o simplemente levitado hasta perderse de vista y esconderse en un lugar remoto. Sephfuzbiel no habría entrado ahí y dejado la puerta abierta si no esperase una clara victoria sobre su rival. La prudencia de la bardo fue recompensada, pues gracias a ella pudo esquivar la embestida de un troll de las cavernas que custodiaba aquella sala. Sabiendo ya por experiencia propia que una espada corriente apenas arañaría la dura piel del enorme troll, se dispuso a usar exclusivamente a Hielo. Se escurrió por debajo de sus piernas y dio un tajo en el talón de aquiles de la bestia. Inmediatamente se escarchó parte del pie y el troll cojeó. Se volvió a por su presa, pero Avanney parecía adivinar sus movimientos una fracción de tiempo antes y evitaba ponerse al alcance de sus demoledores brazos. Aún así, la corpulencia del troll no le dejaba muchos espacios y esquivaba con dificultad y en ocasiones a trompicones solía librarse de milagro de morir aplastada. En cuanto podía, asestaba tajos con Hielo a tobillos y rodillas, y aquello fue dando sus frutos, pues el troll cada vez tenía más escarcha en las articulaciones y se movía con mayor dificultad. Eso permitió a Avanney esquivar con más tranquilidad y asestar tajos con menos peligro. Cuando el troll quiso darse cuenta, se hallaba en el suelo con ambas piernas semi congeladas. Avanney le buscó las espaldas y le dio dos estocadas en la nuca que aturdieron bastante a la bestia. Unos cuandos sablazos más congelaron por completo la cabeza del monstruo y éste dejó de moverse.
El guardián del cubil de los Señores del Caos había sido abatido, pero allí no había rastro de Sephfuzbiel. Sólo seis puertas. Todas cerradas menos una. Una invitación en toda regla. Sephfuzbiel había esperado la muerte del troll de las cavernas y había dejado, al menos, una sorpresa más para su enemiga.
Avanney desconfió y asomó la cabeza. Era un pasillo iluminado con antorchas, aparentemente un camino sencillo. Desconfió y abrió las otras puertas con cautela. Todas daban a pasillos similares.
—Está bien, engendro, seguiremos tu juego hasta el final.
Diciendo esto en voz baja, atravesó la puerta originalmente abierta y atravesó el pasillo. Tras un par de recodos se encontró con otra puerta abierta. Daba a una sala grande en semipenumbra. Sólo había una pequeña lámpara encendida en el centro de la misma. El resto de lámparas distribuidas alrededor de la misma estaban apagadas intencionadamente. Avanney se dirigió al centro.
—Aquí me tienes —dijo—. Ahora muéstrate y pelea.

27. El secreto de Avanney

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Valiente, pero predecible.
Acudes a la luz como una polilla.

La voz venía de todas partes. Apareció frente a ella Sephfuzbiel, empuñando a Fuego y un estilete. Avanney se puso en guardia, empuñando a Hielo en la derecha y su espada corta intacta en la izquierda. Avanzó un paso. De pronto oyó un sonido por detrás de ella y rectificó su posición para ver a los dos atacantes. El de detrás también era Sephfuzbiel, empuñando a Fuego y un estilete. Ambos dijeron al unísono:

¿Sorprendida?
Esto no es nada.
Observa.

De entre las sombras apareció otro Sephfuzbiel, idéntico a los otros dos. Luego apareció otro, y luego otro. Se oyeron múltiples risas por toda la sala. Avanney contó hasta cuarenta y ocho enemigos exactamente iguales, rodeándola como una manada de lobos. Cada uno se movía de forma independiente y hablaban todos a la vez, o diciendo cada uno una palabra hasta completar las frases de burla y amenaza.

Piensas que esto no es más que una mera ilusión.
Puede que lo sea, bardo.
Pero si lo es, ¿cuál de nosotros es el verdadero?

Las risas se multiplicaron. Las cuatro docenas de encapuchados empezaron a moverse en círculos lentamente, cruzándose entre ellos. Levantaron entonces todos a Fuego y corrieron a la vez contra Avanney.
La bardo se agachó como si con eso fuese a resistir una lluvia de espadazos. Le llovieron cerca de quince simultáneos, pero ella los ignoró todos. Se levantó y con medio giro clavó certera a Hielo en el estómago del único Sephfuzbiel real y sólido, al que pilló con Fuego en alto. La ilusión se desvaneció poco a poco. Fuego cayó al suelo, el estilete también. Los ojos de Sephfuzbiel, desorbitados, preguntaban con sorpresa cómo había logrado saber quién de todos era.
—Ninguna de tus ilusiones logró engañarme —dijo Avanney enseñándole La Esfera del Conocimiento. El Señor del Caos palideció al verla; reconociéndola—. Simulé que lo hacían para que confiaras todo a tus artes del engaño y poder así pillarte desprevenido. Y funcionó.
Abdómen y pecho se congelaron por completo y la cara de Sephfuzbiel estaba ya completamente paralizada. Avanney extrajo el filo de sus entrañas y el cuerpo del Señor del Caos cayó al suelo y se partió en dos. Recogió a Fuego y se apoderó de las vainas de ambas cimitarras que todavía tenía amarradas, ahora débilmente, a la parte superior del cuerpo de Sephfuzbiel. Se las colocó a la espalda.
La bardo inspeccionó entonces la sala. Cogió una antorcha y encendió algunas de las lámparas. Había al fondo un altar de sacrificios y cinco tronos de oro puro. En un lugar destacado encontró una urna. Dentro, había una especie de caja metálica. Tenía una especie de cerradura que pudo abrir con una ganzúa. Dentro, unas páginas de fina piel, contenían dibujos y grafías arcanas.
—Brujería —se dijo.
Tomó las páginas y las puso en su bolsa de viaje. Ya tendría tiempo de investigarlas. Oyó entonces a alguien decir su nombre, pero lo ignoró.

27. El secreto de Avanney

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

El grupo consiguió reunirse con Yuvilen Enthal un poco antes de llegar hasta el pórtico que daba entrada al cubil de los Señores del Caos. Durante el camino, unos y otros tuvieron que enfrentarse a varios orcos y goblins que iban haciéndoles frente por sus propios medios. Por suerte no llegaban hasta ellos en enormes cantidades y Vallathir, que era el que mejor parado estaba, blandía a la Purificadora con eficacia contra aquellos seres que, comparados con el liche, eran poca cosa. No obstante, no podía enfrentarlos a todos al mismo tiempo, así que el grupo avanzaba muy junto y se las tenía que apañar con sus habilidades mermadas. El grueso de las filas orcas les estaba alcanzando a pasos agigantados. No estaba muy claro si lograrían ponerse a salvo a tiempo. Si les alcanzaban antes, morirían por mero aplastamiento. Yuvilen lanzó un hechizo curativo de índole general a todos ellos, pero advirtió que en sus condiciones sólo mejorarían su vitalidad y eliminaría parte del cansancio, pero que aquel sortilegio no soldaría huesos rotos ni mucho menos, resolvería heridas más graves.
Estaban a punto de alcanzar el pórtico cuando la marabunta de orcos se les echó encima. Yuvilen Enthal invocó las raíces milenarias que surgieron del suelo y éstas atraparon a bastantes orcos y entorpecieron el avance de otros tantos. Eso les permitió entrar. Eso y el hecho de que Draugmithil se enzarzara contra toda criatura que sobrepasaba la ténue línea defensiva. El lobo plateado iba saltando de orco en orco, sin demorarse o asegurarse que estuvieran muertos. Se abalanzaba contra aquellos que resultaban más peligrosos o estaban más cerca de alcanzar a sus compañeros. Todos empujaban las pesadas puertas para cerrarlas, pero fue Algoren’thel el que se dio cuenta de que el lobo estaba fuera todavía.
—¡Draughmithil! —lo llamó.
Pero entonces una lanza se clavó en el costado del lobo. El animal intentó zafarse y llegar a las puertas, pero entonces lo sobrepasaron decenas de orcos.
—¡No! —gritó el Solitario.
—¡Tenemos que cerrar! —gritó Vallathir.
Y con todo el pesar, cerraron. Momentos después, infinitos golpes sonaron contra las puertas, las cuales tenían aspecto de resistentes, pero quizás no tanto como para aguantar aquéllo durante mucho tiempo. Yuvilen Enthal lanzó un conjuro de resistencia contra las puertas y éstas parecieron aguantar mejor los embites. Vieron el cuerpo del troll de las cavernas y sopesaron la posibilidad de arrastrarlo y ponerlo contra las puertas, pero pesaba demasiado.
—No perdamos tiempo —dijo Endegal—. ¿Dónde está Avanney?
Delante de ellos había seis puertas abiertas. Todas daban a sendos pasillos iluminados con antorchas.
—¿Y ahora qué? —dijo Vallathir—. ¿Por dónde?
—Tenemos dos opciones —dijo Elareth—. Probamos suerte o nos separamos.
—Si nos separamos cubrimos más posibilidades de encontrar a Avanney.
—Pero somos más vulnerables.
—Quizás sea suficiente para acabar con Sephfuzbiel —apuntó el Alto Elfo—. Sed conscientes que su mejor arma es el engaño y la ilusión. Si tenemos en cuenta eso, podemos derrotarle.
—Está bien, nos separaremos.
—El primero que la encuentre que avise al resto.
—¿Cómo?
—Gritando.
—¡Avanney! —gritó Endegal, pero no obtuvo respuesta.
—No parece que sea efectivo.
—Pero no nos queda otra.
—¿Qué tal tu telepatía, Alto Elfo? ¿Puedes hablar con Avanney?
—No aquí dentro. Las paredes de roca son espesas y algún encantamiento oscuro toma influencia sobre ellas imposibilitando más todavía la comunicación.
—¡Entonces, vamos! ¡No perdamos tiempo!
Eligieron una puerta cada uno y se adentraron hacia sus destinos.

27. El secreto de Avanney

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Avanney siguió observando la estancia, por si pudiera encontrar algo de interés. Y vaya si lo encontró. En una repisa de hierro forjado había una serie de runas y grafías arcanas que rodeaban unos bajorelieves familiares. Uno de ellos asemejaba una mano, pero bien sabía que se trataba de un guantelete. Cierto guantelete habría encajado ahí perfectamente. Justo al lado, el bajorelieve era ideal para encajar un pico para un enano; un pico muy determinado. Al lado de éste, el hueco era idóneo para contener cierto medallón. En otro hueco más grande y alargado cabia perfectamente una vara de mago. Avanney recordaba una muy concreta capaz de conjurar el fuego. Ella había visto con sus propios ojos los cuatro objetos de poder que encajaban ahí. Y el quinto, el último, no era más que una pequeña semiesfera. Sintió un hormigueo en el vientre. Escarbó en su bolsa de viaje, extrajo La Esfera del Conocimiento y la depositó con cierto temor y fascinación sobre el hueco. Cabía perfectamente. Las runas del bajorelieve se iluminaron levemente, reconociendo el objeto. De pronto, una sensación le embargó. ¿Y si los cinco portadores de los cinco objetos estaban destinados en principio a llegar hasta esa misma sala y erigirse como los próximos cinco Señores del Caos? No, eso era imposible porque…
—Lo sabía —dijo una voz desde atrás interrumpiendo el hilo de sus pensamientos.
Avanney se dio la vuelta repentinamente, como a quien pillan realizando alguna maldad. Cogió rápidamente la Esfera y se la guardó. Era Elareth, que había elegido el camino correcto entre los seis posibles.
—Sospechaba que ese amuleto era el quinto objeto de poder. Cuando Yuvilen Enthal dijo que era una esfera, lo vi claro. Le callaste antes de que pudiera continuar hablando de ella. Lo noté.
—Sí, así es —admitió Avanney con pesar—. Yo también tenía una sospecha al respecto, pero no es lo que parece. La Esfera no posee ninguna influencia maligna. Lo habría notado, créeme. Sólo otorga Conocimiento.
—Cuestión de tiempo, supongo. Alderinel tampoco debió notarlo cuando se puso el medallón la primera vez. Emerthed igual cuando se enfundó el guantelete. Aquéllos podrían pensar que sólo otorgaban poder. Y míralos cómo acabaron.
—Esto es distinto, Elareth. Estoy segura.
—Da igual lo que creas, es una creación de ellos, con un propósito claro. Hay que destruirla.
—No lo entiendes. Si fuera maligna la Purificadora hubiera reaccionado con ella y conmigo, y no lo hizo.
—No podemos saber los detalles, pero es un asunto demasiado importante para decidirlo tú sola. Espero que los demás estén de acuerdo conmigo.
—¿Cómo va a ser un objeto maligno si es el que nos ha guiado hasta aquí? Gracias a ella encontramos La Purificadora de Almas. Hemos derrotado a la Hermandad del Caos. ¿No lo ves? Sin ella el Caos hubiera triunfado. Nos ha sido de suma utilidad.
—Más razón entonces para destruirla si ya cumplió el cometido de ayudarnos. No podemos permitir que nos envenene el corazón ahora o en un futuro.
Elareth observó el cuerpo partido del Señor del Caos y añadió:
—Acabaste con él. Buen trabajo.
—Gracias, no fue fácil.
—Ya me imagino. Eran muy poderosos. Todavía me asombro ante la proeza de haberlos derrotado a todos. Hemos visto en acción hasta el propio Ommerok, dios del Caos y la Destrucción y podemos contarlo. Salvo Fëledar y Draughmithil —agregó con desánimo. Tras una pausa, recordando algo, agregó—: Como había seis puertas nos dividimos para dar contigo y ayudarte. ¡Endegal! ¡Vallathir! ¡Encontré a Avanney! ¡Venid! Espero que no hayan sufrido ningún percance. Llegarán en breve.
—Lo siento —dijo Avanney.
—¿El qué?
La bardo desenfundó la Primera Hermana y la hundió en el estómago de la elfa. Le tapó la boca para que no gritara y de paso cortarle la respiración.
—Lo siento de veras, Elareth. No puedo dejar que comentes lo que sabes. Esta Esfera me da Conocimiento. Es demasiado valiosa. Estás muy equivocada respecto a ella. Deberías haberme hecho caso… Olvidar el asunto… Y…
La expresión de Elareth decía todo lo contrario. Ahora que la vida se le escapaba, lo veía claro. Cuando dejó de moverse, la bardo la depositó con cuidado en el suelo.
—¿Qué he hecho? —se preguntó en un susurro. En su mente se arremolinaban sensaciones contradictorias. Las lágrimas y la rabia afloraron. Dudó si realmente había maldad en La Esfera y por tanto había sido aquélla la que le había obligado a cometer el vil asesinato. Pero lo cierto era que había descubierto que haría lo que fuese por mantener aquel objeto en su poder y sintió un pavor que le helaba los huesos.
Avanney derribó entonces las lámparas con furia, apagándolas y derramando el fuego por el suelo. El estruendo resonó entre los pasillos.
—¡Elareth! —gritó.

27. El secreto de Avanney

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

El primero de los cuatro en llegar fue Endegal. Su nerviosismo se calmó cuando vio a la bardo aparentemente bien. Habían acabado con el Señor del Caos. Pero Elareth… Estaba en el suelo, sobre un enorme charco de sangre.
—¡Elareth! —se abalanzó sobre el cuerpo de su amada. Sus ojos estaban abiertos, pero ya no albergaban vida.
—Lo siento —dijo la bardo—. Elareth interrumpió nuestra lucha y Sephfuzbiel logró matarla. No pude evitarlo.
—Escuché su voz hace nada… Luego los sonidos de la lucha…
En ese instante entraron los demás y vieron la desgarradora escena.
—Elareth… Me prometiste que viviríamos muchos años juntos. ¡Le clavaste tres flechas en el ojo a Ommerok! ¿Por qué has incumplido tu propia profecía? ¿Por qué? ¡Señores del Caos, yo os maldigo! ¡Malditos todos, allá donde estéis!
Endegal, en un ataque de furia arrebató La Purificadora a Vallathir y asestó varios espadazos al cuerpo inerte de Sephfuzbiel. Fue el propio paladín el que lo sujetó y lo calmó. Todos se estremecieron.

Fue Yuvilen Enthal quien rompió el momento. A nadie le pasó desapercibido que volvía a tener una vestimenta impecable. Se explicó:
—Encontré un elixir regenerador. He conseguido recuperar parte de mis energías y soldar mis huesos rotos. Estoy acumulando energías. En breve podré sacaros de aquí, pero si queréis acelerar el proceso necesitaré drenar parte de vuestras energías hacia mí. Notaréis un pequeño tirón, simplemente tenéis que ceder. Os prometo que sólo os notaréis un poco cansados.
—¿Vas a crear un portal? ¿Adónde?
—¿A dónde si no? A vuestro amado Bosque del Sol. Recuerdo muy bien dónde está Bernarith’lea. Puedo crear un portal hasta allí sin problemas.
—¿Estuviste en Bernarith’lea hace milenios? —dijo Algoren'thel—. ¿Vivías allí?
—He estado en varias Comunidades élficas, pero yo pertenecía a la de los Altos Elfos, en Lytherith’lea más allá de las Colinas Rojas.
—¿Todavía existe? —preguntó el Solitario.
—No lo sé. Espero que sí.
—Espero que me lleves contigo para averiguarlo —le dijo el elfo.
—Lo haré. Cuando todo esté en orden en Ber’lea.
—Hay mucho trabajo en la aldea élfica, Yuvilen Enthal —dijo el paladín—. Han muerto muchos. Y por lo que sé, necesitarán un Líder Natural y uno Espiritual.
Fue entonces cuando Vallathir narró lo ocurrido con el nigromante.
—Endegal —dijo la bardo—, tú eres el legítimo heredero de Ghalador. Te correspondería ser el nuevo Líder Natural.
Pero el semielfo no habló. Estaba sumido en la desgracia de Elareth.
—Y tú, Yuvilen Enthal —siguió Avanney— podrías ser el Líder Espiritual. Tu sapiencia en la Magia Natural te posiciona como el más indicado para ello.
—No adelantemos acontecimientos —dijo el Alto Elfo—. Sería un honor formar parte de Ber’lea, pero quiero ver a los descendientes de mi Comunidad, si es que todavía existe. Me debo primero a ellos. Pero antes sí quiero ayudar en lo que me sea posible a las necesidades más urgentes de Ber’lea, arrasada por lo que nos cuenta Vallathir.
—Estoy seguro que Derlynë y el viejo druida aprenderán mucho de ti —dijo el Solitario.
El hechicero asintió.
—Soldaste ya tus huesos rotos, Alto Elfo —dijo Vallathir— y mencionaste antes algo sobre curar heridas más graves.
—A su tiempo, portador. Regenerar órganos y miembros es un arte que requiere mucho tiempo y energía. Ya casi estoy listo para generar el portal. En cuanto salgamos de aquí me ocuparé de todos.
Entonces se oyó un crac. La puerta cedió. Luego un estruendo. La puerta había caído. Empezaron a oirse cientos de pisadas y griterío orco correr hacia ellos.
—Se nos acabó el tiempo —dijo Vallathir, levantándose con la espada en la mano—. ¿Cómo va el portal, Yuvilen Enthal?
—Necesito algo más de tiempo, pero no temáis, puedo conseguir ese tiempo adicional.
Se dirigió hacia el pasillo, extendió sus manos y el aire allí empezó a helarse. Las paredes y el suelo se escarcharon. Los primeros cinco orcos que aparecieron a la vista primero resbalaron, luego se helaron, luego se recubrieron de escarcha, luego de hielo y, finalmente, acabaron dentro de un grueso muro de hielo que tapiaba el único acceso a la sala en la que estaban.
—Eso les entretendrá un poco más —dijo el hechicero.
A través del hielo se podía ver a decenas de orcos apelotonados contra el muro.
—Conseguidme una daga o un puñal. Creo que puedo empezar.
El Alto Elfo replicó el ritual ya conocido por los presentes. Abrió la brecha con sus propias manos. Al otro lado del muro de hielo, se oía a los orcos repiqueteando con sus armas metálicas. Todavía les quedaba un trecho por romper.
—Id cruzando —les dijo Yuvilen Enthal, pues el portal estaba listo.
Primero pasó Vallathir, luego el Solitario. Endegal iba a cederle el paso a Avanney, pero Yuvilen Enthal la tomó del codo e invitó al semielfo a entrar primero. Quedaban por pasar la bardo y el Alto Elfo. Las sospechas de Avanney se disipaban por momentos.

27. El secreto de Avanney

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal