La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

14
Un elfo entre orcos

Las paredes pronto dejaron de ser viscosas, como había predicho Avanney, y se encontraron en un túnel más convencional. No en vano, tras un par de bifurcaciones más en las que se decidieron por la que más parecía bajar, aparecía de vez en cuando una antorcha encendida anclada en la pared.
—Por fin, algo normal en este infierno —dijo Fëledar.
—No te confíes —dijo Elareth—. Significa que este túnel está muy transitado, y no por inofensivos enanos precisamente.
—Sí —dijo Vallathir—, por seres que necesitan luz para ver, que andan y respiran como nosotros. Y sin tentáculos.
—Yo no aventuraría tanto —objetó la bardo—. Seguro que nos aguardan más sorpresas.
—¡Gracias por los ánimos!
—No quiero que nos confiemos. Hemos estado muy cerca de morir todos.

Tras andar un buen rato escucharon un sinfín de griteríos y gruñidos. Se detuvieron. A medida que avanzaban se oía más claro el barullo.
—¡Volvamos! —dijo Avanney—. ¡Viene todo un ejército hacia aquí!
—No —objetó Algoren'thel tanteando la piedra con su mano y oreja—. Suena como más abajo. A otro nivel. Creo que están en otro túnel muy cercano, pero por debajo de nosotros. Y no se acercan. Es como si estuvieran en una gran cámara.
Teniendo esto en cuenta, avanzaron más, aunque con cautela. Se encontraron con una ventana tallada en la piedra. Se asomó primero Fëledar lentamente. Vio una gran estancia profunda, tal y como había indicado el Solitario. Podría decirse que esa ventana estaba casi en el techo de aquella sala. Avanney y Vallathir se asomaron también. Lo que vieron fue la cantidad más grande que habían visto jamás de orcos, trasgos, goblins, trolls y quién sabe qué otros engendros difíciles de distinguir entre aquella marabunta. Estaban apelotonados.
—Tiene que haber cientos... —aventuró el Solitario en voz baja.
—Algunos miles, diría yo —corrigió la bardo.
—¡Un ejército! —dijo Vallathir.
—No, mucho peor me temo —dijo pensativa—. Fijaos. La gran mayoría están deformes. A algunos les cuesta incluso caminar.
—No me extraña —dijo Elareth—. Se matan entre ellos. Se mutilan. Se comen. Mirad.
La escena era dantesca. Eso mismo estaba sucediendo en una zona concreta de la caverna mientras los más cercanos miraban y jaleaban y los más alejados ni siquiera se daban cuenta.
—¿Qué sentido tiene? ¿Para qué embutir en una caverna un ejército para que se maten entre ellos?
—A eso me refiero. Esto no es un ejército. Son los deshechos. Los heridos graves. O los que salieron defectuosos al engendrarlos. Ambos, seguramente.
—¿Y los apelotonan aquí para que se maten entre ellos? ¿Por qué?
—Quizás les sea lo más cómodo. Más que matarlos directamente y tirarlos a una fosa. Los echan aquí. Mirad, hay más ventanas como ésta; deben conectar con varios túneles adyacentes. ¿Para qué creéis que usan estas ventanas? Desde aquí los arrojan. La caída no es mortal; fijaos que son como rampas y dan a lugares con poca altura.
—¡Repugnante! ¡Esto una fosa de seres vivos!
—Si eso es cierto y estos son los restos... ¿cuántos componen su ejército real?
—Depende del grado de seres defectuosos. Pero creo que no desperdiciarían a estos deformes si andaran escasos de efectivos.
—¡Mirad! Allí hay tres orcos que intentan salir trepando.
El alboroto en aquella zona era evidente. No se podía saber a ciencia cierta si los de abajo les jaleaban o les importunaban. A otros, claramente no les gustaba la idea de que alguien pudiera escapar de aquel infierno, y les lanzaban lo primero que pillaban, generalmente piedras.
—Me dan lástima —dijo Fëledar—. Si no tuvieran esas carencias físicas tendrían posibilidades de salir. El ascenso no parece demasiado complicado. Pero con sus taras lo tienen crudo.
Uno de los orcos trepadores resbaló y cayó sobre la muchedumbre. Lo despedazaron. El orco que encabezaba la subida encontró un lugar donde descansar y esperó a su perseguidor. Cuando éste lo alcanzó le atacó. Una buena patada en el rostro fue suficiente para librarse de la competencia que no tuvo mejor suerte al encontrarse con la marabunta de abajo. El orco triunfante siguió su ascenso, con dificultad, pero imparable. Llegó hasta la rampa, la superó y alcanzó la ventana. Viéndose libre, se permitió el lujo de increpar a sus excompañeros de fosa.
—Parece que de vez en cuando, alguien consigue escapar —observó Fëledar—. Creo que sus amos aceptan esto y los consideran válidos para la lucha. Quien supera este reto, mutilado o deforme, es digno de formar parte de la causa.
—Vayámonos... de aquí —balbuceó Endegal desde los brazos de Elareth—. Todo esto... me pone enfermo.
Todos parecieron estar de acuerdo, pero justo entonces apareció delante de ellos un ser enorme que ocupaba prácticamente todo el espacio del túnel.
—¡Un troll de las cavernas!
En su mano llevaba un orco deforme como si llevara un simple muñeco. Bramó, y un hedor pútrido llenó la atmósfera. Cargó contra el grupo. Algoren'thel y Fëledar, que eran los primeros vieron que no podían correr hacia atrás, pues los últimos eran Elareth y Endegal que por sus circunstancias no podían correr rápido. El solitario se lanzó hacia el troll y consiguió pasar por debajo de sus piernas, pero Fëledar no tenía tiempo ni aprovecharse del factor sorpresa como para repetir la maniobra, así que se colocó en el único espacio que quedaba. Entró en la ventana y se las arregló para no caer agarrándose a un saliente.
El troll de las cavernas metió el brazo por la ventana para alcanzar al elfo, pero los de fuera consiguieron confundirlo unos instantes; recibió los cortes y estocadas de las Dos Hermanas y los bastonazos duros de Galanturil a su espalda. Pero aquellos ataques parecían hacerle poca mella. Sólo la Purificadora de Almas obtuvo resultados. Vallathir la descargó con toda su furia contra una de las rodillas de la bestia, destrozándosela al instante. El troll se puso a cuatro patas, pero tuvo tiempo de lanzar al orco por la ventana. El orco impactó con Fëledar y ambos rodaron rampa abajo.
—¡Fëledar! —gritó Algoren'thel, que había sido espectador de primera fila de lo ocurrido.
Una flecha de Elareth atravesó un ojo del troll y éste dejó de bracear delante suyo y trató de arrancarse el astil. Oportunidad perfecta para que Vallathir atravesara sus defensas y le partiera en dos el cráneo con la Benefactora. Muerto el troll de las cavernas, se encararon todos hacia la ventana. Tuvieron que mirar al fondo para encontrar a Fëledar. El elfo, rodeado por centenares de orcos, mantenía la espada en alto, amenazando con llevarse por delante a quien se atreviera a dar un paso. Los orcos y trasgos más cercanos saboreaban el momento. ¡Un elfo entre miles de orcos!
—¡Tenemos que ayudarle! —exclamó Algoren'thel—. ¡Vamos!
Se adentró en la ventana y dudó un poco, sopesando la situación. Sus compañeros también dudaban. ¿Qué posibilidades había de salir con vida de allí? Seguramente ninguna.
—¡Iros! ¡Dejadme aquí! ¡Yo ya estoy muerto! —se le llegó a oír. Acababa de abatir a cinco orcos y dos trasgos.
—¡No! —dijo Algoren'thel adentrándose un poco más en la rampa. Seguía dudando. Algo le empujaba a seguir. Algo le detenía. Los que estaban detrás tenían el mismo sentimiento contradictorio. Era imposible salir de allí abajo con vida.
Fëledar, consciente de que la misión peligraba por su estado, clavó la espada en el suelo y se arrodilló. Cogió de nuevo su espada y en un rápido movimiento se la hundió en su propio estómago. Un centenar de alimañas le sepultaron y le despedazaron, pero él ya no sintió nada.
Aquello fue un duro golpe para el grupo. El Solitario planteó si bajando todos quizás hubieran podido amedrentar a los orcos más cercanos y encontrar un hueco para salir todos. Pero en el fondo hasta él sabía que eso era imposible. Bajando todos, lo extraño hubiera sido que alguien de ellos hubiera podido salir de aquel infierno.

14. Un elfo entre orcos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Salieron de aquel túnel, descorazonados, pero no tuvieron mucho tiempo para lamentos, pues se tuvieron que enfrentar a unos goblins que pasaban por allí en aquel momento. Al abatir a los primeros, los demás empezaron a huir despavoridos. Elareth tuvo que ensartarles con sus flechas para que no llegasen a avisar a nadie. Todavía estaban allí sin ser descubiertos. Todos los que lo habían hecho estaban muertos. Sólo cuando alguien encontrara el cadáver del troll de las cavernas, podría suponer que había un enemigo poderoso cerca. Por eso ahora tenían prisa. Certificaron que, efectivamente, estaban ya muy al fondo de la sima. Podían ver ya el suelo y, mirando hacia arriba les entró el vértigo de verse en tamaño agujero rodeados de enemigos. Se sintieron por un momento como Fëledar, en un foso lleno de bestias y pocas posibilidades de volver a salir.
Vieron entonces una puerta de doble hoja que parecía tener detrás algo importante y fueron hasta allí. Intentaron abrirla, pero estaba cerrada con llave. Vallathir sugirió romperla con la Purificadora, pero era una puerta de piedra y parecía lo suficientemente maciza como para resistir bastantes espadazos y esa puerta rota llamaría demasiado la atención.
—No tenemos alternativa —dijo el paladín.
—Sí la tenemos —dijo la bardo—. Apártate.
Sacó de su bolsa unas ganzúas y empezó a hurgar en la cerradura.
—Pensaba que... sólo Dedos tenía este tipo... de habilidades —dijo Endegal—. Los bardos... no se dedican a saquear casas, creo.
—He sido muchas cosas antes que bardo, Endegal. He tenido muchos oficios y cada uno de ellos me ha dado unos conocimientos muy preciosos.
—¿Sí? ¿También has sido... eh... dama de compañía?
Todos se quedaron estupefactos ante la pregunta y esperaron una respuesta que no llegó. En su lugar se oyó un “clac” que indicó que la cerradura se abría. Se asomaron. Dentro había un par de antorchas encendidas y nada que, a priori, pareciera una amenaza. Aún así, entraron con sus armas en ristre. Cerraron detrás de ellos para que nadie, desde el exterior, supiese que habían entrado. A simple vista, parecía una estancia relativamente grande sin otra salida. Al fondo, había algo extraño. Tras acercarse y superar las sombras, vieron claramente a una especie de figura llena de finos cables insertados en su piel que la sostenían en vilo. Un cuerpo humanoide desnudo, blanquecino, raquítico. De largos cabellos blancos, pero sucios, les miraba fijamente. En la boca tenía una especie de mordaza de la que salía un tubo que terminaba en el techo. No parecía que pudiera hablarles. En el pecho, una especie de piedra preciosa o mineral rojizo de forma ovalada. Se fueron acercando al individuo, poco a poco, sin bajar las armas. A la vanguardia iba Vallathir con la Purificadora presta para cualquier lance que pudiera devenir en breve.
—Parece inofensivo —dijo el paladín tras unos instantes observándolo de cerca—. La Purificadora me atrae hacia él de una manera que no había sentido antes, pero no le percibo el ansia de purificarle. Diría que es un prisionero, no un enemigo. Incluso un aliado poderoso.
—Deberíamos liberarle, entonces —dijo el Solitario.
—No podemos fiarnos —dijo Avanney—. Antes deberíamos saber más sobre él.
—No creo que pueda hablar con esa cosa en la boca.
Avanney se acercó y estudió el artefacto. Desabrochó unas correas que amarraban la cabeza por la nuca. Luego extrajo la mordaza poco a poco. No salía con facilidad. Descubrió que dentro había un lago tubo que sin duda llegaría hasta el estómago de aquel ser. Finalmente lo sacó del todo.
—Gracias —dijo aquél con voz tenue.
—¿Quién eres? —empezó Avanney el interrogatorio.
—Mi nombre es Yuvilen Enthal, Hechicero Supremo del pueblo de los Altos Elfos. Liberadme rápido, no tenemos tiempo.
—Antes nos tenemos que asegurar de qué lado estás. Sabré si me mientes, así que si quieres salir de aquí, más vale que me digas la verdad.
—Esperaba que mi nombre os dijera algo más, ya que lleváis con vosotros La Purificadora de Almas.
—Ese nombre en efecto me suena, Alto Elfo. Pero necesito más información. ¿Qué sabes tú de La Purificadora de Almas?
El elfo rió, penosamente.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Yo creé esa espada.

14. Un elfo entre orcos

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
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By Víctor Martínez Martí @endegal