La Hermandad del Caos

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

21
La doncella del agua

La tercera oleada llegó casi exactamente como la anterior, con centenares de muertos vivientes entrando en tromba por la zona del jardín élfico. El grueso de los elfos, así como los humanos invitados, seguían batallando sin descanso en el centro de Ber’lea, en la plaza del Arbgalen. Sin embargo, en el jardín sólo quedaba Derlynë para defenderlo, a excepción de algún que otro elfo que, viniendo de otra zona de batalla, se acercaba y perecía irremediablemente bajo la turba. Cuando la discípula del Visionario se vio completamente sola, fue reculando lentamente. Los muertos se le acercaban poco a poco, rodeándola y estrechando el cerco. Muchos de ellos habían sido testigos de lo que había hecho con el agua sagrada y tenían cierto pánico a que tuviera más agua de ese tipo y, al mismo tiempo, un odio visceral contra ella. El círculo se estrechó hasta el punto en el que una espada larga podía alcanzarla. Ella tenía las nalgas contra las paredes del pozo. No tenía escapatoria.
Tras el último embite zombi, Derlynë cayó al pozo. ¿O quizás se tiró? Cuando un incendio quema tu casa saltas por la ventana sin pensar si ello implica huir de una muerte segura para caer en otra igual de trágica. El asunto es que cayó por el pozo y se oyó el golpe contra el agua del fondo. Algunos muertos se asomaron y no vieron nada, pues el fondo era oscuro. No oyeron chapotear. Pero insistían en mirar dentro del pozo. Su amo les había dado la orden de matar a todos los elfos sin excepción. Y ellos sabían, sentían, que la elfa seguía viva. Lo notaban. Los no-muertos perciben esas cosas, porque se alimentan de ello. Y no hallarían descanso hasta que el último elfo de Ber’lea quedara con vida. La elfa seguramente acabaría ahogada, pues el pozo no tenía escalera ni nada que la ayudara a salir, pero para ellos no era suficiente. Sus órdenes eran matar. Dejar morir era un concepto que escapaba a su no-intelecto. Empezaron a tirarse al pozo como locos en su búsqueda.
Los últimos que se asomaron recibieron el fuerte impacto de un géiser de agua emanando del pozo, tan fuerte, que a algunos les partió sus cuerpos por la mitad. Una decenas de no-muertos fueron expulsados por el chorro. La mayoría volvió a levantarse y a encarar el pozo. El resto, se quedaron dentro, hundidos, ya que no sabían, ni tenían las condiciones físicas para nadar o flotar. Una columna de agua surgió de nuevo del pozo, esta vez más lentamente, girando sobre sí misma. Dentro de ella, había una figura femenina. La que a partir de ese momento sería conocida como la Doncella del Agua.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Desde arriba, en su árbol, Drónegar tenía unas vistas privilegiadas de la batalla de la plaza del Arbgalen. Al principio temió que los muertos treparan hasta dónde él estaba, pues había visto que eran muy capaces de hacerlo, pero por alguna razón ninguno lo había hecho para matarle a él. Suerte, pensó al principio, pero más tarde elaboró una teoría. Se armó de valor y bajó para comprobarla. Sorteando contendientes de uno y otro bando y saltándo sobre cadáveres llegó hasta su mujer Dorianne y su hijo Téanor.
—¿Qué demonios haces aquí? —le dijo ella, tras hundir a Rabia y Dolor sobre el cráneo de un no-muerto.
—¡Papá!
Él se agachó a recoger un mayal que sin duda había pertenecido a un orco y dijo.
—Vengo a partir huesos. Igual necesitáis de mi ayuda.
—¡Cuidado, papá! —le advirtió su hijo.
Él se apartó poco y un orco zombi pasó por su lado sin hacerle caso. Fue tras él y le voló la cabeza con el mayal.
—¿Pero qué...? —preguntó Téanor.
—No temáis por mí —dijo Drónegar—, ni tampoco por vosotros. Desde arriba he estado observando los movimientos de la batalla y puedo concluir que estas criaturas sólo buscan carne élfica.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó su hijo.
—Que nos ignoran. No sé por qué, pero ignoran a los humanos. No han ido a buscaros en ningún momento. Ni a vosotros ni al druida. Deberíais haberlo notado, pero el fragor de la batalla os ha cegado.
—Yo creí que no nos enfrentaban directamente por miedo a nuestra destreza.
—Hijo mío, si estos seres tienen miedo a algo, te aseguro que no es a morir. Míralos.
Dorianne interrumpió:
—Bueno, saber esto nos da más ventaja. Podemos ir tras ellos sin demasiadas precauciones. ¡Vamos!
A partir de ese momento, fueron juntos o por separado hacia los combates donde los elfos parecían tener las de perder. Llegaban ellos y masacraban a los no-muertos sin dificultades. Aristel también tomó buena nota de aquello y, apoderándose de una maza barrada, empezó a romper huesos por doquier.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Los no-muertos dudaron un instante al ver la columna de agua giratoria, pero pronto sintieron que dentro de ella estaba la elfa que estaban buscando.

Venid a por mí.

Decenas de muertos vivientes se abalanzaron contra la columna. La columna de agua giró más deprisa y se expandió, destrozando los cuerpos pútridos de cuantos alcanzó. La columna se apartó del pozo. No era agua purificada —o sagrada, como le gustaba definirla Vallathir—, pero la mera fuerza del impacto era suficiente para destrozar a los no-muertos. Derlynë seguía flotando justo en el centro de la misma. Los seres de ultratumba no parecieron impresionados, pues en su cabeza sólo tenían una idea fija: matar elfos. Fueron a por ella.

Perfecto.
Me ahorraréis ir a buscaros.

Aquéllos iban contra la columna de agua y la columna fue hacia ellos. En poco tiempo la Doncella del Agua acabó con todos ellos. La columna empezó a girar entonces más despacio y a achaparrarse. Derlynë devolvió esa agua al interior del pozo. Exahusta, levantó la mirada y se horrorizó. El antaño bello jardín élfico se había convertido en un cementerio sin tumbas, lleno de miembros despedazados y de algunos amigos elfos abatidos en el suelo. Lloró por ellos.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Entonces llegó la cuarta oleada. Y, con ella, el ser que había llevado el caos y la muerte a la aldea élfica. El Nigromante.

Los muertos entraron por el norte y alcanzaron la plaza central. Por encima de ellos, flotando en el aire, escuálida pero solemne, una figura encapuchada con cpa, de piel amarillo pálido, semidesnuda salvo un taparrabos marrón, botas y la mentada capa con capucha a juego. Las cuencas de sus grandes ojos estaban vacías, sus manos eran garras de largas uñas, su dentadura contrastaba con la aparente decadencia de su cuerpo, pues parecía completa y estaba dotada de afilados colmillos que, aunque oscuros, emitían una especie de reflejos plateados, como sus uñas.

Aterrizó en el centro, justo al lado del Arbgalen, y empezó a dar zarpazos a diestra y siniestra contra quienes se ponían a su alcance. Nadie lograba siquiera darle un espadazo; se movía demasiado rápido. Los que eran alcanzados por él morían con la piel reseca y oscura aún si la herida no parecía mortal de necesidad. Pronto atisbó a Dorianne y Drónegar y la táctica que usaban contra sus hordas de no-muertos. Humanos, no había contado con ello. Pero eran un problema de fácil solución. No necesitaba alterar las órdenes iniciales. Él mismo se encargaría de ellos.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Hombres en la aldea de los elfos.
Habéis mejorado vuestra hospitalidad, demonios blancos.
Demasiado tarde quizás.

Humanos, váis a perecer aquí y ahora.

—¡Detente, Téanor! —le dijo su madre al ver que lo encaraba—. Éste no parece un resucitado cualquiera. Parece…
—Su líder... —completó Drónegar—. No nos ignora y parece más peligroso que los demás.
Téanor sofrenó su furia. El liche ya estaba de camino y tenía al chico casi a su alcance, pero de pronto detuvo su avance, y no era por propia voluntad. Unas raíces habían surgido del suelo y amarraban fuertemente las piernas de Sephfamir.

Druida, tus trucos os hacen ganar tiempo.
Pero no me detendrán.
Observa bien.

Aristel vio horrorizado cómo las raíces que había invocado se marchitaban y renegrecían por momentos. Acabaron quebrándose como vulgares ramitas secas. Pero ese pequeño instante fue suficiente para que Téanor lograse darle un buen espadazo que le cruzó la cara, saltando un cacho de carne en el proceso. El tajo había provocado que media mejilla se desprendiera.

El nigromante ni siquiera hizo una mueca de dolor. Se enderezó y mostró parte del hueso del cráneo sólo durante unos instantes, pues algo pequeño salió de alguna parte que los presentes no supieron ver para cubrir la herida, como una especie de masilla de un color oscuro que fue soldando el cacho de piel que le colgaba en la mejilla. Dorianne se fijó bien: el cráneo no era del color natural del hueso. Ni de lejos. Mientras eso sucedía, miraba a Téanor desde sus cuencas vacías. Al terminar se abalanzó contra el joven.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

—¡No!

El grito fue casi al unísono. Sus padres, Dorianne y Drónegar habían actuado en un impulso. Drónegar había interceptado a Sephfamir, agarrándolo por detrás, mientras que Dorianne, que estaba más lejos le había lanzado a Rabia y Dolor consiguiendo dos buenos impactos; uno en la cabeza y otro en el pecho. Sephfamir apenas se inmutó. Las hachas de mano realizaron unos buenos tajos en la piel, pero habían rebotado como si hubieran chocado contra una roca.

Necios.

Sin que el nigromante hiciese aparentemente nada, Drónegar le soltó y cayó al suelo, ahogándose.

—¡Padre! —gritó Téanor.

Su madre le cogió del brazo y le apartó de allí, pues el liche se interponía entre ellos. Y les miraba. Sus heridas se soldaban solas.

—¡Téanor… Dorianne…! —balbuceó Drónegar. Su piel se oscurecía y acartonaba a pasos agigantados—. Os… quiero.

Y su cuerpo cayó inerte.

—¡Padre! —gritó de nuevo Téanor lleno de furia—. ¿Qué le has hecho, monstruo?

Dorianne no decía nada. Se limitaba a sujetar los impulsos de su hijo, mientras todo su cuerpo clamaba por despedazar a esa criatura con sus propias manos. Pero al mismo tiempo, tenía que sopesar la situación. Drónegar, su amado esposo, había muerto en un lugar lejos de su hogar, asesinado por un monstruo inmortal que capitaneaba un ejército de seres de ultratumba. Lo importante ahora mismo era Téanor. No podía permitir que muriera otro miembro de su familia. Sólo le quedaba él, pues hacía tiempo que había dejado de tener contacto con sus hermanos.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

—¡Alejaos de él! —dijo una voz desde atrás—. ¡No le toquéis o moriréis sin remedio!

Los presentes volvieron la vista atrás. Era la voz de Vallathir, aunque el hombre que se encontraron estaba sin armadura, desaliñado y lleno de feas heridas. Llevaba en sus manos una reluciente espada que tanto los elfos como Aristel reconocieron enseguida.

—¡La Purificadora de Almas! —dijo Aristel—. ¿Dónde están los demás, Vallathir? ¿Qué ha sido de Endegal?
—Vallathir —dijo Dorianne apesadumbrada—. Tus advertencias llegan tarde. Mi esposo Drónegar lo tocó.
—He venido tan rápido como he podido, dama Dorianne, siento que no haya sido suficiente —dijo al ver el cuerpo tendido—. Oh, Drónegar, mi fiel amigo. He llegado tarde para ti. Si hubiera venido directo hasta aquí, en vez de perseguir inútilmente a este engendro… —Miró entonces a Sephfamir, cargado de odio—. ¡Demonio, pagarás muy caro esto!

—¿Y los demás? —insistió Aristel.
—Con sus batallas particulares, en la sima del Pantano.
—Pero…
—¡No hay tiempo para más explicaciones! ¡Hay que acabar con esta locura!

Vallathir cargó contra el liche, pero éste se elevó, escapando de la mordida de la Purificadora.

21. La doncella del agua

La Hermandad del Caos / Víctor M.M.

Sólo La Purificadora de Almas puede herirme.
Y sólo si consigue tocarme.
No permitiré tal cosa.

—¡Maldito! —masculló Vallathir. Era consciente de que si Sephfamir permanecía flotando en el aire fuera de su alcance, nada podrían hacer para matarlo. El liche observaba desde arriba el transcurso de la batalla. No parecía tener intención de arriesgarse lo más mínimo. Abajo las cosas seguían igual. Cientos de no-muertos batallaban con cada vez menos elfos. Vallathir se deshacía de ellos con tremenda facilidad gracias a la espada benefactora, pero no podía apartar la mirada del liche, intentando discernir cómo llegar hasta él o hacerle bajar. Quizás trepando al Arbgalen podría tenerlo a su alcance, pero no; Sephfamir tampoco le perdía de vista. Se alejaría de él con comodidad mientras el paladín perdería el aliento subiendo. No serviría de nada.

Sephfamir levantó entonces los brazos. Y dijo:

Que los caídos se levanten.
Y maten a todos.
Elfos y hombres.

Los elfos abatidos recientemente se levantaron. Drónegar se levantó. Cogieron sus armas del suelo y empezó una nueva carnicería.

21. La doncella del agua

“La Hermandad del Caos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal